Era la primera vez que se veían en persona. Ella, enfundada en una chaqueta roja de aspecto plástico, le esperaba a mitad de las escaleras de aquella estación de trenes en Gandía. Él, vestido de músico, tenía la que ya habían convenido en llamar "sonrisa de gilienamorado".
La excusa de ella era aprovechar los desfiles de carnaval de Gandía para que sus padres la llevaran a conocer a un buen amigo de Internet, al que habían contratado para tocar en el desfile.
La excusa de él era aprovechar que le habían contratado para tocar en el desfile de carnaval de Gandía para conocer a la chica de sus sueños.
Por algún designio cósmico, aquél día estaba lloviendo a mares, de forma que se suspendió el desfile una hora antes de que él saliera desde Valencia con destino Gandía. Pero eso no le iba a detener.
Hechos un manojo de nervios, se sentaron en la cafetería de la estación, bajo la "descuidada" atención de sus padres, que se tomaban algo en la barra.
Él le cogió la mano, esa mano que tantísimo había deseado poder acariciar. Le puso la palma hacia arriba y descubrió una pequeña pequita en el centro. No pudo resistir acercarla a sus labios y darle un dulce beso.
Ella enrojeció como un tomate, casi poniéndose a juego con la chaqueta. Ella tenía miedo de no gustarle, pero no había nadie más en el mundo a quien él deseara en esos momentos.
Le dijo que seguía en pie la visita que pensaba hacer a su pueblo la semana siguiente. La que sería "su primera cita", a pesar de los cuatro largos meses que ya se sentían el uno del otro.
Como tendría que buscarle un hotel para pasar la noche (y también para confirmarse a sí misma que aquello era cierto), le preguntó:
-¿Entonces, te reservo?
Él no dijo nada inmediatamente; sólo sonrió, encontrándole un segundo sentido mucho más agradable a la frase.
-Sí, resérvame.
Ella cayó en la cuenta y los dos rieron.
En los breves minutos que duró su charla en el bar, los dos podían ver en los ojos del otro la inmensa profundidad de lo que sentían, fusionada con sus propios reflejos. Afuera llovía. Adentro no se podía estar mejor.
La excusa de ella era aprovechar los desfiles de carnaval de Gandía para que sus padres la llevaran a conocer a un buen amigo de Internet, al que habían contratado para tocar en el desfile.
La excusa de él era aprovechar que le habían contratado para tocar en el desfile de carnaval de Gandía para conocer a la chica de sus sueños.
Por algún designio cósmico, aquél día estaba lloviendo a mares, de forma que se suspendió el desfile una hora antes de que él saliera desde Valencia con destino Gandía. Pero eso no le iba a detener.
Hechos un manojo de nervios, se sentaron en la cafetería de la estación, bajo la "descuidada" atención de sus padres, que se tomaban algo en la barra.
Él le cogió la mano, esa mano que tantísimo había deseado poder acariciar. Le puso la palma hacia arriba y descubrió una pequeña pequita en el centro. No pudo resistir acercarla a sus labios y darle un dulce beso.
Ella enrojeció como un tomate, casi poniéndose a juego con la chaqueta. Ella tenía miedo de no gustarle, pero no había nadie más en el mundo a quien él deseara en esos momentos.
Le dijo que seguía en pie la visita que pensaba hacer a su pueblo la semana siguiente. La que sería "su primera cita", a pesar de los cuatro largos meses que ya se sentían el uno del otro.
Como tendría que buscarle un hotel para pasar la noche (y también para confirmarse a sí misma que aquello era cierto), le preguntó:
-¿Entonces, te reservo?
Él no dijo nada inmediatamente; sólo sonrió, encontrándole un segundo sentido mucho más agradable a la frase.
-Sí, resérvame.
Ella cayó en la cuenta y los dos rieron.
En los breves minutos que duró su charla en el bar, los dos podían ver en los ojos del otro la inmensa profundidad de lo que sentían, fusionada con sus propios reflejos. Afuera llovía. Adentro no se podía estar mejor.
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