Esta mañana me he levantado, y hacía frío. Esto me recuerda por qué escribí lo mismo hace dos años.
Sin haber dormido demasiado (y nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres) y tras haber recibido un sonoro sms a eso de las 4 de la mañana, me he levantado hacia las siete y poco para coger un tren a Valencia.
El sueño, sumado al retorno de una misteriosa gingivitis, ha hecho que no sea precisamente mi mejor día en cuanto a estado físico.
Pero ha sido un buen día. En Valencia me encontraría con un montón de gente relacionada con el desarrollo de videojuegos. Algunos amateur, otros profesionales y viviendo de ello. Muchos de ellos, unas personas admirables en cuanto a intelecto y a personalidad. Todos con el denominador común de tratar de hacer algo por mejorar el status de los videojuegos en España y, en concreto, en la Comunidad Valenciana, para tratar de equipararlo con el resto de Europa y de Estados Unidos o Canadá, donde están a años luz de la prehistórica y distorsionada visión de la industria del videojuego que tenemos aquí.
La pega eran las dos horas de viaje que me esperaban (entre ir y volver) de Valencia, pero afortunadamente, en mis numerosos anteriores viajes (de cuando estuve loco), aprendí que pasar ese rato leyendo "El Jueves" lo hacía muy llevadero. Aunque la calidad en general de la revista me pareciera que había decrecido bastante.
Sin embargo, en este número me he reído, y mucho. Unas lecciones de historia geniales (con afirmaciones del estilo de que, en la Prehistoria, los monos evolucionaron y se lo encontraron todo por descubrir; aquéllos que aprendieron a manejar el fuego se convirtieron en Homo Sapiens, y los que no, en Homo no lo Sapiens), y alguna que otra reflexión acerca de temas de pareja que he estado tentado de tatuarme en la frente (creo que en la sección de "sucedió cerca de tu casa").
Y hasta aquí puedo leer.
Sin haber dormido demasiado (y nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres) y tras haber recibido un sonoro sms a eso de las 4 de la mañana, me he levantado hacia las siete y poco para coger un tren a Valencia.
El sueño, sumado al retorno de una misteriosa gingivitis, ha hecho que no sea precisamente mi mejor día en cuanto a estado físico.
Pero ha sido un buen día. En Valencia me encontraría con un montón de gente relacionada con el desarrollo de videojuegos. Algunos amateur, otros profesionales y viviendo de ello. Muchos de ellos, unas personas admirables en cuanto a intelecto y a personalidad. Todos con el denominador común de tratar de hacer algo por mejorar el status de los videojuegos en España y, en concreto, en la Comunidad Valenciana, para tratar de equipararlo con el resto de Europa y de Estados Unidos o Canadá, donde están a años luz de la prehistórica y distorsionada visión de la industria del videojuego que tenemos aquí.
La pega eran las dos horas de viaje que me esperaban (entre ir y volver) de Valencia, pero afortunadamente, en mis numerosos anteriores viajes (de cuando estuve loco), aprendí que pasar ese rato leyendo "El Jueves" lo hacía muy llevadero. Aunque la calidad en general de la revista me pareciera que había decrecido bastante.
Sin embargo, en este número me he reído, y mucho. Unas lecciones de historia geniales (con afirmaciones del estilo de que, en la Prehistoria, los monos evolucionaron y se lo encontraron todo por descubrir; aquéllos que aprendieron a manejar el fuego se convirtieron en Homo Sapiens, y los que no, en Homo no lo Sapiens), y alguna que otra reflexión acerca de temas de pareja que he estado tentado de tatuarme en la frente (creo que en la sección de "sucedió cerca de tu casa").
Y hasta aquí puedo leer.
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