18.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [V]

Proceluria era el apropiado nombre de aquella ciudad. Parecía sacada de una película en blanco y negro de los años 20, con un estilo charlestonero. El cielo estaba totalmente nublado, como si fuera a estallar la Tormenta Definitiva. Unos nubarrones negros, entre los que de vez en cuando se escapaba algún destello, cubrían toda la ciudad, y ocultaban la maravilla de los tres soles.
Había llovido hacía poco, a juzgar por los múltiples charcos que se extendían por las calles adoquinadas. Alguna enorme rata negra husmeaba por los bordes de los desagües de las aceras. Licaia hizo un gesto de asco y trató de pasar lo más alejado posible de ella.
Las calles estaban totalmente desiertas, a excepción de papeles de periódico y suciedades que se pegaban a los bordes de las aceras. Un montón de esos periódicos estaba apilado en una esquina cercana, y la curiosidad le hizo acercarse hacia ellos. Más relámpagos refulgían en el cielo. Durante uno de ellos, tuvo tiempo de leer el titular que acompañaba a la foto de portada:

PELIGROSOS ASESINOS ANDAN SUELTOS

En la foto, un hombre con aspecto desaliñado y un enorme corte a lo largo de la mejilla derecha le ofrecía una mirada desafiante y malhumorada a la cámara. No le dio tiempo a ver la foto de su secuaz.
Un chirrido de ruedas de coche y una ráfaga de ametralladora hizo que Licaia diera un salto y se apretara contra la pared.
Un coche, una vieja carraca de estilo gángster salió de la esquina a toda velocidad, y pegó un frenazo hasta detenerlo en el centro de la calle en la que estaba. La puerta del acompañante se abrió de un portazo, y una cabeza se asomó por la ventanilla:
«¡Eh, Stevie! ¡Te he estado buscando por todas partes! ¿¡Qué haces ahí parado!? ¡Sube al coche!»
Licaia se quedó fuera de juego durante un instante. Se estaba dirigiendo hacia ella, pero... ¿Stevie? ¡Si era una niña! ¿Cómo había podido confundirla con un chico? A menos que...
Dio un par de pasos hacia uno de los charcos, y se miró en él. Un enorme corte asomaba por la mejilla derecha de su cara desaliñada y malhumorada. "¡¡¿Pero cómo?!!", pensó.
«¡Stevie, que nos están pisando los talones, maldición, date prisa!»
El ruido de las sirenas empezó a hacerse cada vez más audible. No sabía cómo se había metido en ese follón, pero no tenía tiempo de averiguarlo. El del coche volvió a saltar al asiento del conductor, y soltó otra ráfaga de ametralladora hacia el fondo de la calle.
Chuck. Se llama Chuck, pero ¿cómo sé eso? ¿Soy de verdad una asesina, o un asesino, o lo que quiera que sea? Si me quedo aquí, esos policías me acribillarán antes de que pueda abrir la boca para decirles quién soy. Sólo puedo intentar escapar...
Corrió hacia el coche, donde Chuck ya empezaba a hacer patinar la rueda sobre el adoquinado, y aún sin haberle dado tiempo a cerrar su puerta, el coche salió disparado hacia delante, empujándole el estómago contra el respaldo.
Las luces de las sirenas ya alumbraban la esquina de la calle por la que se dirigían a toda velocidad, y un par de coches patrulla salieron como una exhalación por los callejones.
Otra ráfaga de ametralladora, ésta vez desde los antiguos coches patrulla, les destrozó los cristales. Ella agachó la cabeza entre sus piernas, y él se hundió como pudo en el respaldo, para seguir conduciendo.

Al fondo de la calle se abría paso la piscina de una lujosa mansión. No había otra alternativa, estaban demasiado cerca.

[Todavía va a seguir continuando...]

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