El ladrido del despertador te hace dar un salto literal en la cama. Un día de estos te va a dar un infarto por su culpa, y lo sabes.
Estás desorientado, la realidad es poco menos que una bruma encontradiza y pegajosa de muebles y sillas que se interponen entre tú y la ducha.
Enciendes la luz del baño. Duele, pero cierras los ojos. Dejas la ropa que te vas a poner a un lado y abres el grifo de la ducha. Agua calentita. Tiras el pijama al otro lado de donde has dejado la pila. El contraste de temperatura te provoca un escalofrío.
Compruebas si el agua está bien, y te metes. Cambias el grifo para que el chorro salga por la alcachofa. Un manto caliente te recorre la espalda, arropándote. Otro escalofrío.
Durante todo este tiempo has mantenido los ojos casi cerrados. No eres demasiado consciente de que has llegado a la ducha. Has hecho todo con el "piloto automático" y, en realidad, tu cerebro todavía pertenece al reino de Morfeo.
Te encuentras a ti mismo encadenando pensamientos surrealistas en el mejor de los casos (y bastante estúpidos en el resto, que son la mayoría).
Lo peor es que no puedes hacer nada para detener ese flujo ininterrumpido de gilichorradas máximas. Piensas que te estás volviendo loco. ¿Qué vas a hacer si no puedes controlar tus propias líneas de pensamiento?
Sabes que tienes clase (o peor, ¡examen!) en apenas una hora. Pero no puedes retomar las riendas de tu pensamiento consciente.
Normalmente el miedo te hará segregar adrenalina, que conseguirá despejarte lo suficiente como para que la vocecita del creativo estúpido que hay en ti se desvanezca. Poco a poco, para que todavía te vuelva un poco más paranoico.
Ya estás despierto. Buenos días, bienvenido a la siguiente fotocopia de los días de tu vida.
Estás desorientado, la realidad es poco menos que una bruma encontradiza y pegajosa de muebles y sillas que se interponen entre tú y la ducha.
Enciendes la luz del baño. Duele, pero cierras los ojos. Dejas la ropa que te vas a poner a un lado y abres el grifo de la ducha. Agua calentita. Tiras el pijama al otro lado de donde has dejado la pila. El contraste de temperatura te provoca un escalofrío.
Compruebas si el agua está bien, y te metes. Cambias el grifo para que el chorro salga por la alcachofa. Un manto caliente te recorre la espalda, arropándote. Otro escalofrío.
Durante todo este tiempo has mantenido los ojos casi cerrados. No eres demasiado consciente de que has llegado a la ducha. Has hecho todo con el "piloto automático" y, en realidad, tu cerebro todavía pertenece al reino de Morfeo.
Te encuentras a ti mismo encadenando pensamientos surrealistas en el mejor de los casos (y bastante estúpidos en el resto, que son la mayoría).
"Los elefantes rosas resbalan con el champú y dos tres cuatro borrascas absolutas."
Lo oyes como a la voz en off del narrador de una película de cine negro.
Lo peor es que no puedes hacer nada para detener ese flujo ininterrumpido de gilichorradas máximas. Piensas que te estás volviendo loco. ¿Qué vas a hacer si no puedes controlar tus propias líneas de pensamiento?
"En las nubes de la playa algunas personas no saben saltar a la comba."
Sabes que tienes clase (o peor, ¡examen!) en apenas una hora. Pero no puedes retomar las riendas de tu pensamiento consciente.
"En uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve diez examen baldosa azul."
Normalmente el miedo te hará segregar adrenalina, que conseguirá despejarte lo suficiente como para que la vocecita del creativo estúpido que hay en ti se desvanezca. Poco a poco, para que todavía te vuelva un poco más paranoico.
Ya estás despierto. Buenos días, bienvenido a la siguiente fotocopia de los días de tu vida.
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