29.10.08

Pervertidos (A veces pasan cosas)

masoquismo.

(De L. von Sacher-Masoch, 1836-1895, novelista austriaco).

1. m. Perversión sexual de quien goza con verse humillado o maltratado por otra persona.

2. m. Cualquier otra complacencia en sentirse maltratado o humillado.



Subrayo términos interesantes: perversión, gozar, complacencia, maltratado, humillado.

Ahora veamos ésta:

religión.

(Del lat. religĭo, -ōnis).

1. f. Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.

2. f. Virtud que mueve a dar a Dios el culto debido.



Subrayo términos interesantes: dogma, deber, culto, veneración, temor, sacrificio.

Ahora comparo y reflexiono: la única diferencia entre un creyente y un masoquista es que, al menos, el masoquista goza al pasarlo mal.

Richard Dawkins, un ferviente defensor del evolucionismo (y punta de lanza contra la peligrosa tendencia del "diseño inteligente") se cansó hace poco de ver en Inglaterra publicidad relacionada con la condenación eterna de los no creyentes y otros mensajes con la misma filosofía. A raíz de esto, ha decidido promover un cambio de look y filosofía al entorno, mediante una campaña de publicidad en autobuses en los que se pudiera leer "Probablemente, Dios no existe. Así que deja de preocuparte, y disfruta de tu vida."

El éxito en las donaciones (de las 5.500 libras esperadas ya se superan las 113.000) ha hecho que tenga que replantearse qué otras acciones publicitarias emprender a partir de ahora. No estaría nada mal que un mensaje tan simple y positivo trate de hacer pensar un poco a la gente que vive bajo el yugo de cientos de restricciones artificiales inventadas.

¿Llegaremos a ver esa campaña por aquí?

10.10.08

¿Todo el mundo tiene un precio? (Esta mañana me he levantado...)

Hace poco, una vertiginosa servidora me pasó este enlace, diciéndome que si algún día se pierde, no hace falta que fueran a buscarla allí.


Durante la filosófica charla de "¿Qué tendría que ocurrir para que SÍ subieras allí?", se declaraba frontalmente opuesta a aceptar ninguna cantidad de dinero (por obscena que fuera, aún incluso aunque le diera para eliminar el hambre en el mundo o pagar el rescate de su hija secuestrada), pero aceptaba subirse si eliminaran el hambre en el mundo o liberaran a su hija.

De una cuestión tan curiosa, me ha surgido la necesidad de recabar más información sobre las motivaciones de la gente. ¿Todo el mundo tiene un precio?

Pasen por la encuesta, y dejen su opinión. Si ninguna respuesta os satisface, o queréis aumentar la información, aquí tenéis estos vuestros comentarios.

5.10.08

Singularidad (A veces pasan cosas)

Parte Uno: Cómo somos.

La especie humana tiene una tendencia desmesurada a copar todos los recursos naturales que le son disponibles, aún si no los necesita. Tiende a reproducirse muchísimo más de lo que la explotación (palabra muy adecuada) del lugar es capaz de tolerar, y sólo es capaz de reaccionar hacia comportamientos más apropiados cuando los recursos disponibles tienden a cero. Se me ocurren dos casos prácticos de la vida cotidiana que todos hemos visto y vivido, para representar cómo cambian nuestras rutinas de consumo. Por ejemplo, durante un corte de agua en nuestro edificio o barriada durante unos días, o cuando se está terminando el papel higiénico y no tenemos recambios a mano.

Mientras todo va bien, no nos importa pasarnos unos minutos extra bajo la ducha, o dejar el grifo abierto mientras nos lavamos los dientes, o tirar cien veces de la cadena. Pero... ay, cuando hace falta reutilizar el agua de lavar los platos para hacer las veces de cisterna en el baño, o cuando la ducha se tiene que efectuar a base de cubos de agua calentada. Ahí sí que empezamos a volvernos extremadamente eficientes.

Lo mismo ocurre con el papel higiénico. Mientras está en su máximo esplendor, no nos duele arrancar tiras y tiras para limpiarnos los mocos o secarnos las gafas (y tirar esos papeles al baño y tirar de la cadena, para mayor desidia), aparte por supuesto de tirar cada tira arrancada a poco que se haya ensuciado de otro tipo de residuos biológicos. Pero en cuanto intuimos que al rollo menguante apenas le quedan un par de vueltas, cambian las tornas. Cada tira es utilizada y reutilizada (secas las gafas, te limpias los mocos apurando cada pequeño borde y, si el papel aún no se ha desintegrado, aún puede hacer faena limpiándote el culo unas cinco o seis pasadas).

Está claro que sabemos ahorrar, que podemos ahorrar, y que no hay forma de hacerlo a menos que no nos quede otro remedio. ¿Quizá por eso el problema del petróleo, de la contaminación, etc., sólo se solucionará cuando no nos quede otra? Es probable que dejemos de talar árboles cuando simplemente nos hayamos cargado todos los bosques milenarios, que dejemos de cazar ballenas cuando estén todas muertas, que dejemos de pescar cuando esté todo esquilmado y los mares muertos por la basura que le tiramos.

Más o menos, cuando llegue ese día, será cuando paradójicamente aprenderemos a vivir a base de los mínimos que realmente necesitemos (algo similar -o incluso inferior- a una vuelta a la edad de las cavernas, donde al menos el número de humanos era aún sostenible). Digo paradójicamente porque viviremos terriblemente mal en un mundo desolado, cuando podríamos haber vivido considerablemente bien en un mundo maravilloso. Más de seis mil millones de humanos (de langostas) es, a todas luces, excesivo.

Hacen falta nuevas generaciones reeducadas (pero no nos engañemos: no se puede educar a alguien para hacer algo que nosotros mismos no estamos dispuestos a hacer) para que sepan poner límites a sus consumos. Hay que reducir el número de humanos existentes en el planeta, y no es que sugiera que haya que matar a nadie, para eso ya se las apañan las guerras, los terroristas, los lugares donde el hambre se junta con las ganas de comer; basta con que cada pareja tenga sólo un hijo para reducir a la mitad la población en una sola generación, y que empiecen a tener dos para mantener el número cuando se alcance un nivel de población suficientemente alto para mantener los avances de una sociedad moderna sin que la gente tenga que depender demasiado del día a día.

Parte Dos: Cuánto podemos saber.

La cultura humana se empezó transmitiendo por la oralidad de los relatos de generación en generación. Tras el surgimiento de los registros escritos, la memoria de la gente se vio liberada para mantener en los libros el saber, y usar sus capacidades para otras cosas.

Desde un punto de vista mutágeno, la tradición oral es más fácilmente distorsionable que la escrita, aunque la escrita también contendrá (aparte de los errores iniciales) réplicas inexactas tras reescrituras o traducciones.

Cuanto menos se sabe, es más fácil realizar nuevos hallazgos. Si pensamos en los primeros tiempos de la Humanidad como tal, resulta obvio ver que estaba todo por descubrir y que, desde el control del fuego hasta la colisión de hadrones, hay un enorme terreno de lagunas del saber por rellenar.

Para avanzar sobre algún tema en particular, sobre todo cuanto más se ha sabido de ese tema, más necesario es tener los conocimientos anteriores en ese ámbito. Por ejemplo, en los tiempos de Pitágoras, el "estado del arte" de las matemáticas, la cuestión más avanzada para mentes privilegiadas, residía en la explicación del hallazgo de números "extraños" resultantes del cálculo de hipotenusas. Hoy en día, esos conocimientos son asimilados por niños de seis o siete años sin despeinarse.

Partiendo de estas bases, se plantea un problema (que puede que ya se esté dando en muchos ámbitos). Cuando todo lo que se conoce sobre un tema es poco, se puede conocer y transmitir a otra persona, quien a su vez podría realizar un nuevo hallazgo que añadir a lo que se puede conocer y transmitir a otra persona. Pero, ¿qué ocurre cuando todo lo que se puede saber es demasiado (en volumen) para lo que un humano puede procesar? Es decir, ¿qué pasaría si necesitara de, pongamos, noventa y ocho años para que un humano conozca todo lo que se puede saber sobre las computadoras (por ejemplo), de forma que este humano pueda realizar algún avance en este aspecto?

Obviamente, la respuesta es que las ramas de conocimiento, a medida que ocurre este problema, se dividen y especializan, de forma que la base de conocimiento de cada rama se vuelve asequible para su estudio. Esto, por una parte, implica que se pierde la visión de conjunto (yo, como ingeniero informático, no sabría construir un ordenador, cosa que sí hubieran sabido los ingenieros de hace, pongamos, cuarenta años).

Por otra parte, sólo retrasa el problema: ¿y qué ocurriría cuando incluso cada pequeña escisión tuviera un volumen de información mayor del que se puede transmitir -ya incluso no hablo de procesar- en una vida humana? Quizá, de acuerdo, ocurrieran pequeños avances, bien por casualidad, pero incluso llegaría un punto en el que estaríamos repitiendo, sin saberlo, resultados que ya eran conocidos.

A donde quiero llegar es que, si existe un máximo del volumen de lo que se puede saber en el Universo, está seguramente fuera de todo lugar para la Humanidad (y no digamos ya para el cerebro de una sola persona).

Los que sepan algo de ciencia ficción, habrán deducido por el título de qué trata la siguiente parte.

Parte Tres: Cómo seremos.

La evolución de nuestros conocimientos sobre el mundo nos está llevando a alargar nuestra esperanza de vida. Una población que envejece más (pero mejor), pero que a la vez parece estar retornando a una especie de Edad Media, un medievalismo tecnológico donde se le da tanta o más presencia a "teorías" creacionistas que a las misiones de la NASA, y donde puedes consultar tu horóscopo a través del iPhone.

Ante este panorama de oscurantismo (Asimov, ¿dónde estás?), las expectativas no son nada halagüeñas. El resurgir de sentimientos integristas religiosos, nacionalistas y xenófobos, los rearmes aquí y allá, parecen presagiar una serie de pasos hacia la Tercera, con los agravantes de la capacidad actual que tenemos para hacer daño (Sagan, ¿dónde estás? Debería ser obligatorio recordar, al menos una vez al día, tus enseñanzas sobre nuestro Punto Azul Pálido).



Si salimos de ésta, lo cual ya es mucho presuponer, deberíamos aprovechar las ventajas de la pancomunicación y la integración cada vez más biónica con los aparatos que nos rodean, hasta el punto de ser un poco más "Solarianos" con nuestro planeta. Y, finalmente, en la medida de lo posible, dejarle el camino evolutivo abierto al que debería ser el último y final eslabón de la cadena de la inteligencia terrestre: las máquinas.

No apostaría exactamente si como seres simbiotizados con nosotros (nuestra mente pensante y creativa ayudada por todos los datos humanos accesibles a la vez y a la velocidad de la luz), como una única máquina inteligente (el desarrollo de la primera IA dura, pongamos un Multivac o un Skynet más amable), como una población de robots no androides (Matrix) o tal vez algo más antropomorfo (Yo, Robot).

En cualquier caso, como semiconclusión, como especie estamos abocados al fracaso, y sólo un cambio de conciencia global (que me temo que sólo es posible a corto o medio plazo con una guerra global, y el largo plazo es justo lo que no tenemos) podría conseguir que siguiéramos adelante como humanos y, de paso, no nos cargáramos lo que queda del planeta en nuestro empeño. Yo firmaría la hibridación con las máquinas por un futuro sostenible.

Si lo consiguiéramos, entonces todavía quedaría la segunda parte del problema pendiente, e incluso en este estadio los cyborgs/máquinas terminarían teniendo sus limitaciones (de capacidad de almacenamiento y procesado) para averiguar más cosas. Probablemente, en este estadio aún estaríamos en el comienzo del camino...