23.2.05

La espada de Damocles (A veces pasan cosas)

Normalmente hacemos las cosas que hacemos (o no hacemos las cosas que no hacemos) porque están de acuerdo a una escala de valores implícita. Cuando hacemos cosas con las que no estamos de acuerdo, algo dentro de nosotros suele estar en conflicto; nuestro potencial de disonancia aumenta y un pequeño miniyo nos dice "eh, gilipollas, ¿por qué (no) has hecho esto?".

Desde que bajamos de los árboles, vivimos en un mundo repletito de construcciones sociales artificiosas. "Matrix" se queda corta al lado de lo que se puede ver a veces. A la gente se le olvida que hace cuatro ratos simplemente nos dedicábamos a buscar algo para comer ese día. Sólo se acuerda de que esa factura tiene que estar pagada mañana por la mañana.

Hace mucho tiempo que vivo sintiendo una espada de Damocles particular colgando un metro por encima de mi cabeza. Muchas veces vuelvo por la autovía pensando en que sólo es necesario que a uno de esos camiones a los que estoy adelantando le dé por adelantar a su vez a otro vehículo sin comprobar si ya estaba pasando alguien por el otro carril, o que lo haga pero en ese momento esté pasando por el punto muerto de su retrovisor. A veces hasta puedo intuir las vueltas de campana que daría el coche antes de fusionar mi tejido orgánico con la chatarra y formar un solo ente biónico durante el tiempo que mi cuerpo resistiera.
Ser consciente de que ya tengo a varios compañeros reposando en la tumba (por accidente, suicidio o enfermedad) ayuda a reforzar esa sensación. No sé por qué, pero me suele acompañar la impresión de que no duraré mucho más, de que una muerte ridícula al más puro estilo Def Con Dos me espera a la vuelta de la esquina.

Sólo por esta sensación, todo lo que ves a tu alrededor cambia de pronto. Los colores se vuelven más verdaderos, tienes perspectiva de las cosas, de las personas, de lo que realmente importa y de lo que es accesorio. Te reconcilias de alguna forma con el ciclo de la Vida, pero el ciclo de la Vida real, que no tiene mucho que ver con el que estamos acostumbrados a coexistir. La Vida tal y como la puede sentir un gorrión, un renacuajo, un árbol, una abeja, un ratón.

Viene bien para acordarte de decirle a esa persona lo extraordinaria que es, porque podría ser que mañana ya no pudieras. Para ayudar por última vez al compañero que a su vez te ha ayudado tantas veces a que tus experiencias cotidianas tengan su toque de sensata y sana locura, de ilógica razón.

También ayuda a que ese potencial de disonancia entre lo que el cuerpo te pide que hagas y lo que haces sea el menor posible. Aunque incluso así, muchas veces te quedas con ganas de hacer o decir algo que al final no dices. A pesar de que sea tu último día en la tierra, hay cosas que puede que estén de más.

Ya, puede que muchos estéis pensando: «si de verdad creyera que se va a morir mañana, ¿por qué no deja la carrera y se va a viajar por el mundo, por ejemplo, o a componer todo lo que pueda, o a escribir cosas para la posteridad, o le dice de una vez todo lo que siempre ha querido decirle a esa persona?».

Lo bueno de ser yo es que esa persona seguro que sabe todo lo que siempre he querido decirle, que todo lo que quiera dejar para la posteridad lo voy escribiendo tal y como se me ocurre (aunque muchas cosas estén sin terminar en una carpeta del ordenador, lo mismo que con las composiciones), que ya he viajado donde podía viajar dentro de mis posibilidades, y que en la carrera uno no deja de aprender y enriquecerse (más que de las asignaturas, de la gente tan fantástica con la que se encuentra).

¿Aprender para qué? ¿Trabajar? Pero si puede que no llegue a trabajar. ¿Entonces? Entonces nada, aprender por aprender. Trabajar tampoco es que lo vea como algo que sirva más que para ocupar el tiempo y ganar dinero de paso (recordad que todo trabajo nos acerca a un Fin del Universo en el que todo lo que hayamos hecho no habrá servido para nada más...).

Eso sí, sí que hay algunas cosas de las que me arrepentiría de no haber hecho si no pasara de mañana. Algunas porque no pude hacerlas (como asistir a esa lluvia de estrellas a medias en la playa), otras porque aún no he podido hacerlas (una cena a tres, muchas "tonterías" con gente a la que tampoco le parecen "tonterías", y tantísimas cosas con la persona que quisiera pasar lo poco que me quedara de vida con ella) y las demás porque no me atrevo a hacerlas. Al fin y al cabo, puede que sí que pase de mañana. Y no me apetecería pasar el último de mis días afrontando las consecuencias de mis actos del día anterior...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Prefiero que contesten Kallistus y Patágoras a tu hermosa reflexión:

Kallistus se estremeció debajo de la toga, bien por el frío, bien por la impresión que le causaron las palabras de Patágoras. Echó unas ramas al fuego, y luego intentó un último asalto.

- Entonces, ¿por qué hacemos todo esto? ¿Para qué esforzarnos si no queda nada? - preguntó casi con rabia.

Patágoras señaló las estrellas con un dedo.

- Mira cuántas estrellas. Hay algunas que son más bonitas que otras, pero todas contribuyen a este espectáculo precioso. Si quitas una estrella, estás quitando algo al conjunto. Una sola estrella, sin embargo, no puede rivalizar contra las demás. Todas cooperan.

- Sigue - dijo Kallistus, más tranquilo.

- Lo que hacemos en vida para mejorar nuestra existencia y la de los demás: eso es lo que perdura. Eso es lo que de verdad podemos disfrutar. A veces la palabra transmitida es importante, concedido, pero el ejemplo real lo es en mayor grado. Poner demasiada esperanza en los fantasmas venideros del recuerdo, nos quita alegría y fuerzas. Se convierte en una obsesión, en la búsqueda de una muerte perfecta e idealizada. La vida para la muerte: una contradicción.

- Es mejor desear la vida que desear la muerte, maestro.

- Sí, sin duda. Mas por encima de ambas, perseguir el bien y la virtud en nuestras acciones por lo que pueden hacer aquí y ahora, y no para nuestro recuerdo, es lo óptimo. Ser una estrella entre estrellas, contribuyendo al brillo del todo.

- En resumen, disparar la flecha pensando en la diana, y no en el trofeo. - añadió Kallistus, inspirado.

Patágoras sonrío con evidente satisfacción.

- Eso ha estado muy bien, Kallistus. Eres un buen alumno.

Kallistus se quedó embobado, sonriendo y meditando sobre la conversación, mientras volvía a casa caminando junto a Patágoras. Sobre sus cabezas, la Vía Láctea seguía brillando impertérrita, estrella por estrella.
(El texto completo en "Diálogo Filosófico VIII")

Mars Attacks dijo...

Siempre es gratificante leer los diálogos de tus pequeños personajes virtuales. No recordaba ése en concreto, está genial.

Hoy ha sido un buen día, he hecho muchas de esas cosas que no suelo atreverme a hacer. El potencial de disonancia disminuye y me siento un poco mejor. Aunque sigo falto de compañía femenina...