Se acababan de sentar en el césped. Recién redescubiertos, los dos amantes se acercaban el uno al otro hasta la distancia máxima a la que alcanzaba un beso.
Ella sólo le pidió que hablara, que le contara cositas. En el brillo de sus ojos se leía el anhelo por los labios de él.
Él comenzó a hablarle de lo primero que se le pasó por la cabeza, con tal de complacerla. Tenía curiosidad por saber a qué se debía el pequeño toque diferente en su forma de mirarle.
Ella apretó sus mejillas hasta ponerle los labios como los de un pez. Él calló, sorprendido.
Le pidió que siguiera hablando. Él retomó el hilo de su historia.
Entonces, ella se inclinó hacia él y comenzó a dibujar la línea de su boca con el borde de sus labios. Dejaba un hilito de saliva por donde se movía, humedeciéndolos.
Él notaba cómo le abandonaba el juicio poco a poco. Casi era capaz de sentir el flujo de endorfinas que recorrían su cerebro, nublándolo. Allá abajo, el cerebro primario requería un aumento del caudal de sangre, en detrimento del cerebro secundario, que se sumía lentamente en una nube de placer.
El hilo de palabras era ya inconexo. Sin embargo, cuando él callaba, ella le empujaba a seguir hablando, sin dejar de besarlo, mordiéndole ligeramente los labios, capturando toda su boca.
Ella sólo le pidió que hablara, que le contara cositas. En el brillo de sus ojos se leía el anhelo por los labios de él.
Él comenzó a hablarle de lo primero que se le pasó por la cabeza, con tal de complacerla. Tenía curiosidad por saber a qué se debía el pequeño toque diferente en su forma de mirarle.
Ella apretó sus mejillas hasta ponerle los labios como los de un pez. Él calló, sorprendido.
Le pidió que siguiera hablando. Él retomó el hilo de su historia.
Entonces, ella se inclinó hacia él y comenzó a dibujar la línea de su boca con el borde de sus labios. Dejaba un hilito de saliva por donde se movía, humedeciéndolos.
Él notaba cómo le abandonaba el juicio poco a poco. Casi era capaz de sentir el flujo de endorfinas que recorrían su cerebro, nublándolo. Allá abajo, el cerebro primario requería un aumento del caudal de sangre, en detrimento del cerebro secundario, que se sumía lentamente en una nube de placer.
El hilo de palabras era ya inconexo. Sin embargo, cuando él callaba, ella le empujaba a seguir hablando, sin dejar de besarlo, mordiéndole ligeramente los labios, capturando toda su boca.
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