La pequeña Licaia seguía mirando a través de las maderitas de su persiana. Era muy tarde ya, pero no podía dormir. La luna llena inundaba con su brillo el patio de luces al que daba su ventana. Afuera todo era calma, el mundo dormía tranquilo, y a ella le daba un poco de rabia que a los demás les costara tan poco. Ella también quería dormir y soñar otro de los fantásticos sueños que la acompañaba cada noche, pero hoy no podía.
Estaba cansada tras un ajetreado día de colegio con muchos juegos y trabajos, y no se había pasado con los dulces como en otras ocasiones, así que no acababa de entender cómo podía sentirse tan despierta. Podía notar cómo el aire templado atravesaba su naricilla y bajaba hasta sus pulmones, para salir mucho más caliente por su boquita. La fina manta le hacía un poco de cosquillas en sus pies al moverlos un poco, y sentía la necesidad imperiosa de frotárselos para que desapareciera esa sensación tan molesta.
—¡Buenas noches, princesa! —le dijo desde la ventana un extraño ser azul.
Para cuando ella hubo desviado su mirada de sus pies a la ventana, ya no había nada ni nadie allí. Ahora tenía los ojos muy abiertos, y se había sentado en la cama de un salto. ¿Qué había sido eso? ¿Algún vecino había hablado muy alto?
—¡Te he dicho que buenas noches, princesa! —le repitió el extraño ser azul desde el otro lado de la almohada—. ¿Es que no me vas a responder? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh?
Licaia se tragó un grito (a sus padres no les hubiera gustado nada que gritara a esas horas de la noche) y se apartó un poco de aquella pequeña figura para poder verlo mejor.
El personajillo era bastante grotesco: parecía una de esas estatuas raras que había visto en las ilustraciones de sus libros de historia, ésas de una isla en la que había desaparecido todo el mundo, cómo se llamaba... era como las vacaciones... ¡Pascua, Isla de Pascua, eso era!. Tenía una curiosa tonalidad azul, muy intensa, que le recordaba a alguno de sus plastidecores.
—¡Pero qué mala educación tienes, niñita!
—¡Perdona, perdona! Buenas noches, es que no me esperaba que apareciera un... un... ¿qué eres tú, pequeño ser azul?
[Continuará...]
Estaba cansada tras un ajetreado día de colegio con muchos juegos y trabajos, y no se había pasado con los dulces como en otras ocasiones, así que no acababa de entender cómo podía sentirse tan despierta. Podía notar cómo el aire templado atravesaba su naricilla y bajaba hasta sus pulmones, para salir mucho más caliente por su boquita. La fina manta le hacía un poco de cosquillas en sus pies al moverlos un poco, y sentía la necesidad imperiosa de frotárselos para que desapareciera esa sensación tan molesta.
—¡Buenas noches, princesa! —le dijo desde la ventana un extraño ser azul.
Para cuando ella hubo desviado su mirada de sus pies a la ventana, ya no había nada ni nadie allí. Ahora tenía los ojos muy abiertos, y se había sentado en la cama de un salto. ¿Qué había sido eso? ¿Algún vecino había hablado muy alto?
—¡Te he dicho que buenas noches, princesa! —le repitió el extraño ser azul desde el otro lado de la almohada—. ¿Es que no me vas a responder? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh?
Licaia se tragó un grito (a sus padres no les hubiera gustado nada que gritara a esas horas de la noche) y se apartó un poco de aquella pequeña figura para poder verlo mejor.
El personajillo era bastante grotesco: parecía una de esas estatuas raras que había visto en las ilustraciones de sus libros de historia, ésas de una isla en la que había desaparecido todo el mundo, cómo se llamaba... era como las vacaciones... ¡Pascua, Isla de Pascua, eso era!. Tenía una curiosa tonalidad azul, muy intensa, que le recordaba a alguno de sus plastidecores.
—¡Pero qué mala educación tienes, niñita!
—¡Perdona, perdona! Buenas noches, es que no me esperaba que apareciera un... un... ¿qué eres tú, pequeño ser azul?
[Continuará...]
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