29.9.25

Calipso

Héte aquí que Odiseo, el de los muchos trucos, terminó en varado en la isla de Ogigia, habitada por la ninfa Calipso, «la que oculta». Esta vez no fue por su bocaza, sino por la de su tripulación, que habían dado buena cuenta de las reses que pertenecían nada menos que a Helios.

Calipso le prometió la inmortalidad y la juventud eterna, pretendió que fuera su esposo, que olvidara a su amada Penélope, y hasta tuvo un par de hijos suyos.

Ulises, el certero, terminó volviendo a su casa por intercesión de su protectora Atenea, y Calipso no acabaría sus días demasiado bien. Tampoco Ulises, en todo caso, muerto a manos de uno de sus propios hijos por una aciaga confusión.

Da qué pensar qué significaba Penélope para él. Aunque tampoco pecaría de romántico, habida cuenta de que, según la versión que escuches, ni siquiera ella acabó bien. Las relaciones en aquella época eran utilitaristas. ¿Quizá, pues, era algo que la ninfa Calipso ocultaba? Acaso las conversaciones en una isla desierta con solo dos personas no puedan dar mucho de sí tras siete años. Puede que resultara una obsesa de las calorías y el fitness, y eso no hay eterna juventud que lo aguante.


Esta entrada participa de la iniciativa Divagacionistas.

15.8.25

Realidad espumosa

Por enésima vez, alguien llamaba «loro estocástico» a las IA generativas, con un toque de desdén. Irónicamente, lo hacía actuando como los loros estocásticos que no dejamos de ser, dado que nuestros pensamientos y aprendizaje vienen regidos por estructuras deterministas que provocan que elijamos las mismas respuestas preferentes ante los mismos estímulos, tanto más cuanto más se hayan reforzado. ¿O, acaso, si hubiera perdido a mi querido Mistetas, no me responderíais prácticamente lo mismo si os preguntara si lo habéis visto?

Cualquiera puede encontrar hoy en día vídeos de afectados por contusiones craneoencefálicas graves que han causado amnesia a corto plazo en el paciente. Verlos repetir exactamente una y otra vez las mismas preguntas, los mismos comentarios, deja entrever que nuestros procesadores biológicos son muchísimo menos «creativos» de lo que queremos creer. ¿Realmente tenemos tal cosa como libre albedrío? ¿Existe en sí mismo, conociendo las leyes deterministas de la Naturaleza que conocemos?

Como primer acercamiento, uno pensaría en la Teoría del Caos, en comportamientos difíciles de predecir cuando intervienen variables que se retroalimentan, sobre todo cuando lo hacen en grandes números, como con la meteorología. Pero caótico no significa azaroso; una máquina ideal que consiguiera computar con precisión infinita los inabarcables (pero no infinitos) estados concretos del sistema en cada momento, podría en principio predecir con total exactitud el estado final de ese sistema en un momento dado. ¿Está, pues, todo escrito?

Aquí es donde entra la física cuántica. Aunque precisamente sus matemáticas son las que nos ayudan a concretar los estados de las partículas subatómicas en un momento dado, lo hacen hablando fundamentalmente de amplitudes de probabilidad. Si hacemos zoom y más zoom en la realidad, llega un punto donde sí aparece un azar puro (al menos, hasta donde ahora sabemos), donde la propia base de la realidad es una espuma cuántica en la que ebullen constantemente partículas virtuales que interaccionan aleatoriamente con la realidad.

Pero ya sabíais que iba a contaros todo esto. Lo hago siempre que tengo ocasión. A fin de cuentas, a esta escala, sigo siendo un loro estocástico.



Este microrrelato se me quedó en el tintero para Divagacionistas, así que aprovecho para rescatarlo con la excusa de Café Hypatia.