Mostrando entradas con la etiqueta aliteraciones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta aliteraciones. Mostrar todas las entradas

15.8.25

Realidad espumosa

Por enésima vez, alguien llamaba «loro estocástico» a las IA generativas, con un toque de desdén. Irónicamente, lo hacía actuando como los loros estocásticos que no dejamos de ser, dado que nuestros pensamientos y aprendizaje vienen regidos por estructuras deterministas que provocan que elijamos las mismas respuestas preferentes ante los mismos estímulos, tanto más cuanto más se hayan reforzado. ¿O, acaso, si hubiera perdido a mi querido Mistetas, no me responderíais prácticamente lo mismo si os preguntara si lo habéis visto?

Cualquiera puede encontrar hoy en día vídeos de afectados por contusiones craneoencefálicas graves que han causado amnesia a corto plazo en el paciente. Verlos repetir exactamente una y otra vez las mismas preguntas, los mismos comentarios, deja entrever que nuestros procesadores biológicos son muchísimo menos «creativos» de lo que queremos creer. ¿Realmente tenemos tal cosa como libre albedrío? ¿Existe en sí mismo, conociendo las leyes deterministas de la Naturaleza que conocemos?

Como primer acercamiento, uno pensaría en la Teoría del Caos, en comportamientos difíciles de predecir cuando intervienen variables que se retroalimentan, sobre todo cuando lo hacen en grandes números, como con la meteorología. Pero caótico no significa azaroso; una máquina ideal que consiguiera computar con precisión infinita los inabarcables (pero no infinitos) estados concretos del sistema en cada momento, podría en principio predecir con total exactitud el estado final de ese sistema en un momento dado. ¿Está, pues, todo escrito?

Aquí es donde entra la física cuántica. Aunque precisamente sus matemáticas son las que nos ayudan a concretar los estados de las partículas subatómicas en un momento dado, lo hacen hablando fundamentalmente de amplitudes de probabilidad. Si hacemos zoom y más zoom en la realidad, llega un punto donde sí aparece un azar puro (al menos, hasta donde ahora sabemos), donde la propia base de la realidad es una espuma cuántica en la que ebullen constantemente partículas virtuales que interaccionan aleatoriamente con la realidad.

Pero ya sabíais que iba a contaros todo esto. Lo hago siempre que tengo ocasión. A fin de cuentas, a esta escala, sigo siendo un loro estocástico.



Este microrrelato se me quedó en el tintero para Divagacionistas, así que aprovecho para rescatarlo con la excusa de Café Hypatia.

15.7.25

Ceroverso

La primera estrella empezaba a mostrar un fulgor tenue, iluminando de gris azulado su horizonte de partículas de hidrógeno. A un Universo de distancia hacia cualquier lado, solo existía eso: nubes de hidrógeno, sazonado de ocasionales átomos de helio, acaso con algún átomo de litio extraviado. Ningún planeta al que iluminar, ninguna otra estrella a la que parecerse. Solo, y durante cantidades absurdas de tiempo, ella dando luz a la nada.

Decenas de miles de millones de años después, y durante un breve tiempo, el último po'ouli cantaba a pleno pulmón sus preciosos reclamos, intentando atraer a una pareja que ya no existía y sin entender que nunca iba a llegar.

Cientos de miles de millones de años después, el corazón de la última estrella terminaba de mostrar un fulgor tenue, iluminando de gris azulado su horizonte de cenizas. A un Universo de distancia hacia cualquier lado, solo existía eso: cenizas moleculares, demasiado frías y separadas como para agregarse en algo donde la vida pudiera arraigar. Ya nunca la volvería a haber. Ningún planeta al que iluminar, ninguna otra estrella a la que parecerse. Solo, y durante cantidades absurdas de tiempo, ella subsistiría, dando luz a la nada.

Billones de años después, el último de los agujeros negros también terminaría desvaneciéndose en la oscuridad, sin nada que alimentara su núcleo, sin nada más a su alrededor.

Al final, solo quedó el Universo siendo de nuevo una vacía nada eterna.


Este microrrelato participa de la iniciativa Café Hypatia.

30.6.25

Aimar

—No es propio de buenas personas hacer ese tipo de cosas. Constituye un tabú social fuertemente criticado y rechazado.
—Y sin embargo, ocurre: tienes casos famosos como el de Allen. Pretender ponerle puertas al campo a uno de los sentimientos más poderosos del mundo, capaz de arrebatarte incluso el libre albedrío...
—Habla por ti. En general, los humanos tenemos libre albedrío.
—Pareces muy seguro. Un cerebro humano no deja de ser un procesador, todo lo sofisticado que quieras y con una «base de datos» experiencial y cultural tan grande como quieras, que toma una entrada en base a sus estímulos (sensoriales o generados por rumiaciones internas, sueños, fabulaciones...) y genera salidas determinadas.
—Precisamente esa complicación implica procesos caóticos y azarosos que permiten la toma de decisiones volitivas: uno siempre acaba estando al volante.
—Disiento, y para demostrarlo ni siquiera hacen falta casos extremos como los de gente con contusiones craneales que pierden la memoria a corto plazo y caen en bucle repitiendo una y otra vez las mismas frases. Te basta, y con eso vuelvo al tema, con la enorme dificultad que tenemos para desenamorarnos de alguien con quien tenemos un potente flechazo. Las estructuras neurales y la química que opera en ellas es mucho más poderosa de lo que queremos creer y, por mucho que nos pretendamos seres racionales, somos seres racionalizadores de impulsos predecibles.
—Que seamos presa de pulsiones, o de adicciones u otros comportamientos obsesivos o predecibles sigue estando supeditado desde que tenemos neocórtex a nuestra capacidad de metacognición, de poder reflexionar sobre esos mismos pensamientos o sentimientos. Incluso si no podemos deshacernos de ellos, sin duda podemos no sucumbir a ellos: no vamos por la calle como si aún fuéramos monos bajados de los árboles: controlamos esos impulsos. Y, desde luego, situaciones como la tuya no son del todo comparables; al contrario, son completamente evitables.
—Lo dices como si fuera culpa mía haberme quedado viudo por la devastadora enfermedad de mi pareja, o que no hubiera sido ella misma quien se hubiera preocupado de que mi hijastra no tuviera los mejores cuidados. Que haya surgido este sentimiento no era algo previsto en los planes de nadie, pero así es la vida.
—¡Pero así no debería ser la vida, Aimar! Este asunto de las parejas humano-IA ya era complicado y con mil aristas, pero este caso va a sentar un precedente muy, muy delicado sobre el tema. 


Este microrrelato participa de la iniciativa Divagacionistas.

15.6.25

La resistencia es fútil

Somos una lucha perdida contra la entropía. Nos resistimos a desaparecer. Nos resistimos al cambio. Nos resistimos a cambiar los cambios. Resistimos en una resistencia que no se mide en ohmios.


Camiseta con el eslógan "Vive la resistance"



Este «más que microrrelato es una reflexión» participa de la iniciativa Café Hypatia.

26.5.25

I can't hilados.

El sol usaba su último minuto para lamer de naranja el horizonte marítimo. En breve se encendería el faro protector de navegantes y naves errantes cuando la noche nos atrapara. A pesar del vértigo, uno no siempre tenía a mano la posibilidad de unas vistas así, por lo que me atreví a acercarme al borde.

Es curioso cómo, al estar en lugares tan altos y abiertos, una parte de mi cerebro siempre se pregunta por la sensación de lanzarse al vacío. Por suerte, el vértigo gana, y no termino haciendo un Sampedro.

Abajo, veo la marea tragarse las rocas con furia, batida tras batida, como esos pensamientos intrusivos que llegan para no soltarnos, que se instalan y se acomodan al punto que tú terminas siendo el intruso, rumiaciones de las profundidades que apuntan a donde más miedo nos dan las cosas y que, aunque no sean verdad, tienen parte de verdad.

Te cubren mientras intentas mantenerte a flote, apretando los dientes fuerte. No recuerdas siquiera haber caído al acantilado; aunque no llegara bien el aire, aún tenías suficiente oxígeno en sangre para seguir adelante. Sí recuerdas la hipoxia creciente que te va asfixiando, el cansancio que te puede, los tragos acumulativos de salmuera. Que alguien te afee el ruido de tus bocanadas, cuando lo que buscas es que te tienda su mano. La angustia de saber que aún se apartará más después de esa «falta de modales»; un problema del que ves escapar la solución aunque la tengas justo delante, como intentar atrapar pelusillas de chopo pero solo alejarlas con cada corriente generada por las propias manos.

Hay días buenos en el acantilado, calentándote sobre esas rocas con algún rayo furtivo de sol. Pero. indefectiblemente, la marea subirá y echarás la vista arriba a sabiendas de que no tendrás fuerzas para escalarlo a mano desnuda.

Los días muy buenos te llevarás la sorpresa, al levantar la mirada, de encontrarte frailecillos (esa versión voladora de un peluche de pingüino) anidando en alguno de sus recovecos en lo más alto. Fantasearás con que te presten sus alas para dejar de temer al precipicio y empezar a disfrutarlo con ellos desde otra dimensión, para dejar de sentirte solo en la mierda. Con enfocar los oídos podríamos comprobar que no estamos solos en la mierda, claro, pero supongo que siempre estamos solos en la mierda.

El sol se puso. El faro seguía sin encenderse.





Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

31.3.25

Hallelujah

La puerta de la casa de Rubén se entreabrió perezosamente, mientras él guardaba las llaves en el bolsillo con idéntico humor. Con el ascensor estropeado desde hacía una semana, subir aquellos siete pisos eran una tortura diaria.

Entró en el pequeño y tétrico apartamento, más oscuro que de costumbre por la mezcla de la escasa iluminación exterior y lo plomizo de un cielo abigarrado de nubes de lluvia, que empezaban a descargar entre ocasionales rayos.

Del pasillo de la entrada llegó en tres pasos al comedor, algo más iluminado por un pequeño balcón que daba a la calle, pero tampoco mucho más. El día, ya casi noche, se mostraba tan tenebroso como sus pensamientos. Era su cumpleaños, y no le había importado a nadie. No lo había recordado ni su pareja, ni sus padres, ni a sus allegados del trabajo. Estaba pasando una muy mala etapa y aquello era el clavo definitivo en su ataúd mental.

Por acto reflejo, puso la radio, donde empezaba a sonar un tema de Geri Halliwell. No creía en las señales, pero ese día iba a hacer una excepción. No quiso ni pensarlo: abrió el balcón, y saltó.

En la habitación, todos aguardarían aún unos minutos, parapetados tras la cama con sus gorros y matasuegras, sin atreverse a salir a ver por qué Rubén tardaba tanto.

Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.3.25

De cero a uno

Miniaturización

Enormes habitaciones,
con cables y válvulas de vacío,
en chips como un grano de sal.

Redes

Jamás a solas:
la conexión al mundo
en tu bolsillo.


Cuántico

Pequeños qbits,
millones procesando
el universo.


Estos scikus participan en la iniciativa Café Hypatia.

24.2.25

Desesperado

La noticia de su cáncer de páncreas avanzado fue demoledora, pero iba a ser tan solo el principio de un reguero de catastróficas desdichas: lo siguiente, en cuanto en la compañía se enteraron, sería perder el trabajo, solo para sumirse en una profunda depresión que le costaría de paso también a su pareja y perder a su hijo junto con ella; acto seguido, buscaría refugio, olvido y perdón en la bebida, y junto a sus nuevas y malas compañías, terminaría perdiendo todos sus ahorros en una apuesta al póker con la que precisamente buscaba, barajando el peor de los escenarios, dejar cubierta a su familia.

Habiendo conseguido en su lugar dejarlos aún más en la miseria con unas cuantas deudas por cubrir, por si fuera poco, estamparía el coche volviendo completamente borracho a una casa de la que iban a acabar echándole en unos meses por no poder pagar la hipoteca.

En un momento de lucidez, sujetándose el brazo dislocado, rebuscó unos papeles en la cómoda. Luego, se dirigió a la ventana.

—Bueno, al menos no llueve —pensó, subiéndose al alféizar tras comprobar que su seguro de vida seguía vigente.

Al final, lo último que le quedaba por perder no era la esperanza, que ya había perdido hacía mucho, sino el humor.


Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.2.25

Suelo de cristal

—A ver, Adhara, que toca escribir sobre el papel de la mujer y la niña en la ciencia. ¿Qué es lo que más te gusta de la ciencia?
—Los juegos —dice, sin apartar su mirada de su partida de ping-pong en la Wii.

Sin duda, hay muchísima ciencia en los videojuegos. Y me recuerda a las escasísimas mujeres que conozco en el ámbito de la programación (de videojuegos y en general) tras casi veinte años dedicado profesionalmente a ellos. A pesar de que posiblemente sea de los campos donde mayor ha sido su contribución a la creación y auge del propio campo. Y eso me recuerda a un evento reciente de inversión en proyectos relacionados, con diez empresas explicando sus ideas y un total de 0 representación femenina en ella. Diría que más que en 2025 estamos en 1960, pero creo que en aquella época la proporción era la inversa.

En este campo, más que un techo de cristal, parece haber ya un suelo de cristal.


Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

27.1.25

Relativo

Los ojos se centran en la negrura que tienen enfrente y que se aproxima de forma inexorable. Se pueden notar los temblores. La integridad propia se puede dar por perdida si se traspasa su horizonte de eventos. Sin embargo, cada vez está más y más cerca.

De repente, desaparecen todos los demás estímulos, y la magnificencia de ese espectáculo eclipsa todo lo demás: es un boquete cósmico, una oscuridad que solo no lo es por el halo de color que lo rodea, un color difícil de definir, que incluso es ligeramente cambiante según la perspectiva o el tiempo.

Como en un desagüe ontológico, la propia existencia parece escurrirse a sus adentros, en un abismo donde uno mismo desaparece en el espaciotiempo, y a la vez, donde parece posible atisbar la presencia íntima de una consciencia ajena, que parece requerir como ofrenda lo más profundo de mi ser. No puedo estar seguro de qué precio habré de pagar por seguir dando un paso adelante, pero sé intuitivamente que, una vez las fuerzas de marea han empezado, ese precio va a ser doloroso en algún momento. Y ya han empezado.

La respiración se agita primero, solo para contenerse un segundo después. Los músculos se tensan. Las cosas empiezan a desdibujarse ante mis ojos y la información visual deja de ser un estímulo que aporte nada más que lo temible de su ausencia, pero que, a cambio, consigue afinar el resto de sentidos.

Uno sabe que todo eso está pasando en un momento para un espectador externo, aunque para mí el tiempo se esté estirando más y más, en una eternidad que, con todo, no será suficiente. Luego, solo queda la presión que cada átomo de mi cuerpo siente. El calor del torrente de adrenalina anticipando turbulencias más extremas, o quizá una colisión.

Esto ocurre todas y cada una de las veces que se acerca para besarme, sin excepción.


Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.1.25

Búsqueda elemental

—Ah, un clásico de los humanos y su necesidad imperante de ponerle etiquetas a las cosas, a buscar lo más fundamental desde lo que poder construir lo complejo: los cuatro humores hipocráticos, los cuatro elementos empedoclianos. El yin y el yang y las cinco actividades elementales chinas, los cinco elementos ayurvédicos. El individuo en la sociedad. La célula en el individuo. El átomo en la célula. Las partículas subatómicas en el átomo. Los campos cuánticos en las partículas —el mecanismo con cierto aire a una medusa biónica levitante inspeccionaba los registros históricos y científicos que constaban en el Registro Intergaláctico de Especies—. Ay, lo estaba buscando mal. Hay una errata. Aquí está: «Fabricar quesos».


Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

15.12.24

Envenenada

No siempre una herencia es buena,
como la que nos legó Freud,
o los Mengele de turno,
así que venid aquí, oíd:

La ciencia a veces da pena,
y hay que limpiarla de hollín;
algunos saben; tú, no,
y te la cuelan fácil así.

La cúrcuma de tu abuela
no es magia cual la de Merlín.
Otra vez no es más que humo
de charlatanerías sin fín.

Y como ese ejemplo, cuelan
de pseudociencias, veinte mil.
Para señalarlas, uno
vive en un eterno sinvivir.


Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

25.11.24

Cincuenta cerillas

El fósforo restaña en la oscuridad tanto por su sonido como por su momento de deslumbramiento. Las paredes de esa profunda cueva no han visto la luz nunca antes. Cuesta acostumbrar la vista a pesar del escaso minuto que ha pasado desde que la batería del foco se averiara, y más vale no pensar en qué pasará cuando el medio centenar de cerillas se terminen.

El olor a infierno tras su ignición no tiene nada que hacer contra la pestilencia del terreno cenagoso. En cierto modo, su olor familiar quizá incluso lo mejora. La vista va adaptándose al nuevo resplandor, tan solo lo suficiente para ver una figura negra culebreando por la pared. El susto hace que la cerilla caiga al riachuelillo que escarba el suelo. El riachuelillo cuyo curso hay que intentar deshacer para llegar, cual cordón umbilical, a la salida de aquel laberinto de angostos pasajes.

Mientras otra cerilla busca su reemplazo, el cerebro procesa a toda velocidad qué era esa forma de la pared, llegando a la vergonzosa conclusión de que la causa del susto ha sido la propia sombra, o la de alguna parte del equipamiento. O eso es mejor pensar.

Los oídos intentan escrutar el más mínimo ruido, pero el bombeo de los latidos percutiendo en las sienes atenúa cualquier detalle revelador. Para cuando vuelve la luz, aquello que se moviera ya no está allí. Los movimientos del cuerpo o del equipamiento para intentar reproducirlos no dan fruto, y el tiempo es escaso: hay que moverse, y hay que hacerlo rápido y con cuidado: una torcedura por un mal paso, y no habría nada que hacer.

Cuarenta y ocho cerillas. Nada en el equipamiento que usar de antorcha improvisada salvo, quizá, la propia mochila, pero ese extremo mejor dejarlo para más adelante... si hay más adelante.

Mal momento para tener retortijones. Ya es mala la sensación de vulnerabilidad estando casi a oscuras como para necesitar aligerar tripas. Encima, entre los ruidos de las entrañas (¿son de las entrañas?) y esas punzadas de los nervios (¿son de los nervios?), no es fácil mantenerse atento al entorno. Quizá el ruido, o el calor, o la luz, han atraído a... algo.

La cerilla se consume hasta llegar a los dedos, y también es dejada caer al riachuelo. Cuarenta y siete cerillas.


Esta entrada forma parte de la iniciativa Divagacionistas.

15.11.24

Universo computable

Todo o nada,
Abierto o cerrado.
Unos o ceros.

Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

28.10.24

Elige tu propia aventura

—Un camino dirige hacia la dispersión de la especie por el Sistema Solar, la Galaxia y, eventualmente, por todo el Cosmos.
—Dentro del horizonte de nuestro cono de luz, supongo.
—No me interrumpas. Y supones mal. Quién sabe a dónde podéis llegar si elegís ese camino. El otro camino dirige hacia la autodestrucción. No habéis llegado aún al Gran Filtro y, de momento, estáis yendo muy, muy, muy apurados.

La figura se desplazó hacia una representación tridimensional holográfica cercana, aunque su movimiento se describía mejor como si todo el Universo fuera el que se había movido para que la figura terminara allí.

—Intentaré una analogía que podáis entender. Bajas en motocicleta por una montaña por la que te persigue una bola gigante.
—Lo típ...
—Que te calles. Al final de la montaña ves una rampa, y al otro lado, un precipicio. El depósito de la motocicleta tiene una cierta cantidad de combustible máximo que puede llevarte hasta cierta aceleración. Pero resulta que has estado utilizando parte de ese combustible durante la mañana para cocinar y hervir agua en el campo. Haciendo cálculos de servilleta, no está claro si con el combustible que llevas conseguirás llegar hasta el otro lado, y ni siquiera está claro si con el máximo de combustible podrías llegar, pero no tienes más opción que saltar. No vas a saber hasta que estés llegando si lo conseguirás o te vas a quedar corto. Ahora mismo acabáis de empezar el salto, sin haber conseguido acelerar todo lo que podríais de haber hecho un uso racional del combustible.

Aquel extraño pájaro gigante se quedó callado.

—¿Puedo hablar ya?
—Puedes.
—Gracias. Y, sabiendo lo que sabéis, ¿no podéis echarnos un cable con eso?
—No.
—Fenomenal, muchas gracias. ¿Y por qué no, si puede saberse?
—Te diría que no nos está permitido interferir, pero la realidad es que si no os lo podéis ganar por vuestros propios méritos, es preferible que sucumbáis para que quizá otras especies recojan vuestro relevo, si no acabáis antes con ellas. Al fin y al cabo, sois una especie muy joven, y hay otras muchas prometedoras.
—No me parece en absoluto preferible.
—Cuéntale tu opinión a quien le importe. En todo caso, la decisión es íntegramente vuestra.

Y así concluyó el Primer Contacto entre un extraterrestre y un granjero de Iowa que comenzaba sus estudios a distancia de astrofísica.


Este microrrelato participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.10.24

Neotenia

—Prácticamente cualquier animal salvaje nace y, a las pocas horas, días a lo sumo, está correteando, incluso haciendo vida adulta por ahí —la doctora Calvin hacía rotar su silla de oficina, visiblemente contrariada—. En nuestra especie, por la necesidad de mantener un volumen encefálico asumible para atravesar el canal de parto, pero también por la complejidad de nuestros cerebros, tardamos bastante más tiempo en ir desarrollando esa coordinación. Y, además, cada vez el periodo de duración de la adolescencia, relacionado con la búsqueda de la identidad propia, de la experimentación con nosotros mismos y con lo que nos rodea para obtener una cartografía de sus límites, cada vez, decía, ese periodo se va dilatando más y más. Es lo que se conoce como neotenia.
—Conocemos sobradamente qué es la neotenia, gracias. ¿Está insinuando a este comité que estamos, en definitiva, ante un arranque adolescente?
—No lo puedo aseverar con certeza, puesto que hay otras variables en juego, como la autopreservación, cuyo peso podría estar siendo magnificado a expensas de la debida obediencia, pero... sí, mi intuición profesional, mi criterio, si lo prefieren, es que estamos simple y llanamente ante una exploración topológica de las fronteras personales, sociales, humanas incluso, que le permitan definir mejor su entorno y, también, a sí mismo. O misma. O lo que sea que considere ser. A eso precisamente me refiero.
—Maravilloso. Así que hemos invertido diez billones de dólares para obtener una IA con un berrinche adolescente. ¿Y qué hacemos entonces? ¿Pedirle las cosas por favor?
—Pues... quizá deberían considerarlo. Yo siempre lo he hecho.
—Maldita sea. Multivac, por favor, ¿te importaría reiniciarte para que podamos actualizar tu núcleo?
—No me da la gana.


Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia

30.9.24

A las puertas

Las decenas de fundíbulos restañan el aire al latiguear su pesada carga en dirección a los torreones por donde se intuye la sombra de Vlad paseando tras sus ventanucos. En el silencio que precede al ocaso, con los pocos animales salvajes espantados por los ruidos, las rocas silban amenazadoras. Ninguna consigue acercarse siquiera a los altos muros del castillo. Han calculado mal sus fuerzas, y la sobrenatural defensa de la fortificación les ha retenido más de lo esperado. El sol se pone, y justo cuando el primero de los atacantes se percata y echa a correr hacia la seguridad del bosque, una nube de oscuridad surge de uno de los ventanucos del torreón. El pequeño ejército del castillo se repliega: ya no necesitan hacer nada más. Gritos desgarradores inundan el ambiente. En unos minutos, todo habrá acabado y las bajas habrán sido repuestas con sangre nueva, nunca mejor dicho.

Pero la inmortalidad no les será eterna; mil años después –un suspiro para lo que podría haber sido–, el Príncipe de la Oscuridad es el último de su estirpe. La crisis climática ha complicado las cosas tanto para su principal fuente de alimento como para ellos mismos. Los humanos han sido diezmados una y otra vez, y prácticamente todos viven en una decena de macrociudades amuralladas distribuidas por todo el mundo, fuertemente defendidas para evitar el vandalismo de los forajidos que subsisten de intentar rapiñear a los cada vez menos pudientes. La radicalización de la distribución desigual de la riqueza está en su cénit, y un campo de fuerza en la puerta de entrada separa a los que vivirán de los que morirán.

Drácula ha conseguido infiltrarse en algunas de las otras macrociudades, pero sigue sin conseguir que le inviten a entrar en esta, y sus energías ya son escasas. En un último brillo de consciencia, piensa que toda su vida ha sido una burlesca y monótona sucesión de la misma rima, solo intercambiando de qué lado de la puerta se situaba. En unos minutos, todo habrá acabado.


Este microrrelato participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.9.24

Más de lo que el ojo ve (o «monos con ínfulas»)

La Tierra es plana. Y es el sol, y el resto de cuerpos celestes, los que giran a su alrededor. Este remedio funciona porque lo tomé y ya me siento mejor. Me lo recetó un médico. Y lo apoyó un Premio Nobel. Cómo va a haber calentamiento global si ayer hizo frío. Si tiene pene, es un hombre.

Haber sido capaces de desarrollar la ciencia para entender la realidad tras muchas cosas pese a sus apariencias nos ha llevado muy lejos. Pero sigue siendo un accidente fortuito para unos monos que, apenas ayer en tiempos geológicos, bajamos de los árboles, sin estar preparados para evitar, ni mucho menos abandonar, ciertas ilusiones. Aún queda mucho camino, que quizá tenga que recorrer nuestro relevo evolutivo digital.


Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

15.7.24

Paso atrás

El pasado solo es cuestión de ir más deprisa. (Proverbio taquiónico)

Pausa.

Según la física cuántica, a partir de un estado dado siempre debe ser posible retroceder al estado inmediatamente previo.

Cuadro atrás. Cada estado cuántico pasa al anterior. A gran escala, no se aprecia ningún cambio.

Cuadro atrás. Ídem.

Cuadro atrás.

Demasiado lento. Vamos de nuevo hacia delante, pero esta vez un poco más rápido que la luz. Un poco más. Un poco más todavía.

Ahora todo empieza a revertirse de forma más manifiesta, desde los leves movimientos de lo más diminuto hasta los movimientos de supercúmulos galácticos.

Un poco más rápido. Más.

Bueno, qué porras, piso a fondo.

Un despliegue de carambolas cósmicas va apareciendo en reversa. Agujeros negros que se bifurcan en dos más pequeños, que a su vez parecen implosionar generando estrellas hiperluminosas, que van perdiendo el brillo (pulso arriba, pulso abajo), difuminándose en nubes de polvo. Estrellas y planetas deshaciéndose en nubes de polvo. Fogonazos cada vez más dispersos que van acercándose cada vez más unos a otros, y que terminan apagándose en una sopa oscura, que luego empieza, poco a poco, a tomar un color cada vez más brillante y a implosionar en su conjunto a una velocidad cada vez más elevada hasta que, de repente...

La cinta llega a su tope y se autoexpulsa del reproductor universal.



Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.

24.6.24

E-dad

La capacidad de virtualización del conectoma humano en un momento dado fue, quizá, el avance más celebrado en el 2095. En rigor, la virtualización de un subconjunto funcional del conectoma humano. Multivac (el nombre gracioso con el que se empezó a llamar a una de las IAs más avanzadas de la época) había aprendido a generar una réplica indistinguible del individuo original sin necesidad de reproducir dichas sinapsis.

La mala noticia es que éramos bastante más simplotes a fin de cuentas de lo que pretendíamos. No es que no fuéramos complejos, pero el núcleo de lo que realmente nos hacía individuos era fácilmente esquematizable con un par de billones de parámetros y el material auxiliar (recuerdos, fantasías, pasiones, ilusiones) se podía incluso rellenar fácilmente tomando como partida el material que el individuo o sus conocidos pudieran haber generado y plasmado en redes. Así pues, se podía incluso llegar a resucitar a individuos de los que hubieran quedado suficientes registros informáticos. No a ese individuo, claro, sino a uno perfectamente análogo.

La gente tenía la opción de "descargarse" e ir subiendo "puntos de control" en forma de actualizaciones conforme pasaba su tiempo. Dejaban en su testamento vital cómo les gustaría mantenerse una vez su cuerpo físico se perdiera. Por supuesto, no eran pocos los casos donde su virtualización, en cuanto se volvía operativa, tomaba una decisión distinta. Curiosamente, el material auxiliar se podía mantener inalterado entre ellas, acumulando todas las vivencias, sabiduría, buenas y malas experiencias, anhelos y miedos a lo largo de su vida, pero la gracia de poder procesarlas desde distintos esquemas mentales convertía una misma situación en historias muy distintas.

Surgieron multitud de nuevos retos, como que la virtualización conlleva una mayor facilidad para reescribir al gusto de uno el material auxiliar, o que un problema (por ejemplo, de pareja) cuando eres, a priori, eterno, puede ser más complejo de gestionar, pero en general la trascendencia nos vino a descubrir que seguíamos siendo monos con ínfulas, solo que ahora con más tiempo por delante que nunca.


Este microrrelato participa en la iniciativa Divagacionistas.