Elisabeth es una chica de lo más normal; no le gusta su nombre, no le gusta ser el centro de atención, no le gustan las fiestas ni las aglomeraciones en general y, sobre todo, no soporta a los tunos ni que la gente fume o se emborrache cerca de ella. Tampoco termina de estar contenta con su aspecto físico. Aunque no por lo normal: tiene un toque exótico en su forma de ser que provoca un aluvión de piropos a los que no acaba de acostumbrarse y de los que está harta.
De cualquier manera, sólo le gusta cómo se los dice él. Él también es un chico muy normal, con sus principios e, incluso, con sus finales. Sincero hasta la médula, no hay palabra que salga de su boca que su cerebro y su corazón no hayan sopesado en toda su profundidad. Le duelen las rodillas cuando hace frío, y tiene cierta debilidad por los atardeceres, el chocolate, y la investigación de vida extraterrestre.
Los dos son extraordinariamente raros, dentro de su normalidad, o extraordinariamente normales dentro de su rareza, según se mire. El motivo... bueno, dicen que estaba escrito en el anverso de un sobrecito de café. La verdad es que un descuidado camarero lo tiró a la basura, y todo lo que se sabe al respecto es pura habladuría. Siento no poder decir más.
De cualquier manera, sólo le gusta cómo se los dice él. Él también es un chico muy normal, con sus principios e, incluso, con sus finales. Sincero hasta la médula, no hay palabra que salga de su boca que su cerebro y su corazón no hayan sopesado en toda su profundidad. Le duelen las rodillas cuando hace frío, y tiene cierta debilidad por los atardeceres, el chocolate, y la investigación de vida extraterrestre.
Los dos son extraordinariamente raros, dentro de su normalidad, o extraordinariamente normales dentro de su rareza, según se mire. El motivo... bueno, dicen que estaba escrito en el anverso de un sobrecito de café. La verdad es que un descuidado camarero lo tiró a la basura, y todo lo que se sabe al respecto es pura habladuría. Siento no poder decir más.
3 comentarios:
que cabrón, la taza, la conversación, las miradas y el terrón.
Por culpa de las gominolas y la música y los halagos ya no te puedo leer igual...
Pues yo ya no puedo escribir igual...
Estamos en paz, supongo.
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