27.3.23

DesTino

Tino hubiera sido un chaval bastante normal de no ser por el pequeño detalle de que era capaz de ver el futuro de las personas cuando tomaba sus manos.

Él no lo consideraba en absoluto un don; desde muy pequeño tuvo que hacerse a la idea del tumor que se llevaría a su madre, el infarto que le dejaría sin padre y, en general, cómo iban a terminar el resto de sus familiares, con todo lujo de detalles.

Había comprobado que los vaticinios, que veía tan claros como quien ve un telediario por el televisor, se cumplían por mucho que se intentaran cambiar las cosas.

Solo conocía una excepción: a él mismo. Él no tenía la más mínima pista de cómo iba a ser su final. Lejos de tranquilizarle, en cierto modo, lo atormentaba, ya que se había acostumbrado a saber cuándo y cómo acabarían las historias de la gente de su alrededor, lo cual implicaba también saber cuándo no iba a ser, lo cual ocurría la mayor parte del tiempo. Sabía que su madre podía tirarse en paracaídas sin sufrir por ella, por ejemplo.

No fue capaz, sin embargo, de tocar al chico que le gustaba. Pese a creerse preparado para confrontar y asumir la muerte de todo el mundo, por alguna razón, conocer la de él lo sobrepasaba.

Tuvo que inventarse una historia sobre una alergia tópica terrible para excusar el llevar guantes todo el tiempo. Pero a Desiderio, Des, para sus amigos, le pudo la curiosidad tras años de no verle nunca las manos, y aprovechando un sueño profundo de Tino, le quitó los guantes. Asombrado de no ver más que unas pálidas pero usuales manos, las tomó entre las suyas. Tino despertó de golpe. Con el corazón desbordado, le dijo lo que había visto: nada.

Desde entonces, su don, o maldición, se perdió para siempre. Con los años, pensaba, se podría  acostumbrar a ser como los demás.



Este microrrelato participa en la iniciativa Divagacionistas.