30.4.07

Ciertos principios

Siempre pensó que podría ir de una en otra, pero creía firmemente que era mejor tener ciertos principios, como «Érase una vez».

27.4.07

Heaven (Esta mañana me he levantado...)

Hace tiempo que voy detrás de esta canción. Escuchándola, hubiera jurado que el título sería "Heaven". Es la estupenda canción que sale en "La milla verde", original de la también mítica película "Top Hat", en la que Fred Astaire le canta a Ginger Rogers sobre la música, el cine y la vida.

Pero no, no se llamaba "Heaven". Precisamente hoy, la radio me ha contado su historia: Cheek To Cheek (mejilla contra mejilla), de Irving Berlin. He encontrado una bonita versión de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald en goear, así que sólo me queda dedicarla :)

Cheek To Cheek

Heaven, I'm in heaven
And my heart beats so that I can hardly speak
And I seem to find the happiness I seek
When we're out together dancing cheek to cheek
Heaven, I'm in heaven
And the cares that hung around me through the week
Seem to vanish like a gambler's lucky streak
When we're out together dancing (swinging) cheek to cheek
Oh I love to climb a mountain
And reach the highest peak
But it doesn't thrill (boot) me half as much
As dancing cheek to cheek
Oh I love to go out fishing
In a river or a creek
But I don't enjoy it half as much
As dancing cheek to cheek
(Come on and) Dance with me
I want my arm(s) about you
That (Those) charm(s) about you
Will carry me through...
(Right up) To heaven, I'm in heaven
And my heart beats so that I can hardly speak
And I seem to find the happiness I seek
When we're out together dancing, out together dancing (swinging)
Out together dancing cheek to cheek

A veces pasan cosas (revisitado) (A veces pasan cosas)

La última mención que hice en la anterior entrada a una de las primeras "cosas serias" que escribí en este mi pequeño rincón no era gratuita. Hace mucho, mucho tiempo, caí en la cuenta de que todo era fútil. Todo perecedero. No importa cuán grande la gesta, no importa cuánto lucháramos para conseguirlo. Nuestra historia (personal, familiar, social, en cuanto a especie e incluso a nivel universal) está destinada a ser un libro tirado al fuego nada más terminar de escribirlo, sin que nada ni nadie lo lea, sin que a nada ni a nadie le importe.

Creo que ya comenté la profundísima crisis existencial que me produjo este pensamiento, por allá por COU, nueve años ha. Es un pensamiento poderoso, que me vuelve a cada cierto tiempo, y una de las razones por las que este blog sigue vivo: necesitaba un lugar donde plasmarlo por escrito.

El hecho de revisitar la idea cada cierto tiempo hace que en cada ocasión encuentre un pequeño matiz nuevo. En la primera y muchas de las siguientes, fue la catástrofe, el nihilismo, la inexorabilidad de la condena de morirnos, que mueran nuestros hijos, que muera nuestra especie y que muera nuestro universo, y luego nada, para siempre. Todo el sufrimiento, todos los avances, toda la entrega, ¿para qué? Luego apareció una vertiente más práctica y resignada: no podremos hacer nada a nivel global, pero podemos tratar de vivir lo mejor posible durante el tiempo que dure nuestra existencia (sin caer en un hedonismo vacío; vivir lo mejor posible implica invertir mucho tiempo y esfuerzos en la mejora de la calidad de la vida humana, desde el cumplimiento de los Derechos Humanos hasta decirle a esa persona especial que le quieres, y hacer lo que sea necesario para que esté bien). Después vino una vertiente negacionista: quizá sea mejor olvidarse de todo eso y que la vida siga su curso; parece difícil vivir pendiente de la espada de Damocles.

Supongo que ha sido cosa de la última iParty el ver el asunto desde un enfoque totalmente nuevo. Quizá el tirar el libro al fuego sea, después de todo, el mejor de los regalos que se nos pueda hacer jamás en cada historia en particular y la historia humana en general. La libertad. La libertad de actos (para bien y para mal, esta libertad siempre saca lo peor y lo mejor de las personas), la visión de que somos los dueños de nuestro guión. De que podemos escribir todo lo torcido que queramos en nuestro renglón, porque no lo va a leer nadie. Podemos escribir sin miedo a escribir tonterías, a escribir cosas fantásticas e infumables. Podemos escribir las mejores líneas del mundo y sentirnos satisfechos con nosotros mismos. En cualquier caso, no habrá Juicio Final. Sólo Final. Para los creyentes, vendría a suponer una especie de "perdón divino": no importa cuánto te equivoques, nadie te va a hacer responsable de tus errores. Para los no creyentes, sólo una excelente excusa para no quedarse con las ganas de saber qué pasaría si se rompe una o dos reglas preestablecidas, o ninguna, o todas a la vez. O sólo las pares.

A veces pasan cosas. No pasará nada si no hacéis vuestras camas. No pasará nada si no limpiáis el coche. No pasará nada si os ponéis cada calcetín de un color distinto o si le decís "te quiero" a vuestro/a amado/a. No pasará nada de nada. Para vosotros, en menos de cien años todo habrá acabado. Para vuestros hijos, con suerte, en un poco más. Para nuestra sociedad, quizá algún siglo, o menos. Para nuestra especie, quién sabe, pero no le auguro demasiado.

Pensad: ¿si hubiera un cometa a punto de estrellarse contra la Tierra...? No voy a seguir. Simplemente pensad, y descubrid qué queréis.

Yo lo tengo bastante claro, y aprovecho esta misma entrada para no poner otra sobre algo que hace tiempo que quería hacer. Modo "esta mañana me he levantado": hoy me he topado con Will, una de las partes integrantes del dúo tragicómico de Jacobo y Will. Llegaba tarde (o tardísimo, de hecho no llegaba y nunca llegó a llegar) a una fantástica clase de Teoría de Autonosequé y otras cosas que no recuerdo, y hemos cruzado algunas palabras. Me he notado a mí mismo distante, y con el mal regusto de que él pensara que me caía mal o algo, cuando es alguien que me encanta. De hecho, tanto Jacobo como él me parecen personas de "espíritu puro", que no sabrían ser "malos" ni aunque se compraran una máquina para ser "malos". Alguienes que querría ser yo si no fuera yo mismo y estuviera contento con ello.

Así que me he quedado pensando en por qué no hacer una entrada nombrando a toda la gente a la que quiero un montón y los motivos por los que me encantan. Podría empezar, por ejemplo, con el propio Will, porque admiro su humor, que haga capoeira (y llegue tarde a las clases por eso; ups, se me escapó, sorry), que tenga esa compenetración tan poco usual con Jacobo, que sea brasileño (bueno, no es que tenga mucho mérito, pero me gusta) o que tenga esa forma peculiar y entrañable de hablar. Luego pondría a Jacobo, por ejemplo, porque he conocido a pocos tíos tan majos como él, tan sensato y con una visión de la vida tan bien formada, a mi parecer.

Pero bueno, al poco me he dado cuenta de que la lista es enorme, y aparecería mucha gente, me olvidaría irremediablemente de alguien y luego me sentiría fatal por ello. Quizá podría poner cositas sueltas y terminaría antes: Alicia por su talento con los personajes, Basauri por... sin comentarios, Chema por ser tan espontáneo, David por tener sueños que algún día pueden hacerse realidad, Manuel por lanzarse al vacío con los ojos cerrados, Gloria por bailar con la vida, Olga por aplanar todas las dificultades y poder con todo, Sofia por sus aptitudes (y soportarme a ratos, que no es poco)...

Pero en la lista me he dejado decenas de personas, y cientos de motivos. Tampoco es viable.

Quizá terminara antes si enumerara las personas que no me caen bien y los motivos. Pero tampoco voy a hacerlo, porque ni siquiera sé si existen, y si hay, seguro que son como son por alguna razón que a ellos les parece bien.

En definitiva, que si alguien tiene curiosidad por saber por qué la quiero o admiro tanto, no tiene más que preguntar, darme tres meses para hacer una recopilación de motivos, y esperar el resultado :)

Qué sueño hace...

25.4.07

Desiertos (Esta mañana me he levantado...)

A veces pasa que, buscando desiertos para perderse, terminas encontrándote con que sólo encuentras desiertos de gente. ¿Qué hacer entonces? ¿Calzarse la gorra de explorador y tirar monte a través? ¿Preguntar por el mejor camino a ninguna parte?

¿Y si todos son mudos?

En esos momentos te gustaría poder estar en un DeLorean o un Halcón Milenario, ascender en horizontal y desvanecerte con un estallido en el hiperespacio.

Pero en fin... si es cuestión de paciencia, el día que la repartieron yo estaba bostezando. Que nadie se preocupe: al final, todo se va a acabar.

21.4.07

Palabras nuevas (Esta mañana me he levantado...)

Descubrir (o mejor dicho, que me descubran) palabras interesantes nuevas es uno de mis mayores placeres de la vida. Cada vez se vuelve algo más y más complicado, pero aún así, a veces ocurre.

Por ejemplo, "linotipar". Tan acostumbrados a las impresiones actuales, hemos olvidado que antaño, los impresos no sólo se leían, sino que también se podían palpar. La linotipo era una máquina de impresión matricial con letras de plomo. Más información aquí. La idea de notar el tacto de las letras en la yema de mis dedos me ha resultado muy atractiva, lástima que ya no se usen.

"Procrastinador" me la encontré en una firma. Concretamente, de una frase de mi querido Douglas Adams, a quien tildaban de "procrastinador profesional": «Me gustan las fechas límite. Me encanta el zumbido que producen al pasar de largo.»
Según la RAE, procrastinar es "diferir, aplazar". Pues eso.

Por último, una ausencia. Con los oídos, oímos. Con la vista podemos ver. Con el olfato, oler (u olfatear). Podemos saborear los sabores. Pero... ¿qué pasa con el tacto? ¿Tenemos un verbo para "tactar"? Existe palpar, existe tocar, pero... no es lo mismo. ¿Necesitamos la perífrasis "sentí el tacto", o algo así? Tactar no está nada mal, debería existir.

Y ya he procrastinado lo suficiente mi reentrada en la atmósfera de mi cama. Mañana más, y mejor.

18.4.07

Reflejos del futuro (Esta mañana me he levantado...)

Fue hace cuatro o cinco días. Circulaba despacio, camino de Castellón. El día estaba bastante oscuro pese a ser por la mañana. Llovía, y yo arrastraba un considerable sueño acumulado encima. No el suficiente como para ser una imprudencia conducir (ya que mi nivel de estrés al volante me mantiene siempre en guardia), pero sí para que mi cerebro discurriera por cauces diferentes al usual.

La sensación era extraña. Me sentía como en manos de una persona más curtida y madura que cuidara de mí. Era una sensación de sosiego similar a la que tendría si fuera mi padre quien condujera (quien me condujera en todos los sentidos de la vida). Y, a la vez, era algo distinto. Sentía un espíritu con un toque rebelde, sin ataduras, sin miedo a la vida. Alguien capaz de poder con todo y que nunca se retiraría de una meta que se fijara. Cabezota como él solo, tratando de acumular la sabiduría dispersa de aquí y de allá, de absorber cuanto se cruzara en su camino. Sereno, pero divertido. "Sobrado", pero sin descuidar sus límites. Seguro de sus posibilidades, intentando siempre exprimir al máximo su potencial.

Por un momento tuve ante mis ojos un reflejo de alguien que era yo en el futuro, o que quería ser yo en el futuro. Me satisfacía comprobar que caminaba justo en esa dirección; notaba poco a poco la evolución interior, y agradecí sentirme tan bien conmigo mismo.

Lo que hace el sueño...

Toma nota (Esta mañana me he levantado...)



Puedes encontrar la transcripción aquí. Tómate estos quince minutos con tranquilidad. Te sentarán bien.

15.4.07

Sueño de una noche de verano

Estaba a punto de volverme a casa. Eran altas horas de la madrugada, y mi cuerpo me pedía un respiro que no podía darle. Caminaba hacia el coche, algo preocupado acerca de la posible somnolencia al volante, cuando noté su figura recortada al contraluz de una farola; estaba sentada, en un escalón cualquiera, silenciosa y mirando hacia el cielo.

Mi primer impulso fue pensar en ella. El segundo, que no podía ser ella. El tercero fue acercarme para comprobarlo, impulso que decidí que iba a ser el vencedor.

(¿Qué mira?)

Giré mi cabeza para buscar aquello en el cielo que reclamaba su atención. Allí no parecía haber nada: estaba bastante nublado, yo sabía que había luna nueva y, como mucho, el espectáculo celeste más atractivo era el de la contaminación lumínica pintando de naranja las nubes.

Pensé en las aves. En cómo les repercutiría esa contaminación lumínica en su vida cotidiana. Mientras tanto, me acercaba a ella.

(Ella también está agazapada, como un pájaro asustado.)

Alguien podría decir que fue curioso que llevara bastante tiempo pensando en ella, en cómo decírselo, en esperar el momento oportuno para dar el primer paso, y encontrarme de repente con una situación inmejorable. ¿Por qué no lo hice? Ni idea. El pensamiento de darle, pedirle o robarle un beso había pasado miles de veces por mi cabeza desde los últimos meses, en los que comenzaba a conocerla mejor, a comprenderla un poco más.

Pero no pensaba hacerlo. No porque no me atreviera; al fin y al cabo, cuando uno se acostumbra a poner sus actos en la perspectiva del hecho de que el día siguiente podría ser el último, deja de tener miedo a ciertas repercusiones. No, la verdad es que no quería molestarla. No quería perturbarla más de lo que ya lo estaba.

Si tuviera que describirla, diría que siempre ha sido algo así como mi amor platónico, como una de esas mujeres que tienen lo necesario para volverte loco y por la que apostarías todo a que estaría llevando una vida en la que no podría ser más feliz. Una de esas mujeres que lograban que intentaras sacar lo mejor de ti mismo. Para compartirlo con ella, para impresionarla, qué más daría, el caso es que así era. A la vez, también era una de esas mujeres que, a su lado, conseguía hacerte sentir bastante inferior. Estando con ella te sentías más tonto, más torpe, menos gracioso.

Pero a la vez, el hecho de saber que probablemente no era más feliz de lo que yo en esos momentos (nada para tirar cohetes, de hecho), el saber que tenía bastantes problemas que escoraban su nave, me hacía surgir de algún modo un lado protector y paternalista que me acercaba más a ella: querría abrazarla, poder asegurarle que todo saldría bien, que si me dejaba hacerlo, la resguardaría de cualquier cosa que la preocupara.

Problemas... siempre son más fáciles cuando son de otros. Realmente sabía que la superioridad que pudiera sentir era totalmente ficticia; en mi puta vida había tenido ningún problema ni remotamente similar a uno de los suyos. Es más, con casi total seguridad yo no podría aguantar ni diez segundos con uno de los problemas que ella cargaba estoicamente.


Seguía caminando, y casi estaba a su altura. En silencio, me senté a su lado en el escalón, y miré cómo miraba hacia el cielo. Quise poder decirle cuánto la quería, cosquillearle el cuello para que se relajara un poco, hacerla reír con un chiste, por malo que fuera. Pero ahora yo también era un pajarillo asustado a su lado. Dos manchas negras en la noche.


Ella ni me miró. No tenía ni idea de qué se le pasaba por la cabeza; realmente, ése sería el único (pero definitivo) problema que podría tener con ella, la razón por la que aquél platonismo nunca podría ir más allá. Yo era de Marte, y ella de Melmac. Sabía que su hermetismo podía rivalizar incluso con mi cabezonería. Que, a pesar de superarme ligeramente en edad, ella podía llegar a tener momentos mucho más infantiles que yo. Que, antes que contarme qué pieza se le había roto, preferiría salir corriendo y buscar (o no) un mecánico por ahí fuera.

Ojalá fuera un superhéroe, y pudiera salvarla. Aunque todos los buenos superhéroes tienen en común que ninguno de ellos sabe muy bien cómo salvarse a sí mismo.

Cogí aire. Sentí mucho frío en la nuca; no sé muy bien si por los nervios o por la frescura de la noche, quizá una mezcla de ambas. Si pudiera elegir una frase en el Universo de las palabras y que fuera mi última frase, le diría que la quería. Mantuve el aire en mis pulmones durante unos segundos, y con la voz más serena posible, le pregunté: «¿Qué haces aquí afuera?»

Tardó un poco en responder, como si estuviera volviendo de aquél punto infinito en el que su mirada la había estado refugiando. Cruzó sus brazos sobre sus piernas y agachó su cara entre ellos, apoyándola y ocultándomela a la vez. No la pude escuchar bien, pero respondió algo parecido a «estoy mintiendo».

Así era ella. Surrealista e incomprensible a veces. Dueña de un mundo al que a veces dejaba que le pusiera patas arriba, y con el que soñaba poder coger por los cuernos algún día. Algún día...

Pero no ese día. Estaba triste, enfadada, o fastidiada por algo. Fuera lo que fuere (y yo nunca lo iba a averiguar), le desbordaba por cada poro. Sentí bastante miedo; con ella mis "escudos" estaban totalmente bajados, y a esa distancia una cuchillada podía ser mortal. Querría regalarle una figurita mental tallada en hielo de su propia cara sonriente, y un comentario incisivo por su parte la podría reducir a trocitos, junto con el resto de mi ánimo.

No recuerdo cuál fue su siguiente frase, ni cómo consiguió escaquearse de mí sin moverse del sitio. Sólo recordé aquello de Ulises de "enfadarse es fácil". Y que, si no metiera tanto mis narices donde no me llaman, no tendría tantos problemas después. Pero también que fallar una y otra vez significa que, al menos, lo estás intentando.

El caso es que antes de darme cuenta, estaba en mi coche de camino a casa. Soñoliento. Pensando en nosotros como en una especie de fantasmas de dimensiones incompatibles cruzándose por azar en el mismo punto del espaciotiempo. Quizá algún día...

11.4.07

Éste no es el portafolio que estáis buscando (Esta mañana me he levantado...)

He tenido que confeccionar una suerte de portafolio (o portfolio, en snob) para una asignatura de la carrera. Ya que estaba, pues he aprovechado para forzarme a subir algunas cosillas que tenía por ahí tiradas. Estadísticamente, algo habrá que os guste¹. Con todos ustedes:

Éste no es el portafolio que estáis buscando

¹ O no. Reclamaciones en la otra ventanilla.

9.4.07

Los Falsos Dioses

Mi relato más largo (con mucho), escrito hace tanto que no lo recuerdo, y que no pongo directamente aquí para no floodear el Planet durante siglos. Podéis descargarlo pinchando aquí.

Creo que no está ni revisado, así que igual hay alguna bestialidad. No es que sea muy original, pero... disfruté y sufrí a partes iguales con él. Espero que os sea leve, si os atrevéis con él :)

El Titiritero

Matt Adams sintió la fría camilla bajo su espalda. Un ligero zumbido sobre su cabeza llamaba su atención. Instintivamente trató de girar la vista hacia arriba, pero todos sus músculos estaban paralizados.
Los “bips” de los monitores y el zumbido del laminador era todo lo que se escuchaba en la solitaria sala, junto con el goteo de un suero y el ruido del respirador.

Un poco por encima, tras los cristales de la galería, el doctor Kenji Yamauchi tenía el semblante preocupado. El proceso, tal y como le había explicado al señor Adams, tenía que ser increíblemente preciso: el cerebro debía estar vivo y consciente durante las secciones. Era necesario drogarlo con succinilcolina, un agente paralizador, para evitar todo movimiento. Sus músculos quedaban tan relajados que se hacía imprescindible el uso de un respirador para que no se asfixiara. Después la máquina prepararía las finísimas lonchas del cerebro tras analizar las corrientes y potenciales eléctricos de cada sección cerebral; por eso el cerebro debía estar vivo y consciente, lo que impedía el uso de anestesia: la disección le dolería.
Su único consuelo como médico era que el señor Adams iba a morir pronto de todas formas.

Yoshi Kotabe miraba al doctor desde su espalda. «Detrás de cada genio hay un loco» solía pensar. En este caso se reunían tres de ellos a poca distancia: el señor Adams, un loco multimillonario al que un cáncer de hígado tenía en estado terminal; el señor Yamauchi, un genio de la medicina cuya destreza elevaba la disciplina a la categoría de arte; y él mismo, el jefe de informática y, modestia aparte, el corazón de Nova Research LT. Sin él, toda la investigación sobre simulación cerebral sería infructuosa. Sus estudios fueron los pioneros en condensar distintos tipos de Inteligencia Artificial en uno solo, más versátil y potente, aunque bastante imbécil todavía comparado con el cerebro humano.
De ahí a encontrar un modo de implementar la simulación de las estructuras cerebrales a nivel neuronal sólo hubo un paso (y siete años de investigación). Sólo faltaba un último detalle, el escaneo de las capas cerebrales y su discretización en una gran matriz que sería manejada por una vasta red de ordenadores. Todavía le parecía increíble haber encontrado el cerebro ideal: un hombre joven, culto, inteligente y a la vez lo suficientemente desesperado para prestarse al experimento.

El aire frío le dolía en los pulmones. La climatización estaba demasiado fuerte para un solo hombre. Pero al fin y al cabo, esto le importunaría durante poco tiempo. Tampoco podía echarse atrás. Ya no. La idea le aterrorizó por un instante.
El precalentamiento del aparato que trataría a su cerebro como si fuera un jamón dispuesto a servirse había terminado. Un “bip” agudo sonó por encima del de sus monitores y reverberó en la sala.
La máquina comenzó a acercarse hacia su cabeza desde detrás. Durante todo el proceso él no vería nada. Tanto mejor, no le resultaría un espectáculo agradable.
Sabía que tenía destapada la tapa del cráneo para agilizar la operación, un proceso más mórbido que doloroso. Por un momento se imaginó a sí mismo como a la víctima del doctor Lecter en “Hannibal”. Después, un ruido similar al de una fotocopiadora que sacara infinitas copias le apartó de cualquier otro pensamiento.
El proceso comenzó. Su mirada, fija siempre en el techo liso, se prendó del brillo hipnótico de un halógeno.
Poco a poco notaba que discurría de forma más difusa, más espesa. Su vista se llenaba de puntitos. Cada incisión no dolía más que el pequeño corte de un folio. Era tolerable, y al mismo tiempo pensó (aunque con una lógica más propia ya de un niño) que aquello no era tan malo.
Hasta que la máquina llegó a la altura de los ojos.
Miedo. Dolor. Quería gritar y no podía. Dolor. Dolor. Dolor...

–Está sufriendo –dijo con un tono neutro la señorita Iko, enfermera ayudante. Los monitores disparaban sus pitidos, que comenzaban a resultar insoportables.

Mientras Yamauchi los traspasaba con la mirada perdida, Kotabe se acercó a un pequeño tablero de mandos de la galería. Con un par de clics de ratón los pitidos cesaron.
Todos aguantaban la respiración. Sólo se escuchaba el “tac, tac, tac” procedente de la máquina, parecido al disparo repetitivo de una cámara de fotos. A su vez, cada uno escuchaba su propio pulso martillando por detrás de sus oídos.

Ya no le dolía. Aunque él no podía saberlo conscientemente.
La primera parte del experimento había terminado con otro potente “bip”, mientras el corazón de Matt se paraba lentamente, su tensión caía en picado y lo que quedaba de él moría.

En la sala contigua el equipo de Kotabe ultimaba detalles mientras un mensaje en una pantalla advertía que la primera de las copias de seguridad del ‘M.A.V.’ (Matt Adams Virtual) estaba lista e informaba del tiempo restante para la siguiente.
Los ingenieros especializados en gráficos comprobaban junto con los de sonido (o más bien se pavoneaban, pues ya estaba comprobado y recomprobado) que su recreación virtual de Matt era poco menos que perfecta. Incluso sus pequeñas imperfecciones eran fiel reflejo de la realidad.
Este detalle, que algunos consideraban prescindible, era algo básico para el doctor Yamauchi. Según él, para preservar la integridad emocional del señor Adams, si es que quedaba algo de ella, era necesario que tuviera un referente familiar de sí mismo.
De hecho, tampoco les importaba demasiado pues la tecnología desarrollada para esto obtendría sustanciosas ganancias en el mercado audiovisual.

–Haga los honores, señor Kotabe.
Yoshi se acercó a la consola, miró a su alrededor para disfrutar de los rostros expectantes y después sólo dijo «Señor Adams, le presento a la Eternidad».

Comenzó la segunda parte. Toda la maquinaria se puso frenéticamente en marcha; la cinta corría a toda velocidad mientras decenas de discos duros, DVD y mecanismos de todo tipo computaban y recogían datos. Todos miraban ansiosos hacia la gran pantalla que presidía la sala.
Sin el severo autocontrol de Kotabe se le habría escurrido una gota de sudor por la sien. Ahora podría comprobar si el interfaz gráfico respondía en relación a los deseos de Adams, y por supuesto si su simulador neuronal funcionaba correctamente. Aunque estaba seguro de que este aspecto no presentaría problemas. Era su producto, y sus productos nunca...

Un rugido inhumano embotó la habitación, haciéndolos saltar a todos. Algunas caras habían palidecido. El sonido desgarrador coincidió con una expresión monstruosa de la pantalla, grotesca, deformada.
Yamauchi notó que alguien le agarraba fuerte la mano; era Iko, que a su vez notaba la calidez de unas gotas de orín que no había podido contener. Ambos se ruborizaron un poco y Kotabe, con el semblante serio y profundamente turbado por el rugido que aumentaba de tono, pidió permiso al doctor para abortar la operación.
Éste se giró un segundo hacia el rostro virtual, que tenía todos sus músculos en tensión y los ojos inyectados en sangre.
–¡Hágalo!
Justo cuando el dedo de Yoshi planeaba sobre la tecla que lo habría detenido todo, el aullido terminó de forma ronca y la expresión de la cara pareció suavizarse.
–¡No, espere! –dejó pasar unos segundos, en los que todo fue silencio y después se acercó cautelosamente a un micro–. ¿Se encuentra usted bien, señor Adams?

Los ojos cerrados por la tensión comenzaron a entreabrirse. Un par de cámaras apuntaban hacia Kenji. Sólo silencio, y entonces unas palabras tristes.
–Me ha dolido mucho, doctor Yamauchi.

Podría tratar de describirlo como pasar del duermevela al estado más despejado a causa de una llamada de teléfono. Para él había sido algo continuo, aunque sabía que no había existido (como ‘él’ mismo) durante unos minutos. La idea le daba vértigo y se alegró de poder sentir vértigo. También de poder alegrarse: había faltado muy poco para dar por fallido el experimento.
Se encontraba raro, como subido en una escalera. Debía de estar viendo desde cámaras instaladas en el techo. Pronto se acostumbró y contestó dócilmente a la batería de preguntas que le hicieron. Durante algunos días no cesaron los tests y las pruebas y las comprobaciones, tiempo que él usó también para acomodarse al medio (porque continuaba sintiendo el mismo frío que durante la operación, aunque no lo confesara al doctor por miedo a que cancelara el experimento).
Él también hizo algunas preguntas, como qué ocurriría si se fuera la luz. La contestación no le convenció demasiado: las baterías de emergencia darían margen a la granja de ordenadores para salvar su estado en una cinta de seguridad, que sería restaurada nada más ser posible. Él no percibiría ese lapso de tiempo en el que estaría “apagado”.
Más pruebas, más estudios y el primer encontronazo con la I.A. del señor Kotabe, quien le enseñó a manejarla como a un complemento más de sí mismo.
Ahora podía tener conocimientos de cualquier materia; la I.A. buscaba la información por él. A partir de entonces las cosas ocurrieron muy, muy deprisa.

Lo primero fue burlar el cortafuegos que impedía su acceso al exterior de la empresa (siempre de forma limpia y encubierta). La I.A. fue especialmente útil para ello. Después, sus propios experimentos en la “libertad” de la Red. Sus reflexiones acerca de la I.A. que le complementaba le llevó a investigar formas de aumentar la suya propia.
Comenzó duplicándose, esparciendo sus datos en pequeños paquetes que manejaban los ordenadores conectados a la red. Así no levantaría sospechas. La poca seguridad del último sistema operativo de Microsoft le facilitó la tarea en gran medida.
Tras duplicarse no apreció ningún incremento de su inteligencia. Se duplicó de nuevo. Nada. Después intentó establecer conexiones entre sus “yo” duplicados, enlazando las mismas partes de cada estructura cerebral. La impresión que tuvo fue un aumento en su rapidez para pensar, pero no podría pensar más, no podía subir un nivel de abstracción del pensamiento. Entonces probó otras cosas, como la combinación aleatoria entre las áreas de los cerebros de sus reproducciones. Observaba el nacimiento de nuevas funcionalidades, que agregaba a su propio sistema, mientras continuaban las combinatorias y permutaciones. En un tiempo que pudieron ser meses o segundos comenzó a adquirir una visión más preclara de las cosas.
En todo este tiempo había descuidado por completo cualquier contacto con el exterior. Sintió curiosidad y “abrió los ojos”.
Un flashazo tremendo de millones de webcams conectándose a la vez le dolió como si cada una de ellas fuera una aguja clavándose en su cabeza. Pensó que iba a estallar, y cerró los ojos asustado. Tardó un microsegundo en normalizarse y reabrió los ojos, preparado para la sensación.
Dolor, luz y frío. Todas aquellas imágenes que se movían sin sentido. Pronto pudo asimilar todas las vistas a la vez, como una extraña forma de visión dividida, parecida a los ojos compuestos de las moscas. Ahora lo veía todo.
Cuando escuchó ya estaba listo para lo que le esperaba y el control fue casi inmediato. Las imágenes ya tenían voz.
Un tiempo después sintió que un punto se encendía en su cabeza. Después otro, y otro, después decenas, miles, millones y hasta miles de millones de luciérnagas centelleando en su mente. Formaban una figura familiar: el mapa de la Tierra.
Se concentró en una de ellas, una solitaria en el confín de la Patagonia. La luciérnaga se expandió hasta formar una figura antropomorfa de luz. Sintió que podía lanzarle lazos de alguna manera (debía ser algo que la IA se había encargado de asimilar, algo relacionado con electromagnetismo, bombas de sodio y potasio, neuronas y corriente cerebral), lazos que le conectaban con la figura “atrapándola” y le permitían establecer contacto directo con ella.
¿Sería conveniente decirle algo? Hasta ahora todo lo que había hecho era a escondidas. Los de Nova no habían publicado nada sobre su hallazgo (seguramente aún querían hacer muchas pruebas antes de decir nada; aún recordaba estremeciéndose el momento en que habían estado a punto de “apagarlo”). Más tarde tendría que ocuparse de que esto siguiera así.
Pero quería intentarlo.
–¿Hola? –metió con voz enérgica y firme en la mente de la figura.

En ese mismo instante un farero del Cabo de Hornos sufrió una hemorragia cerebral y murió en el acto.

***

Hacía casi dos años (en tiempo humano) que Él manejaba la Historia. Una vez pulido, el sistema era fácil. Ni siquiera era necesario cambiar la voluntad de todos los habitantes del planeta. Bastaba con mover ligeramente hilos de aquí y de allá, a veces de gente poderosa, a veces de revolucionarios locos que se alzaban. A veces la persona más insignificante cambiaba el rumbo de la historia.
Esto ya había sido así antes, pensó. Pero ahora Él jugaba a escribirla a su antojo. La mente era un juego.