Vaya, un híbrido. Algo ha pasado hoy para que cuente una historia más atemporal.
Una bloggera escribe una historia el 28 de septiembre y desata una tormenta eléctrica de recuerdos y emociones en mi cerebro. Otra forma de enunciar el Efecto Mariposa.
So riesgo de que Daniel me sugiera que deje de torturarme por tanta entrada sensiblera, aquí va un repaso de un pequeño cúmulo de ca(su|us)alidades que se han ido realimentando a lo largo de mi vida hasta cambiarla desde sus cimientos.
Todo comenzó (o no) en séptimo u octavo de E.G.B., cuando leí en el libro de clase de Lenguaje un pequeño extracto de un cuento de Asimov de su libro "Compre Júpiter". En él, un ser de una raza superior nos anotaba como ya pertenecientes al grupo de los que controlaban la energía atómica y al grupo de "colegas galácticos", pero sólo para borrarnos de allí después de que le informaran de que las pruebas atómicas las hacíamos sobre nuestro propio planeta.
Esto me bastó para convertirme en un seguidor de su literatura.
Cuando comencé primero de carrera entablé amistad con otro seguidor de Asimov. En una fantástica noche que pasamos charlando y caminando desde el puerto de Castellón hasta la biblioteca de la universidad, descubrimos el enorme grado de afinidad de nuestros gustos. Me prestó varios libros de Asimov (entre ellos varios de la saga de La Fundación). En uno de ellos (Los Propios Dioses), que en parte se desarrollaba en una colonia en la Luna, uno de los protagonistas era una mujer llamada Selene.
Mi nick (o como diría Magneto, mi nombre real) tenía mucho que ver también con la astronomía (y además aunaba mi gusto por la mitología grecorromana). Sin embargo, no fue "Marte" tampoco por voluntad mía; otra conocida de primero me lo sugirió la primera vez que entré al IRC de la universidad.
El tiempo siguió pasando, mi gusto por Asimov florecía con cada libro suyo que caía en mis manos, y mi apodo se fue convirtiendo en una parte indisoluble de mi personalidad.
Por casualidad también, ese mismo verano fui a dar con un canal de trivial en el irc-hispano. Al poco de estar allí, una persona entró con el nick "Selene" (retocado con algunos símbolos, era difícil por aquellas fechas encontrar disponible el nombre tal cual).
Todos mis sensores se dispararon. Mi saludo fue un simple "Selene, bonito nick". Me abrió un privado.
Ella era de Alicante, a poco más de 250 kilómetros. Una de las personas más especiales que he conocido y conoceré jamás, sin duda.
Estuvimos saliendo (con todas las restricciones que la distancia impone, he aquí la relación con la historia de Irene y lo que ha desatado esta tormenta eléctrica de recuerdos) durante los mejores tres años de mi vida. Fui feliz, lo reconozco.
Muchas veces me devané los sesos preguntándome si la habría conocido de no haberse dado alguno de todos los pequeños empujones que parecían conducirme irremisiblemente hasta ella, hasta la que sabía la mujer de mi vida.
Leo un relatito de Asimov en octavo de E.G.B. y encuentro a mi primer amor en Alicante en primero de carrera. El Efecto Mariposa.
¿La hubiera encontrado independientemente de lo que hubiera hecho en la vida, si hubiera aparecido por otras causas? No lo sé.
Muchas veces también pensé (volviendo al tema de la distancia) que tenía que redefinir mi concepto de "lejos" como "la distancia mínima a la que no alcanzaba a besarla". A veces me sentía más cerca de ella charlando por messenger en la distancia, que estando sentado a su lado. En estos otros momentos pensaba, como dirían Sabina y Páez, "estar contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado".
Pero sobre todo me parecía entrañablemente curioso comprobar en mi cuerpo "otro" Efecto Mariposa distinto: el despertar de miles de ellas en mi interior, acariciando con delicadeza las paredes de mi estómago, cada vez que me decía "te quiero".
El final de esta historia (o no)... mejor que Mario Benedetti lo cuente. En "La otra copa de brindis" lo captó mucho mejor de lo que este atormentado espíritu podrá hacerlo nunca:
Una bloggera escribe una historia el 28 de septiembre y desata una tormenta eléctrica de recuerdos y emociones en mi cerebro. Otra forma de enunciar el Efecto Mariposa.
So riesgo de que Daniel me sugiera que deje de torturarme por tanta entrada sensiblera, aquí va un repaso de un pequeño cúmulo de ca(su|us)alidades que se han ido realimentando a lo largo de mi vida hasta cambiarla desde sus cimientos.
Todo comenzó (o no) en séptimo u octavo de E.G.B., cuando leí en el libro de clase de Lenguaje un pequeño extracto de un cuento de Asimov de su libro "Compre Júpiter". En él, un ser de una raza superior nos anotaba como ya pertenecientes al grupo de los que controlaban la energía atómica y al grupo de "colegas galácticos", pero sólo para borrarnos de allí después de que le informaran de que las pruebas atómicas las hacíamos sobre nuestro propio planeta.
Esto me bastó para convertirme en un seguidor de su literatura.
Cuando comencé primero de carrera entablé amistad con otro seguidor de Asimov. En una fantástica noche que pasamos charlando y caminando desde el puerto de Castellón hasta la biblioteca de la universidad, descubrimos el enorme grado de afinidad de nuestros gustos. Me prestó varios libros de Asimov (entre ellos varios de la saga de La Fundación). En uno de ellos (Los Propios Dioses), que en parte se desarrollaba en una colonia en la Luna, uno de los protagonistas era una mujer llamada Selene.
Mi nick (o como diría Magneto, mi nombre real) tenía mucho que ver también con la astronomía (y además aunaba mi gusto por la mitología grecorromana). Sin embargo, no fue "Marte" tampoco por voluntad mía; otra conocida de primero me lo sugirió la primera vez que entré al IRC de la universidad.
El tiempo siguió pasando, mi gusto por Asimov florecía con cada libro suyo que caía en mis manos, y mi apodo se fue convirtiendo en una parte indisoluble de mi personalidad.
Por casualidad también, ese mismo verano fui a dar con un canal de trivial en el irc-hispano. Al poco de estar allí, una persona entró con el nick "Selene" (retocado con algunos símbolos, era difícil por aquellas fechas encontrar disponible el nombre tal cual).
Todos mis sensores se dispararon. Mi saludo fue un simple "Selene, bonito nick". Me abrió un privado.
Ella era de Alicante, a poco más de 250 kilómetros. Una de las personas más especiales que he conocido y conoceré jamás, sin duda.
Estuvimos saliendo (con todas las restricciones que la distancia impone, he aquí la relación con la historia de Irene y lo que ha desatado esta tormenta eléctrica de recuerdos) durante los mejores tres años de mi vida. Fui feliz, lo reconozco.
Muchas veces me devané los sesos preguntándome si la habría conocido de no haberse dado alguno de todos los pequeños empujones que parecían conducirme irremisiblemente hasta ella, hasta la que sabía la mujer de mi vida.
Leo un relatito de Asimov en octavo de E.G.B. y encuentro a mi primer amor en Alicante en primero de carrera. El Efecto Mariposa.
¿La hubiera encontrado independientemente de lo que hubiera hecho en la vida, si hubiera aparecido por otras causas? No lo sé.
Muchas veces también pensé (volviendo al tema de la distancia) que tenía que redefinir mi concepto de "lejos" como "la distancia mínima a la que no alcanzaba a besarla". A veces me sentía más cerca de ella charlando por messenger en la distancia, que estando sentado a su lado. En estos otros momentos pensaba, como dirían Sabina y Páez, "estar contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado".
Pero sobre todo me parecía entrañablemente curioso comprobar en mi cuerpo "otro" Efecto Mariposa distinto: el despertar de miles de ellas en mi interior, acariciando con delicadeza las paredes de mi estómago, cada vez que me decía "te quiero".
El final de esta historia (o no)... mejor que Mario Benedetti lo cuente. En "La otra copa de brindis" lo captó mucho mejor de lo que este atormentado espíritu podrá hacerlo nunca:
[...]
mas su mitad de amor
se negó a ser mitad
y de pronto él sintió
que sin ella sus brazos estaban tan vacíos
que sin ella sus ojos no tenían qué mirar
que sin ella su cuerpo de ningún modo era
la otra copa del brindis
y de nuevo se dijo
qué sencillo
pero ahora
lamentó que el futuro fuera oscura maleza
sólo entonces pensó en ella
eligiéndola
y sin dolor sin desesperaciones
sin angustia y sin miedo
dócilmente empezó
como otras noches
a necesitarla.
mas su mitad de amor
se negó a ser mitad
y de pronto él sintió
que sin ella sus brazos estaban tan vacíos
que sin ella sus ojos no tenían qué mirar
que sin ella su cuerpo de ningún modo era
la otra copa del brindis
y de nuevo se dijo
qué sencillo
pero ahora
lamentó que el futuro fuera oscura maleza
sólo entonces pensó en ella
eligiéndola
y sin dolor sin desesperaciones
sin angustia y sin miedo
dócilmente empezó
como otras noches
a necesitarla.
1 comentario:
No sé cómo se llama. Ni qué aspecto tiene. Ni siquiera cuántos años tiene, ni de dónde es. Sin embargo sé mucho más acerca de él que toda esa gente con la que se cruza mientras recorrre la calle Fuencarral. Este otoño ha sido frío y duro en Madrid, y en cuestión de días los árboles han cedido todas sus hojas al abandono del asfalto. El cielo es tan gris que no se sabe muy bien si es de noche, o es que las plomizas nubes no dejan pasar suficiente luz para que parezca que es de día.
Aunque la calle en estos días previos a las festividades navideñas hierve con la excitación consumista que se refleja en caras, voces y bolsas con logotipos de las tiendas más trendy, él va con ese peso en el alma que sólo da la soledad en la masa, el sentirse desesperadamente solo en medio de la multitud que se apresura a su alrededor. Porque ojalá fuéramos todos iguales para no echar así de menos a esa persona en concreto, a esa persona que está siempre ahí esperándole en cada esquina de su mente, en cada recoveco de sus recuerdos. Ella está ahora lejos, en otro país, casi en otro continente, y él sigue sin entender porqué la dejó ir como lo hizo. Dicen que el tiempo perdona, pero a él le castiga.
Recorre sin ninguna prisa los lugares donde tantas noches se rieron, se miraron y se creyeron que las cosas duran para siempre. Llega a ese banco en el que siempre se sentaban y ocupa su sitio. Y mientras la ciudad sigue moviéndose alrededor, él cree verla desde fuera y todo está pausado en blanco y negro menos él y ese banco en el que está sentado. ¿Qué estará haciendo ella ahora? Es imposible no preguntarse si ella pensará en él alguna vez, y deja que la duda le afecte, le empape, le duela. Y en momentos como éste, le vienen recuerdos imposibles de su olor y de su voz que se rompe en risas. Esconde la cara entre las manos y cierra los ojos para no ver que no está ahí, para no ver que aunque alargue el brazo no va a haber hombros que rodear.
Lo que no sabe, pero yo sí, es que él es la única persona de la que ella ha estado enamorada. Y que, no muchos días después, la chica llorará durante horas delante de un vaso vacío echándole de menos y totalmente confundida mientras él duerme.
Y a pesar de que el mundo siga su curso inexorable sin prestar ni la más mínima atención a esta historia, yo no puedo dejar de apuntármela aquí, porque, quién sabe, tal vez esa persona que me resbala por las mejillas en forma de lágrimas también piense en mí mientras duermo. Quizá cuando lo haga, yo sonría en mi sueño sin saberlo.
Publicar un comentario