27.7.20

Todo locura

No tenía más de seis años el pequeño al que su madre sujetaba, como podía, las piernas entreabiertas mientras su padre le introducía la cánula por el ano.
–Tranquilo, es tu medicina –le decía ella en el tono más amador que una madre puede poner.

Ella sabía que él apenas entendía nada de lo que le estaba diciendo, pero la letanía, ya convertida en ritual, lo apaciguaba lo suficiente como para permanecer sin resistirse los minutos que su marido necesitaba para introducir todo aquel líquido con la perilla y dejar que salieran aquellos parásitos infectos.

–Si te portas bien, te curarás. El médico te lo ha prometido. Pero tienes que estarte quietecito hasta que este líquido mágico te quite todo el mercurio que te tiene malito –añadió su padre.
–Putas vacunas –murmuró ella.
–Puto aluminio y putas farmacéuticas –asintió él.
–Y putos parásitos intestinales. Menos mal que hemos dado con este doctor alemán, que si es por los del hospital, el nene se nos queda así para siempre. ¿Has visto cómo ha mejorado en estos dos años?
–Un montón, desde que suelta esos bichos y toda esa porquería. Mira, mira todo lo que sale.

El padre apartó con los guantes alguno de los hilillos que se entremezclaban con las heces e hizo un gesto de desagrado.
–Puta farmafia –repitió por lo bajini –. Vamos, Sergio, que ya puedes jugar. Dentro de un ratito, el siguiente buchito y a seguir poniéndose bueno, ¿eh? Que este MMS todo lo cura.

Este relato de no ficción participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.7.20

El cauce de las aguas

Tras agotadoras horas de estériles discusiones en Twitter, me saltó el aviso de mensaje directo. Agradecido por tener una excusa con la que dejar por un momento de explicarle al enésimo crédulo que el dióxido de cloro era otro tipo de lejía y su consumo no conllevaba nada bueno, me encontré con un escueto «Buenas noches». No conocía al usuario que me enviaba el mensaje. Ni siquiera lo tenía entre mis seguidos, y no entendía cómo podía haberme enviado el mensaje.


Le respondí con un seco «Hola, ¿cómo me has enviado esto?», mitad molesto todavía por lo agitado de la discusión, mitad extrañado por estar leyendo un mensaje que evidenciaba el enésimo fallo de funcionamiento de Twitter.


«No es de tu incumbencia». La cosa prometía. Casi las dos de la mañana y parece que el momento de ir a la cama aún se iba a postergar un buen rato más. «Pero nos caes bien, y nos da pena que desperdicies tu tiempo con un objetivo contra el que no tienes nada que hacer».


Pensé que mi suerte no podía mejorar; alguien explota un bug de Twitter y resulta ser el enésimo lunático que intentará convencerme de la farmafia, el 5G, la bonanza de las «terapias alternativas» y vete a saber qué más. De no haber estado tan cansado, hubiera esbozado una sonrisa por la ternura que me producía la ingenuidad de aquella gente («y tú también fuiste aquella gente una vez», me obligué a recordar, «no te pases de borde»). Así que solo tecleé un «Gracias por vuestra consideración, señores desconocidos». «En realidad, nos conoces. A algunos, incluso en persona».

Ahí llamaron mi atención. Me incorporé un poco para seguir conversando:
–Vale. ¿Quiénes sois? ¿Homeópatas? ¿Acupuntores? ¿Bioneuroemocionados? ¿Adeptos de la Nueva Medicina Germánica? ¿Naturópatas? ¿Bebelejías? ¿Chuscaantenas? ¿Alguno más que se quiera apuntar a la cola de mis denunciantes?
–No, al contrario. Somos el Nuevo Orden Mundial.
–Ya, y yo de los Borregos Illuminati, un placer, hermanos de logia.
–Hablo en serio.
–Vete al peo.
–Tú mismo te has dado cuenta de que «al peo» se está yendo la gente, y a marchas forzadas. El #ApocalipsisIdiota, lo llamas, muy acertadamente. Y también aciertas en que hay muchos intereses detrás, aunque no de estafadores y charlatanes.
–Dime algo que no sepa.
–El tofu. Disculpa el chiste, no somos muy partidarios de las dramatizaciones. Lo que no sabes es que no son ellos los que inician estos movimientos. Ciertamente ellos se aprovechan, como buenos parásitos –y contamos con ello– de los escenarios sociales que sembramos. Por no extenderme en detalles, estamos usando la idiocia como arma de guerra social.
–Disculpa, pero aunque lleve el hashtag con casos, en mi fuero interno sé que son anecdóticos y que, en general, la inteligencia de la especie ha tendido a crecer en los últimos años.
–Estás disculpado. Esos estudios forman parte necesaria de nuestro plan. No es conveniente alarmar a la gente. Imaginarás que un plan complejo que se cuece a fuego lento no puede presentarse abiertamente al público... aunque en cierto modo es lo que hacemos para cubrirnos, estando justo ante los ojos de todos.
–No sé si he entendido nada de lo que acabas de decir. ¿Maquilláis datos para que parezca que las cosas van mejor de lo que van?
–Y a la vez, vamos esparciendo un poco de irracionalidad aquí y allá.
–Ya, y ahora me dirás que sois los que habéis puesto a Trump en el poder, moviendo vuestros hilos en la sombra. No tengo tiempo para mamarrachadas.
–¡No! Qué va, en absoluto. Eso también son cosas que pasan de forma emergente tras avanzar en nuestros propósitos: genera un poco de desinformación aquí que produzca crispación allá, amplifica las tensiones... en fin, demasiado largo de contar y no es asunto tuyo. En cualquier caso, estas consecuencias se realimentan y contribuyen a acelerar el proceso.
–¿Y qué sois, ricachones que os podréis permitir vivir en una isla desierta para escapar de los efectos de esas decisiones, como la difusión descontrolada de pandemias? Tendrá que ser una isla desierta alta, porque con el cambio climático...
–En absoluto. Somos gente de lo más normal, que asumimos ciertos niveles de subsistencia y que pagaremos de buen grado las inevitables consecuencias. No nos encontrarás entre «las élites». Más bien somos ese médico que aconseja no vacunarse o no llevar mascarilla, ese «investigador del misterio» que alerta sobre el «Nuevo Orden Mundial», ese ingeniero que agita contra las antenas, esa catedrática de química que avala la seguridad del consumo de lejía, el biólogo que resalta que a más CO2, más vegetación y eso es bueno... Un pequeño grupo de personas clave que, con un esfuerzo mínimo, maximizan su impacto. Pero te estoy dando más pistas de lo que corresponde.
–De momento lo que me estás dando es la sensación de estar ante otro que, o se ha tomado demasiadas drogas, o no se ha tomado las que debería. Incluso si lo que me cuentas es cierto, y no me creo ni un byte, el efecto de todo esto acabará siendo la destrucción de la civilización que Sagan vaticinaba. No tiene sentido buscar esto.
–Solo estamos acelerando el proceso que ya se da. Las aguas volverán a su cauce. Nuestra civilización, como tal, no tiene futuro y se apagará. De sus rescoldos puede surgir algo que merezca la pena. Solo es cuando nos encontramos con el último tramo del papel higiénico cuando nuestra especie empieza a comportarse con consciencia de sus recursos reales. En tus propias palabras, lo que buscamos es «hacerle un reset a la Humanidad y empezar de cero sabiendo lo que sabemos y sin mierdas».
–Joder. ¿Es que leéis todo lo que he puesto alguna vez en redes sociales?
–Y lo que no son redes sociales, tenemos nuestras herramientas. Es hora de pedirte que te posiciones. Te damos a elegir si quieres pasar a formar parte de nuestra iniciativa... o de tirar por la borda tus energías. Elige sabiamente.
–Hostias... Sigo sin creerme nada. Pero nadie me va a creer a mí tampoco si cuento esto.
–Contamos con ello.



Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.