24.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [VI]

El coche hizo saltar por los aires la valla de madera que se interponía entre ellos y la propiedad.
A esa distancia, la mansión se aparecía de forma completamente distinta a la impresión que daba de lejos: estaba medio en ruinas, con todo tipo de malas hierbas comiéndose la fachada y llenando el jardín, y con la piscina inundada de una viscosa sustancia marrón.
Mientras las ruedas del coche perdían contacto con el suelo y sus estómagos sentían la ingravidez de la caída, cogieron aire. ¡Plof!
Cuando la presión de la marea de barro que entraba por todas partes se hubo igualado a la del resto de la piscina, consiguieron salir del coche. La policía ya había llegado y estaba rastreando la zona. Tenía que conseguir aguantar la respiración, pero empezaba a notar cómo se ahogaba. Necesitaba salir, pero sabía que en cuanto asomara la cabeza, era hombre muerto.
Una "chispa" atravesó el lodo, rozando la cara de Licaia-Stevie. No abrió los ojos, pero pudo notar su calor. «Ya está, se ha acabado. Están disparándonos.» pensó.
Como ya no tenía sentido ahogarse allá abajo, decidió intentar salir y rendirse.
Tomó impulso en el fondo de la piscina, y ascendió.
Al llegar arriba, no pasó absolutamente nada. Cogió todo el aire que pudo, y vio un panorama desolador que le hizo sentirse desorientada. Aquello no se parecía en nada al lugar en el que había estado minutos antes.
Salía de una especie de río industrial, cerca de una zona de acampada en la que había caravanas. A lo lejos, un enorme puente cruzaba ese río. Y más a lo lejos...
Una gigantesca nave nodriza diseminaba pequeñas naves que disparaban a discrección pequeñas chispas rojas.
Licaia, que volvía a tener su aspecto de siempre, vio cómo esas chispas hacían pequeñas quemazones en los lugares en los que impactaba. Una de las naves hizo una pirueta en el aire y voló hacia ella, lanzándole una lluvia de esas chispas. Ella empezó a correr hacia la caravana más cercana, con las chispas pisándole los talones. Vio su puerta un poco abierta, y lanzó su cuerpo contra ella, cayendo sobre el suelo tapizado de la caravana.
La lluvia de chispas pasó de largo, abriendo algunos agujeros en la puerta. Licaia la cerró aprisa, y apoyó su espalda en ella, recuperando la respiración. Estaba muerta de cansancio, y fue resbalando poco a poco hasta quedar sentada.
Entonces lo vio. El cocodrilo había estado quietecito, al final de aquella caravana que, desde dentro, parecía mucho más grande de lo que era. Dio un bocado al aire, y otro chasquido sonó en la otra punta de la habitación. Al girarse, descubrió dos enormes cocodrilos más.
Con pequeños pasos, empezaron a acercarse hacia ella. Licaia cogió aire. Trató de no hacer ningún movimiento brusco, y se puso en pie muy poco a poco.
El otro cocodrilo también se dirigió hacia ella, acelerando el paso. Estaban aún bastante lejos, así que decidió enviar a paseo los movimientos lentos. Iba a abrir la puerta, cuando otra ráfaga fundió la cerradura. «Genial, atrapada aquí dentro con esos bichos.»
Saltó sobre una silla para alcanzar un par de exóticos cuchillos que había en una estantería, sobre un terrario, y se quedó sentada encima de la nevera de al lado. Los cocodrilos se iban acercando, no tenía mucho tiempo para pensar cómo podía salir de allí.
Al fondo había una ventanilla, pero tendría que sortear al cocodrilo que se interponía. Miró la estantería. En el terrario había una serpiente, amarilla con anillos negros, grandota y fea. Le miraba con muy mala cara (toda la mala cara que una serpiente pueda poner). Abajo se acercaban los cocodrilos. Lanzó el terrario al suelo, y balanceó la nevera para al caer se interpusiera temporalmente entre los otros dos cocodrilos y ella.
Funcionó. Mientras el otro cocodrilo estaba entretenido viéndoselas con la serpiente, ella saltó de nuevo sobre la silla y los dejó atrás. Corrió hacia la ventanilla y se lanzó sin darse cuenta del terraplén de una excavación que había allí. Rodó por una grieta del enorme agujero, y se quedó inconsciente.

[Aún va a continuar un poquito más...]

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