22.2.21

Aitor

Desde muy pequeño, Aitor descubrió su capacidad para controlar, hasta cierto punto, algunos fenómenos atmosféricos. Ya de bebé, su madre notaba que era muy propenso a los aires. Sin embargo, su infancia no fue nada fácil. Por un lado, daba chispazo a todo aquel que tocaba, lo cual le supuso un inmediato rechazo de toda su clase. Por otro, la presentación de sus poderes en sociedad, el día que decidió dar un puñetazo en la mesa y recuperar su dignidad, no fue como él pensaba:


–A partir de hoy, me podréis conocer como Tormenta.
–Eso es nombre de chica.
–Vale. Pues... yo seré... Tormen...to.
–Tu cara sí es un tormento. ¡Ay! ¡Me has vuelto a dar calambre! A ver cuándo te pones algo que no sean esos horribles jerseys de lana.


Cuando pasó al instituto, sus problemas de digestión de la lactosa no mejoraban la situación. Por mucho superpoder atmosférico que se tuviera, era difícil intentar imponerse teniendo tendencia a las ventosidades, que empeoraban cuando se ponía nervioso. Lo cual era siempre. Tal y como crecía, Aitor veía su destino nublado, tormentoso.

Todo hubiera seguido así de no ser por el día del Incidente, que cambiaría su destino para siempre; una noche, tras terminar sus largos antes de acudir a su primer trabajo –meteorólogo en el servicio de madrugada de una cadena local de tercera–, Aitor vio cómo una panda de macarras le estaban dando una paliza a un joven, al grito de «¡Toma esto, disléxico de mierda!». Enroscado en el suelo, el joven destacaba de entre sus piernas por su chándal de un color chicloso muy chillón. El propio joven también chillaba mucho. Aitor fue corriendo hacia ellos, invocando el poder del trueno (que, con los nervios, se quedó en un pedete que por fortuna pasó bastante desapercibido con el griterío). Pero, cuando aún quedaba media calle para llegar a la altura de la banda, vio cómo el chaval, con un gesto de la mano, conseguía que una papelera metálica saliera disparada de una farola próxima, y chocara contra la nuca del que parecía ser el líder del grupo.

Al girarse este y ver a Aitor, pensando que había sido él quien la había lanzado desde ahí, calibró sus fuerzas y llamó a retirada a los demás matones, que desaparecieron corriendo entre las sombras de las callejuelas colindantes.

Aitor se acercó al joven y lo ayudó a levantarse.

–He visto lo que has hecho. Yo también tengo superpoderes. ¿Cómo te llamas?
–Me llaman Magento. ¿Y tú?

A partir de aquel día, Magento y Tormento unieron fuerzas para luchar contra el crimen medianamente desorganizado.


Este microrrelato participa en la iniciativa Divagacionistas.