Si cierro los ojos y me concentro, puedo visualizar cómo ocurrió. Fue hace unos diez mil años, puede que algo más. Nuestra especie era bastante parecida a como la conocemos ahora.
Cerca de algún riachuelo que cruzaba un frondoso bosque, un jabalí era derribado por algunos certeros impactos de lanza. Un pequeño grupo de humanos aparecería de la nada y se llevaría el cuerpo hacia la cueva cercana en la que se refugiaban del frío.
Una vez allí, el jefe cazador cogería al animal y comenzaría a descuartizarlo con sus rudimentarios cuchillos de piedra, dando al resto los pedazos desmembrados que recortaba. En uno de los cortes más profundos, un chorro de sangre lo salpicaría todo, haciendo que el grupo retrocediera un poco. El más pequeño de la tribu, que jugaba a remover excrementos con un palito, fue el único en darse cuenta de que la parte de salpicadura que bañaba un trozo de pared formaba una figura parecida a una mano.
Sin que nadie se fijara, se aproximaría y colocaría su mano encima de la mancha de la pared. La mancha de la pared era mucho más grande que su mano, y al retirarla, se la habría manchado toda de sangre. El pequeño trataría de limpiarla restregándola contra otros trozos de pared, y observaría divertido las réplicas de su pequeña mano por todas partes, con algunas partes deformadas por el frotamiento. Ahora la mancha grande, que había chorreado un poco, tenía una forma parecida a la de una palmera.
Alguien llamó al chico para darle su parte del banquete, y éste les enseñaría a los demás lo que había hecho. Nadie más vio un árbol. Su madre incluso pensó que su hijo era un poco raro, y no le dio mayor importancia. Pero ese niño aprovechó cada oportunidad para seguir haciendo otras figuras.
El chico se hizo mayor, y llegó a ser el jefe de su grupo. Después de cada sacrificio, comenzó a dibujar con la sangre de su presa una forma que recordara a ella, junto a su propia mano. Ahora, además, utilizaba otros elementos como el tuétano de los huesos, algunas hojas aplastadas o el carbón de las ascuas para dotar la figura de pequeñas sutilezas.
Los niños de su grupo miraban extasiados el ritual. No dudarían en seguir esa costumbre cuando aquel hombre extraño hubo muerto.
Abro los ojos. Nuestro cerebro alberga cerca de cien mil millones de neuronas. En ellas se guarda información referente a las percepciones que tenemos de la realidad, y se tienden puentes sinápticos entre ellas cuando dichas percepciones están relacionadas. La palabra árbol está relacionada con la imagen mental que tenemos de un árbol; al leer esa palabra, tu propio cerebro activará algunas rutas que llevarán directo a la dirección de un dibujo de un árbol, de cada uno de los árboles que has visto (en la realidad o en cualquier otro medio). Se activarán otras zonas que piensen en las hojas, en el tronco, en el color verde y sus matices, el marrón, bichos correteando por ahí, el aroma de la tierra húmeda, la sensación de caminar sobre el césped, formas de montañas, un cielo azul o el sol.
Todas estas relaciones son lógicas, y se ramifican exponencialmente en un árbol fractal de neuronas. Desde esta perspectiva, la creatividad se basa en encontrar un camino inexistente hasta el momento entre dos o más "nodos" de pensamiento dados. Si nos enfrentamos a un problema (por ejemplo, queremos alcanzar algo de un estante al que no llegamos), nuestro cerebro empezará a bucear por todas las redes existentes relacionadas con la situación y, si no encuentra una que satisfaga el problema, explorará nuevos caminos con los elementos de los que dispone. Siguiendo el ejemplo, si nos encontramos en esa situación y vemos una silla a nuestro alcance, nuestro cerebro lo tomará como posible solución, pese a que seguramente una silla no tenía en absoluto nada que ver con el objeto del problema.
Todos nosotros pasamos cada día por una fase "creativa" que se encarga de recortar los más diversos fragmentos de nuestras vivencias para amalgamarlos en un único producto audiovisual: los sueños. Muchos de nosotros habremos vivido alguna que otra vez la sensación de resolver mediante un sueño un problema que se nos resistía conscientemente. En una fase inconsciente, se ha abierto un camino, una conexión surrealista en la que no hubiéramos pensado de forma racional.
¿Y si "lo surrealista" es para algunos su forma normal de ser? No es extraño encontrarnos con que alguna gente muy creativa se comporta además de forma excéntrica. El conocido aforismo de los genios locos, vaya. Gente que ha desarrollado (o tenía ya de fábrica) caminos insospechados entre los nodos. A veces, gente capaz de encontrar el camino más recto entre esos dos puntos. Otras, gente capaz de descubrir un sendero oculto totalmente enrevesado e inhóspito para la mayoría.
Por supuesto, existen otros elementos que terminarán de decidir si una persona es creativa o sólo le falta un tornillo. Incluso así, la línea que los separa puede ser muy difusa, cuando no inexistente. No nos detendremos a enumerar los insignes ejemplos de genialidad unida a un comportamiento estrambótico.
Con todos estos elementos, podemos forjar la pequeña hipótesis de que si una persona se vuelve un poco más creativa al verse abocada a restricciones, una que ya lo era es capaz de exprimir al máximo lo mejor de esa facultad.
Volviendo al imaginario común, se suele decir que "el hambre agudiza el ingenio". Una buena muestra literaria de esto es el Lazarillo de Tormes. En una versión un poco más actual, tenemos las aventuras de McGuyver. En el mundo audiovisual de mediados del siglo pasado, los productores (oficio siempre asociado a la restricción) se las ingeniaban para exprimir al máximo sus recursos. No son pocas las películas rodadas reutilizando escenarios, atrezzo, vestuario e incluso actores, capaces de rivalizar con las películas de mayor presupuesto para las que fueron creados o contratados originalmente.
Como es natural, en cuanto se daba con una fórmula más eficaz para hacer las cosas (en cualquiera de los campos implicados), toda la industria adquiría esos procedimientos. De esta forma, las mentes más abiertas terminaban siendo el motor dinámico que impulsaba desde dentro el cambio de tendencias.
Si pensamos en cerrar el círculo de las ideas, sólo nos queda una parada en la que detenernos: ¿qué idea se puede tener para tener mejores ideas (o, al menos, ideas diferentes)? De nuevo entra en juego el mecanismo de la restricción para explotar al máximo cualquier faceta. En el mundo audiovisual la restricción viene en ocasiones impuesta (como es el caso de la época de censura franquista) y en otras, es autoimpuesta (como el decálogo de normas estéticas del movimiento Dogma95).
En la película-documental Cinco Condiciones (Five Obstructions, Lars Von Trier, 2003), el cineasta Jørgen Leth se somete voluntariamente al reto de volver a rodar su cortometraje El Hombre Perfecto (Det Perfekte menneske, Jørgen Leth, 1967) bajo las condiciones que el propio Von Trier decida. El sadismo sociópata que Von Trier despliega para con Leth sólo resulta comparable a la agilidad de Leth para sortear las complicaciones utilizando sus recursos, para terminar llevando a cabo una serie de productos de una calidad envidiable.
Lo que aparentemente es una tortura para Leth (y de hecho, lo es), también lleva asociado para él ese ansia de curiosidad infantil por saber cómo se puede resolver el problema. La satisfacción por el producto realizado queda incluso eclipsada por la satisfacción de haber conseguido encontrar la manera de realizarlo.
En conclusión, en alguna parte de nuestro cerebro, la neotenia (la permanencia de rasgos infantiles en individuos maduros) se plasma en el uso de la plasticidad neuronal de nuestros primeros estadios para cubrir la curiosidad también propia de esas edades. Algunas restricciones nos fuerzan a seguir adelante por otras vías. Ser seres sin alas, a fin de cuentas, no supuso una barrera infranqueable para que aprendiéramos a volar de cien formas distintas.
Actualización: Bueno... hablando de volar y de restricciones, quizá a veces es mejor dejar estar las cosas :S
Cerca de algún riachuelo que cruzaba un frondoso bosque, un jabalí era derribado por algunos certeros impactos de lanza. Un pequeño grupo de humanos aparecería de la nada y se llevaría el cuerpo hacia la cueva cercana en la que se refugiaban del frío.
Una vez allí, el jefe cazador cogería al animal y comenzaría a descuartizarlo con sus rudimentarios cuchillos de piedra, dando al resto los pedazos desmembrados que recortaba. En uno de los cortes más profundos, un chorro de sangre lo salpicaría todo, haciendo que el grupo retrocediera un poco. El más pequeño de la tribu, que jugaba a remover excrementos con un palito, fue el único en darse cuenta de que la parte de salpicadura que bañaba un trozo de pared formaba una figura parecida a una mano.
Sin que nadie se fijara, se aproximaría y colocaría su mano encima de la mancha de la pared. La mancha de la pared era mucho más grande que su mano, y al retirarla, se la habría manchado toda de sangre. El pequeño trataría de limpiarla restregándola contra otros trozos de pared, y observaría divertido las réplicas de su pequeña mano por todas partes, con algunas partes deformadas por el frotamiento. Ahora la mancha grande, que había chorreado un poco, tenía una forma parecida a la de una palmera.
Alguien llamó al chico para darle su parte del banquete, y éste les enseñaría a los demás lo que había hecho. Nadie más vio un árbol. Su madre incluso pensó que su hijo era un poco raro, y no le dio mayor importancia. Pero ese niño aprovechó cada oportunidad para seguir haciendo otras figuras.
El chico se hizo mayor, y llegó a ser el jefe de su grupo. Después de cada sacrificio, comenzó a dibujar con la sangre de su presa una forma que recordara a ella, junto a su propia mano. Ahora, además, utilizaba otros elementos como el tuétano de los huesos, algunas hojas aplastadas o el carbón de las ascuas para dotar la figura de pequeñas sutilezas.
Los niños de su grupo miraban extasiados el ritual. No dudarían en seguir esa costumbre cuando aquel hombre extraño hubo muerto.
Abro los ojos. Nuestro cerebro alberga cerca de cien mil millones de neuronas. En ellas se guarda información referente a las percepciones que tenemos de la realidad, y se tienden puentes sinápticos entre ellas cuando dichas percepciones están relacionadas. La palabra árbol está relacionada con la imagen mental que tenemos de un árbol; al leer esa palabra, tu propio cerebro activará algunas rutas que llevarán directo a la dirección de un dibujo de un árbol, de cada uno de los árboles que has visto (en la realidad o en cualquier otro medio). Se activarán otras zonas que piensen en las hojas, en el tronco, en el color verde y sus matices, el marrón, bichos correteando por ahí, el aroma de la tierra húmeda, la sensación de caminar sobre el césped, formas de montañas, un cielo azul o el sol.
Todas estas relaciones son lógicas, y se ramifican exponencialmente en un árbol fractal de neuronas. Desde esta perspectiva, la creatividad se basa en encontrar un camino inexistente hasta el momento entre dos o más "nodos" de pensamiento dados. Si nos enfrentamos a un problema (por ejemplo, queremos alcanzar algo de un estante al que no llegamos), nuestro cerebro empezará a bucear por todas las redes existentes relacionadas con la situación y, si no encuentra una que satisfaga el problema, explorará nuevos caminos con los elementos de los que dispone. Siguiendo el ejemplo, si nos encontramos en esa situación y vemos una silla a nuestro alcance, nuestro cerebro lo tomará como posible solución, pese a que seguramente una silla no tenía en absoluto nada que ver con el objeto del problema.
Todos nosotros pasamos cada día por una fase "creativa" que se encarga de recortar los más diversos fragmentos de nuestras vivencias para amalgamarlos en un único producto audiovisual: los sueños. Muchos de nosotros habremos vivido alguna que otra vez la sensación de resolver mediante un sueño un problema que se nos resistía conscientemente. En una fase inconsciente, se ha abierto un camino, una conexión surrealista en la que no hubiéramos pensado de forma racional.
¿Y si "lo surrealista" es para algunos su forma normal de ser? No es extraño encontrarnos con que alguna gente muy creativa se comporta además de forma excéntrica. El conocido aforismo de los genios locos, vaya. Gente que ha desarrollado (o tenía ya de fábrica) caminos insospechados entre los nodos. A veces, gente capaz de encontrar el camino más recto entre esos dos puntos. Otras, gente capaz de descubrir un sendero oculto totalmente enrevesado e inhóspito para la mayoría.
Por supuesto, existen otros elementos que terminarán de decidir si una persona es creativa o sólo le falta un tornillo. Incluso así, la línea que los separa puede ser muy difusa, cuando no inexistente. No nos detendremos a enumerar los insignes ejemplos de genialidad unida a un comportamiento estrambótico.
Con todos estos elementos, podemos forjar la pequeña hipótesis de que si una persona se vuelve un poco más creativa al verse abocada a restricciones, una que ya lo era es capaz de exprimir al máximo lo mejor de esa facultad.
Volviendo al imaginario común, se suele decir que "el hambre agudiza el ingenio". Una buena muestra literaria de esto es el Lazarillo de Tormes. En una versión un poco más actual, tenemos las aventuras de McGuyver. En el mundo audiovisual de mediados del siglo pasado, los productores (oficio siempre asociado a la restricción) se las ingeniaban para exprimir al máximo sus recursos. No son pocas las películas rodadas reutilizando escenarios, atrezzo, vestuario e incluso actores, capaces de rivalizar con las películas de mayor presupuesto para las que fueron creados o contratados originalmente.
Como es natural, en cuanto se daba con una fórmula más eficaz para hacer las cosas (en cualquiera de los campos implicados), toda la industria adquiría esos procedimientos. De esta forma, las mentes más abiertas terminaban siendo el motor dinámico que impulsaba desde dentro el cambio de tendencias.
Si pensamos en cerrar el círculo de las ideas, sólo nos queda una parada en la que detenernos: ¿qué idea se puede tener para tener mejores ideas (o, al menos, ideas diferentes)? De nuevo entra en juego el mecanismo de la restricción para explotar al máximo cualquier faceta. En el mundo audiovisual la restricción viene en ocasiones impuesta (como es el caso de la época de censura franquista) y en otras, es autoimpuesta (como el decálogo de normas estéticas del movimiento Dogma95).
En la película-documental Cinco Condiciones (Five Obstructions, Lars Von Trier, 2003), el cineasta Jørgen Leth se somete voluntariamente al reto de volver a rodar su cortometraje El Hombre Perfecto (Det Perfekte menneske, Jørgen Leth, 1967) bajo las condiciones que el propio Von Trier decida. El sadismo sociópata que Von Trier despliega para con Leth sólo resulta comparable a la agilidad de Leth para sortear las complicaciones utilizando sus recursos, para terminar llevando a cabo una serie de productos de una calidad envidiable.
Lo que aparentemente es una tortura para Leth (y de hecho, lo es), también lleva asociado para él ese ansia de curiosidad infantil por saber cómo se puede resolver el problema. La satisfacción por el producto realizado queda incluso eclipsada por la satisfacción de haber conseguido encontrar la manera de realizarlo.
En conclusión, en alguna parte de nuestro cerebro, la neotenia (la permanencia de rasgos infantiles en individuos maduros) se plasma en el uso de la plasticidad neuronal de nuestros primeros estadios para cubrir la curiosidad también propia de esas edades. Algunas restricciones nos fuerzan a seguir adelante por otras vías. Ser seres sin alas, a fin de cuentas, no supuso una barrera infranqueable para que aprendiéramos a volar de cien formas distintas.
Actualización: Bueno... hablando de volar y de restricciones, quizá a veces es mejor dejar estar las cosas :S
1 comentario:
¡¡diossantro!! hasta los efectos de Ed Wood eran mejores XDDD
Muy buena la entrada.. pero en bollywood la cosa de la conexión neuronal no cal ¡con que canten y sean guapos, les perdonan lo demás!
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