—¿Cómo que qué soy? ¿Es que en la escuela no os enseñan nada? —negó con la cabeza.
Luego fue corriendo hacia la otra punta de la almohada (que quedaba ligeramente colgando del borde) pero no la hundió: era como si no pesara nada. Al llegar al límite, donde el suelo de la cama se abría como un precipicio enorme para alguien de su tamaño, decidió dar una voltereta con triple salto mortal hacia atrás, cayendo de pie y con los brazos abiertos de nuevo en el centro de la almohada.
Licaia soltó un asombrado "oooh" por lo bajito, y el pequeño ser se quedó parado, como esperando a que algo hiciera "click" en el cerebrito de la niña y recordara por fin algo tan obvio como quién era.
Durante cinco segundos nadie dijo nada. Luego ella estalló.
—¡Hazlo otra vez!
El "invitado" frunció el ceño. Los niños de hoy en día eran más ignorantes de lo que pensaba.
—¿Pero qué te crees, que soy tu payaso particular? ¡Soy un multiforme, encanto, y he venido a llevarte a mi mundo!
Antes de que ella pudiera pronunciar las siguientes preguntas evidentes para quienes no sean multiformes, el pequeño multiforme le cogió con sus dos manitas grotescas de su dedo anular y la arrojó por la ventana, saltando acto seguido tras ella.
La impresión, lo inesperado de la situación y la velocidad hicieron que ni se le ocurriera gritar. Allí estaba ella, cayendo de espaldas por su propio patio de luces desde un octavo piso de altura, con un pequeño diablo azul que iba a aterrizar sobre ella y salir caminando tan pancho cuando su cuerpecito se estrellara contra el suelo.
Cerró muy fuerte los ojos y esperó mentalmente el fatal desenlace. Ya debía de faltar poco. Un poco menos. Menos. Menos. Menos...
Qué curioso, ya tendría que haberme estampado contra el suelo.
Abrió los ojos. Seguía cayendo, pero caía de una forma un poco rara. Estaba cayendo hacia arriba; y no había ni rastro de su patio de luces, sólo nubes y un extraño campo verdoso muy, muy abajo, con puntitos amarillos.
El multiforme había desaparecido.
[Seguirá continuando...]
Luego fue corriendo hacia la otra punta de la almohada (que quedaba ligeramente colgando del borde) pero no la hundió: era como si no pesara nada. Al llegar al límite, donde el suelo de la cama se abría como un precipicio enorme para alguien de su tamaño, decidió dar una voltereta con triple salto mortal hacia atrás, cayendo de pie y con los brazos abiertos de nuevo en el centro de la almohada.
Licaia soltó un asombrado "oooh" por lo bajito, y el pequeño ser se quedó parado, como esperando a que algo hiciera "click" en el cerebrito de la niña y recordara por fin algo tan obvio como quién era.
Durante cinco segundos nadie dijo nada. Luego ella estalló.
—¡Hazlo otra vez!
El "invitado" frunció el ceño. Los niños de hoy en día eran más ignorantes de lo que pensaba.
—¿Pero qué te crees, que soy tu payaso particular? ¡Soy un multiforme, encanto, y he venido a llevarte a mi mundo!
Antes de que ella pudiera pronunciar las siguientes preguntas evidentes para quienes no sean multiformes, el pequeño multiforme le cogió con sus dos manitas grotescas de su dedo anular y la arrojó por la ventana, saltando acto seguido tras ella.
La impresión, lo inesperado de la situación y la velocidad hicieron que ni se le ocurriera gritar. Allí estaba ella, cayendo de espaldas por su propio patio de luces desde un octavo piso de altura, con un pequeño diablo azul que iba a aterrizar sobre ella y salir caminando tan pancho cuando su cuerpecito se estrellara contra el suelo.
Cerró muy fuerte los ojos y esperó mentalmente el fatal desenlace. Ya debía de faltar poco. Un poco menos. Menos. Menos. Menos...
Qué curioso, ya tendría que haberme estampado contra el suelo.
Abrió los ojos. Seguía cayendo, pero caía de una forma un poco rara. Estaba cayendo hacia arriba; y no había ni rastro de su patio de luces, sólo nubes y un extraño campo verdoso muy, muy abajo, con puntitos amarillos.
El multiforme había desaparecido.
[Seguirá continuando...]
1 comentario:
Ponte buena pronto, peque :******
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