14.4.09

La voz de los muertos



Mi Reina Republicana merece una despedida con honores, a falta de un drakkar vikingo al que lanzarle flechas ardientes y ver desaparecer en el horizonte de una de sus amadas rías.

Tengo de nuevo la sensación de que hubiera un guionista loco que lía y deslía los avatares de la vida y la muerte según cábalas que ni siquiera él tiene del todo claras. Son muchas las cosas que quiero decir, sin ningún orden en particular, y otras muchísimas más las que olvidaré decir, aunque probablemente sean tan o más importantes que las que diré.

Los que conocieron de verdad a Gloria saben que detrás de esta gran mujer, por su corazón y su estatura, se escondía una gran inseguridad que a su vez trataba de ocultar con grandes risotadas, gritos rotundos o incluso carreras por las calles para huir del mundo.

Fueron muchas las ocasiones en las que se subestimaba, en las que se quejaba de que espantaba a la gente por su forma de ser tan "desmanotada" y que nadie quería saber nada de ella, que había perdido poco a poco a todas sus amistades por falta de trato. Fueron muchas las ocasiones en las que se sintió sola, desamparada, con una niña pequeña interior llorando por un poco de cariño en un cuerpo de mujer adulta que, en teoría, "no debía permitirse esos desmanes".

Pero los que la conocieron saben que los protocolos no iban mucho con ella. Saben que no tenía reparos en decir lo que pensaba (a veces con todo el cariño y otras con toda la maldad del mundo), en salir corriendo, quizá en responder con un grito si alguien la sorprendía llorando en el despacho en alguna de sus infinitas tardes desoladas en la Universidad.

Durante los últimos años conseguí abrirme paso entre muchas de sus corazas, y voto a bríos que me costó más de una carrera llegar hasta ella en plena huida y forzar un acercamiento más racional y calmado a sus problemas.

Ella fue mi "mamá pato" en la Universidad ("mamá pato" es el síndrome provocado por el primer profesor que te da clase en la Universidad); en el caso de Glo, al ser tan humanamente abierta a sus asustados alumnos, provocaba ipso facto un sentimiento de seguridad al consultarle cualquier tipo de dudas relacionadas con la Universidad, y que más tarde se traducía en un sentimiento generalizado de cercanía en otros tantos ámbitos de la vida. Era, más que profesora, la amiga a la que se invita a bodas y bautizos, a quien se recurre ante cierto tipo de dilemas; fue una auténtica mentora en todos los aspectos, sabia como era a la hora de dar consejo, abrazos o simplemente, escuchar.

Así que, como mentora, profesora y amiga, traté de corresponderle haciéndole ver lo ya contado: que había logrado que muchísima gente mejorara en su vida e incluso alcanzara sus sueños, que había muchas personas que la admiraban (¡yo el primero!) por sus muchísimas cualidades, que quizá no tuviera mucho contacto con cierta gente, pero que probablemente porque ella no había pedido ese contacto, y que en caso de pedirlo se daría cuenta de cuántos estarían allí.

En esta simbiosis Gloria fue cambiando poco a poco de actitud. Se dio cuenta de que, aunque muchas de las cosas que le decía fueran incorrectas, algunas de las preguntas eran adecuadas. Y lo que es más, el hecho de hacerse preguntas de las que no sabía la respuesta la ayudaba a investigarse y comprenderse mejor.

Hace cuatro meses, irónicamente justo antes del comienzo de la hecatombe, me escribía un correo desde Galicia contándome que el retiro espiritual le había sentado perfectamente, que se sentía llena y sin nada de lo que quejarse; en particular, se sentía contenta por tener un trabajo que le entusiasmaba y en el que podía tratar con gente interesante, y se sentía muy afortunada por tener una hija que estaba criándose tan bien que a veces pensaba que de dónde sacaría tan buena templanza (a diferencia de sus propias historias de cuando era niña y los dolores de cabeza que probablemente daría a su madre). Le gustaba la idea de "enfrentarse" al reto de ver crecer a su hija, de tener los sufrimientos de madre y disfrutar de cuando empezaran a gustarle los chicos. De cuando pudieran hablar de sus cosas. Además también quería hacerlo bien para que su propia madre estuviera lo más orgullosa posible.

En los aciagos días venideros me dejó varias veces entrever que tenía miedo de haberlo hecho mal con su hija y de haber decepcionado a su madre; el tema de haber empezado a fumar casi por llevar la contraria, a sabiendas de lo que le sucedió a su padre y del disgusto que le daría a ella si le pasara algo. Y de cómo, aunque lo terminó dejando hace unos años, seguía teniendo la sensación de que un buen día, cuando todo en su vida estuviera bien, llegaría un mal tumor dándole la sorpresa.

Desgraciadamente, acertó en esta última parte. Pero no así en la visión que su madre tenía de ella; en sus últimos días no le faltaron ocasiones en las que se sorprendió de que la imagen que su madre tenía de ella fuera inmensamente mejor de la que ella creía. Y su hija le demostró a base de bien que estaba preparada para hacerle frente a las adversidades, por asuntos de mayores que pudieran ser. Si hubo una madre orgullosa de su hija, ésa era Glo. Y si una hija debe enorgullecerse de su madre, ésa es María.

Una de sus preocupaciones recientes fue que María aprendiera la lección de alejarse del tabaco y de las autodestrucciones en general. No querría bajo ningún concepto que hubiera cometido la estupidez que ella cometió a sus veintimuchos. Este mensaje también lo haría extensible a Antonio, porque era consciente de que, si le pasaba algo, necesitaría que él tuviera toda la entereza y sensatez posible para seguir adelante con la labor que tan gustosamente habría querido compartir de criar y ver crecer a su hija.

De las aficiones de Glo se ha hablado mucho: adoraba nadar (se sentía agradablemente identificada con los hipopótamos de las viñetas de El País "Hipo, Popo, Pota y Tamo", le habría encantado la de ayer), estaba aprendiendo a patinar (o a conseguir un culo duro a base de callos), y adoraba la música. Sentía una gran admiración por la gente capaz de leer partituras y tocar algún instrumento, gente que entendía el lenguaje de la música (y como profesora especializada en lenguajes, a su vez ella tenía una comprensión de sus implicaciones que muchos músicos seguramente no tengan). Se le caía la babita viendo "crecer" a sus polluelos, asistiendo a sus progresos, yendo a sus lecturas de proyecto o recibiendo visitas de sus antiguos alumnos, contándoles cómo les fue en la vida, e invitándola a bodas y bautizos. Echaré de menos no poder invitarla a la mía propia.

La admiración formaba parte de su sistema de vida. Hay tanta gente a la que admiraba, tantos que no saben ni sabrán nunca que gente como ella le profesaba tanto afecto: compañeros del JENUI, el gran Forges, J.A. Millán, J.J. Millás (o al revés, ella siempre los confundía y yo no voy a ser menos), viñetistas varios, Kiri Te Kanawa (doy gracias por poder haber asistido contigo a ese concierto), los incombustibles Doctor Divago (que se quedan huérfanos de su fan número uno), y sobre todo mujeres escritoras como su incondicional Marujita Torres, mujeres científicas, mujeres emprendedoras que, como ella, habían dejado atrás el "eso es cosa de hombres" y demostraron sobradamente su valía.

Porque si algo había contra lo que ella luchaba era contra la vejación a las mujeres (que como reza la cabecera de su blog, siempre recordó como estandarte a abatir), la opresión a los débiles, la hipocresía de los políticos y sus compinches (la SGAE puede felicitarse por la tremenda detractora menos que tiene), todas las cosas que le llevaron a comulgar con Amnistía Internacional en su intento de hacer del mundo un lugar mejor.

Un lugar mejor... un lugar donde poder poner a Doctor Divago o cualquier otra canción de su enorme lista de reproducción en el despacho o en casa a todo volumen, y marcarse un bailoteo desenfadado con amigos y familia. Un lugar donde tener sus ansiadas rutinitas (acabo de caer en la cuenta del juego de palabras que supone que tu profesora de programación aprecie las rutinas), como leer todos esos sitios enlazados desde su blog, echarle un vistazo a las noticias de meneame, a los vídeos de llamamelola, a los "no puedo creer que lo hayan inventado", a los millones de curiosidades, en definitiva, con los que nos obsequiaba de vez en cuando en el correo. Y cada enlace cuidadosamente filtrado para cada persona, nada de esos odiados mensajes de SPAM indiscriminado.

Su labor como docente... bueno, qué voy a decir. Espero que los alumnos a los que también deja huérfanos se expriman al máximo en su recuerdo. Ella admiraba a la gente capaz de dar aún un poco más de sí, por muchas trabas que pudieran tener. Ernest Breva o Natxo sabían mucho de esto.
Estaba orgullosa de cómo había llevado el tema de su tesis doctoral, compatibilizándolo con su vida familiar. Sus "sistólicos" y sus historias de doctorado (mezcladas con varias del Tito Domingo y otra mucha gente cuyos nombres desgraciadamente olvidé) eran frecuentes en sus momentos "batallita de la abuela cebolleta", donde sacaba su mejor sonrisa nostálgica y sus risas sin complejos. Para pocos complejos, la decoración atípica de su despacho, plagada de recortes y con la eterna promesa de hacer limpieza algún día, con la pizarra llena de garabatos artísticos de su hija (y a los que prohibía expresamente borrar) y su sempiterno ordenador-tupperware de la manzanita haciendo sonar a todo trapo música en el escritorio.

Las risas que inundaban la planta baja del edificio de despachos ya no se volverán a escuchar. Su voz preciosa, cálida, aterciopelada (siempre me recordó de alguna forma a la de Lydia Bosch, pero a ella la comparación no le parecía en absoluto adecuada; ni le gustaba su voz, ni Lydia Bosch) no volverá a enseñar sobre la tarima los misterios de los autómatas, de los lenguajes, de los números "estúpidos", "estupendos", "alborotadores", o cualquiera de esos grupos que siempre le chinchaba diciendo que eso no existía y que se inventaba los nombres sobre la marcha.

No habrá más paseos por la playa de Castellón, quejándose de que aquí no tenemos ni puta idea de qué es una ola, pero que a cambio tenemos unos colores de cielo preciosos. No nos contará más historias de cuando era la más grande de la clase o cuando un grandullón de la carrera la levantó a peso. Todas las historias que me contó de su vida y que mi memoria no logró retener con detalles, historias que espero que alguien recuerde y pueda contar algún día a su hija, porque son divertidas y muestran a la verdadera Glo, a la que tan pronto se picaba con su profesor de TALF como terminaba medio borracha en una fiesta sentenciando que sí, que vale, que su culo era gordo y peludo pero era suyo y le gustaba.

La Glo que jugaba con los números y las letras, que adoraba a Sagan y sus series y sus libros, la amante de los primos y los irracionales (ahora se reiría, diciendo que esa frase queda ambigua), el hueco que deja en muchos de nosotros es tan grande que apenas se podrá rellenar con recuerdos.

Hay gente que no le dijo lo que pensaba de ella, y gente a la que ella no le llegó a decir lo que opinaba de ellos. Al menos, yo le pude decir todo esto en su momento, en sus momentos en los que a veces perdía el rumbo, sólo para recuperarlo poco después y disculparse por esos momentos de flaqueza. Esos momentos en los que recordaba la frase de Alfred en Batman Begins: "¿Por qué nos caemos? Para aprender a levantarnos". Y aprendía a levantarse. Y se caía de nuevo. Y se volvía a levantar, y esta vez aguantaba un poco más en pie, y hacía callo al volver a caer. Y de nuevo para arriba.

En toda esta vida de relato, en la que ella por fin había decidido que quería estar y que escribió en sus propias páginas, llegó un guionista loco que sentenció que su personaje estaba por fin completo, y que era el momento de darle final a su obra.

Tal día como hoy de hace casi cien años se hundió el Titanic, también de madrugada. El barco insumergible.
Hoy se fue una mujer titánica, y el mundo es un poquito más feo y más triste, sin su risa... sobre todo, su risa.

Si hay alguien por quien merece la pena llorar, es por nuestra Randy Pausch particular. Si ella estuviera aquí, recordaría el gesto de los dunedianos de recoger con el dedo sus lágrimas para beberlas (en Dune, el agua no sobra y le impactó mucho esa escena). Como ella ya no está aquí, o mejor dicho, está diseminada en las miles de personas que la conocieron, las cientos a las que cambió el rumbo, las decenas que la conocían de cerca y el puñado que la quisieron con locura, deberemos recordar por ella.

Haced el mundo un poco mejor. No importa cómo ni cuándo, sólo hacedlo. Y no por ella. Hacedlo por los que nos quedamos, y hacedlo por los que vendrán. Y sonreíd en cuanto podáis enjuagaros las lágrimas, porque es lo que ella siempre hubiera defendido.

Ojalá que nos volvamos a ver. Gracias, Glo, y hasta siempre.

Hasta luego, y gracias por el pescado

Te echaré de menos, Glo... ahora ya eres una con la Fuerza.