27.11.05

Bike Girl (Esta mañana me he levantado...)

Perdonad la tardanza en escribir la crónica. A estas alturas post-viajeras aún estoy tratando de ponerme al día.
El título de la entrada es un homenaje a Pablo (a.k.a. Guybrush), cantante de Aquaplaning, por el título de una de sus estupendas canciones en las que cuenta una historia con una chica de Ámsterdam. En muchos momentos del viaje, me vino a la cabeza, así que abro la crónica con ella.

El viaje ya comenzó de forma más o menos sobresaltada: habían adelantado la hora del vuelo en 20 minutos, y la llegada al aeropuerto estuvo más o menos apurada. Después de esperar una cola enorme en la que casi empezaron a avisarnos por el nombre, volamos a través de algunas nubes hasta el aeropuerto de Ámsterdam. Mientras atravesábamos unas turbulencias y la intrépida Janina hacía con su abanico el viento suficiente como para acelerarnos a Match 2, una simpática niña inglesa nos obsequiaba con un melódico comentario: What a biiig cloooooooooooooooooooouuuuuuuuuuuuuud!
El capitán del vuelo nos dio la bienvenida a Holanda: con una temperatura de 11 grados y "buen tiempo" (a cualquier cosa le llaman ahora buen tiempo, aunque allí desde luego parece que lo era).
A la llegada, la primera en la frente: el asa de plástico de mi maleta, partida por un lado. Bueno, nada que no hubiera pasado antes (véase la crónica del viaje a Londres), nos podríamos apañar.
Comimos en un Burguer King (bastante comida y lo más importante, no tenía picante), y cogimos un tren a La Haya (en holandés, "Den Haag"), que nos tenía que dejar en la estación central. Como dicho tren sufría una bifurcación y no sabíamos qué línea nos llevaría al lugar correcto, mis compis preguntaron a un simpático señor inglés que no tenía tampoco ni idea del recorrido, y que dijo que nos seguiría a nosotros.
Cuando ya estábamos cerca del lugar de la birfucación, intentamos volver a preguntar a la gente del vagón si estábamos en el tren correcto. Mi mala suerte al preguntar si alguien sabía inglés, fue que el señor que dijo que sí y al que empecé a preguntar, resultó ser el mismo de antes, con el consecuente cachondeo general de mis compis. Para más inri, no había forma de que se me quedara en la cabeza "Den Haag", así que pregunté por "Haggen Daz", que era a lo que me sonaba. Ellos iban por tierra, fue muy divertido. Al llegar, alguien comentó "Haggen Daz, the land of the ice cream!".
Al llegar a La Haya, bastante cansados después de tantas horas de avión y tren, hicimos el "check in" del albergue (cerca de un piso muy discreto de color rosa y otro con ventanas en las que cada piso era de un color, y del "barrio rojo" local). En él nos timaron unos 20 euros por pagar cada uno de forma bastante poco organizada. A partir de entonces, hicimos una serie de botes para pagar las cosas conjuntas y evitar ese tipo de problemas.
En la habitación, hicimos (o nos hicieron) entrega de regalos de cumpleaños varios (nenas, tenéis que ver el nuevo look que llevo entre zapatillas y camisetas; con mis nuevas gafas sin montura estoy que arraso...). Un pequeño pollito que cantaba una canción indescifrable cuando lo apretabas hizo aparición en nuestra peculiar Compañía, y Ester, su dueña, lo bautizó Haggen. A partir de entonces, su meta en el viaje fue encontrar a Daz (supuestamente un musculoso y apuesto holandés). Luego dimos un pequeño paseo por la zona, viendo edificaciones muy modernas, catedrales, bibliotecas estupendas...
Cenamos de lo que compramos en un supermercado, "disfrutamos" de una "noche de ""salsa"" que preparaban los "holandeses" del "albergue" y a la mañana siguiente (después de familiarizarnos con los extraños formatos de váter holandeses) visitamos el museo de Escher (una pasada, no dejéis de haceros la foto chachi de «Mamá Museo» si váis, y hacer el paseo virtual con «Papá Museo»), comimos en un indo-pakistaní en el que fue imposible entendernos con los camareros (que sospecho que abrieron a propósito para nosotros, ya que allí los horarios de comida y cena locales son mucho más temprano), y acabaron trayéndonos algo de carne con las patatas más endiabladamente picantes que he probado en mi vida. Eso eran patatas bravas y lo demás tonterías. Me está picando la lengua sólo de recordarlo -en serio-.
Por la tarde intentamos visitar Madurodam, una especie de ciudad en pequeñito con algunos edificios y urbanizaciones más emblemáticos de Holanda, fundada por John Maduro (no es coña, los chistes estaban servidos). Pero, tras un larguíiiiiiiisimo paseo por un parque gigantesco a pie (en el que mi rodilla se vería gravemente resentida durante el resto del viaje), el lugar estaba cerrado. A las 6, Holanda cierra, a excepción de ciertos antros de mala re-puta-ción y exóticos y picantes sitios donde cenar.
Volvimos al albergue en tranvía (ya no había fuerzas para más), y decidimos volver a la mañana siguiente, antes de partir hacia Leeuwarden, para visitar a David Fernández (alias Mota), la excusa del viaje ;) Eso sí, volveríamos en tranvía también.
Al buscar un sitio para cenar, comprobamos que el tiempo era muy parecido al londinense, en paquetes de 15 minutos: lluvia, nubes, granizo, lluvia, nubes... Eso sí, allí la gente está tan acostumbrada que ni usa paraguas ni se amedrenta lo más mínimo a seguir yendo en bicicleta bajo el aguacero o la pedregada.
Entramos en una biblioteca superfashion para resguardarnos un poco y hacernos unas fotukis, y encontramos una cafetería cercana con muy buena pinta, buena comida y buenos precios donde cenar. Para colmo, el servicio de camarería era atractivo, y juraríamos que uno de los clientes llamó al camarero, musculoso y apuesto (y con un tatuaje en el brazo), por el nombre de "Daz".
De nuevo en el albergue, hicimos algunos intentos en vano de descifrar qué demonios cantaba Haggen (I don't wanna ¿wait? ¿wake up? tananana little thing; Nananana happy nananana for today). Luego fuimos a la "noche de karaoke", y... en fin, si alguien tenía problemas de autoestima a la hora de cantar, creo que se curó de espanto.
A la mañana siguiente, tras preparar las maletas y dejarlas en el servicio de maletas del albergue (jejeje, los diálogos con los recepcionistas no tuvieron precio: "One question!" -bola de paja rodando mientras el resto de la frase no llegaba- "No sé" -con mi mejor acento tejano- o "Hasta luego" -en perfecto español-), partimos hacia Madurodam con el pequeño Haggen.
«Holanda, el país donde Alicia es más grande todavía», podría ser un buen eslógan. Todos disfrutamos como enanos... o como gigantes, mejor dicho. Incluso Haggen, aunque hizo varios amagos de suicidio: en las vías del tren, lanzándose a una autopista, recogiendo caramelos de la fábrica de Mars (¿mi fábrica? Jejeje)...
Al volver no pagamos el tranvía. Ya les vale, allí casi nadie tica cuando hay mucha gente, y encima a la ida nos cobraron más que el día anterior a la vuelta. Llamadnos incivilizados españoles, pero es lo que hay.
Después, ¡hacia Leeuwarden! Fue genial ver de nuevo a un Mota, igual que siempre pero más curtido (y no me extraña, menudo frío), en el país de las bicicletas. Algo que me encantó de Holanda fue su iluminación poco contaminante y el uso racional de los medios de transporte. A la vuelta eché mucho de menos los carriles bici, los tranvías y muchísimos menos coches. Mota nos puso al día de cómo funcionaban las cosas por allí, que algunos habían acabado cayéndose a uno de los muchos canales que adornan la ciudad por ir demasiado pedos o fumados, que la beca Erasmus no es lo que era...
Como apenas habíamos comido (una especie de minipizza en la estación, por las prisas), le hincamos el diente con mucho gusto a las maxipizzas que trajeron.
Aquella noche mi rodilla no daba para más, así que me quedé terminando el libro de Anna Frank (para disfrutar más la visita a la casa en la que estuvo escondida en Ámsterdam). Los demás estuvieron de fiestorra por la ciudad, en un paseo a lo Verano Azul en bici (tampoco exento de algún incidente que terminó con un dueño cabreado y su bici defectuosa arrojada al canal).
La noche colchonetera fue poco descansada, y alguna de las colchonetas terminó completamente deshinchada y su usuario durmiendo casi en el suelo.
Al día siguiente, después de darme cuenta de que me había dejado el paraguas en el albergue de La Haya y de perder la funda de la cámara digital (con un memory stick de 64 MB con las fotos del viaje hasta el momento, menos mal que las había volcado la noche anterior en casa de Mota) en la cabalgata de San Nicolás y su paje Pedro el Negro (nota "patriótica": allí asustan a los niños malos con traerles a España...), comimos en un lugar encantador de tapeo. Un servicio impecable, una comida excelente, buenos precios, una pasada.
Por la tarde, estuvimos en un antro céntrico viendo un partido de fútbol (puajs) del Real Madrid vs Barcelona (yo miraba a los que miraban el partido de fútbol) y me di cuenta de que allí sí permitían la entrada de animales en los bares. De hecho, estuve jugueteando con un ¿mastín? de pelaje precioso y muy bien educado y simpático. Después, algunos se fueron al albergue con un cargamento de trufas amarihuanadas y los del grupo nos fuimos a cenar a un McDonalds. Allí, hubo otro incidente con una coca-cola derramada, y a todos nos sorprendió que «Papá McDonalds» le trajera otro refresco por la jeta a la accidentada, incluso prácticamente se disculpara como si hubiera sido culpa suya y se encargó de limpiar el estropicio en breves momentos. En España creo que habría sido muy inusual.
Después, noche de fiesta en un coffeeshop, un garito donde menos alcohol venden de todo lo bebible y fumable. Echamos unas partiditas al billar, descubrí que eso tampoco era lo mío y que Janina y Alicia se fugaban por las noches a antros de apuestas.
Al día siguiente, nuestros anfitriones (bueno, el Gran Javier Izquierdo con el delantal con la cutrehorterabandera de Leeuwarden propiedad de Mota) decidieron hacer una paella, que por cierto estaba de rechupete, y por la tarde embarcamos (o más bien entrenamos) rumbo a Ámsterdam, para la recta final del viaje. Me dio mucha lástima la despedida, y me gustó mucho conocer a los colgados de sus colegas vecinos (prácticamente, un guetto español en la versión holandesa de Chinatown).
En Ámsterdam, lo pasamos estupendamente tratando de descifrar y subir al tranvía adecuado que nos llevara al albergue. Ahora mismo no recuerdo si esta vez pagamos o también fue por la jeta, sólo sé que las máquinas expendedoras eran bastante retorcidas. Ah, y que casi es más fácil que te entiendan en castellano que en inglés.
Desempaquetamos los bártulos e hicimos la primera misión exploratoria de la ciudad. Cenamos en un chino (si ya es difícil entenderlos hablar en castellano, hacéos una idea en inglés: «Soly») que estaba muy bien de precio y comida, pero también picaba como una cosa mala.
Luego, fuimos en dirección equivocada durante un rato, hasta que empezamos a entender el mapa que nos habían dado en el albergue. Emprendimos dirección hacia el centro de Ámsterdam, y aún no sé muy bien cómo, para cuando nos dimos cuenta estábamos en pleno centro del Barrio Rojo. Aparte de escaparates de prostitutas y algo así como multinacionales de coffeeshops de marca Bullguard, el lugar tenía unas vistas de edificios y canales hermosísimas, e hicimos alguna que otra foto.
El plan para el día siguiente era visitar el museo de Van Gogh (mucho más fácil de preguntar que por el museo de Escher, donde tuve que explicar lo de la casita con las escaleras que nunca terminan...), la casa de Anna Frank y el museo de Heineken.
La suerte no estuvo de nuestro lado, ya que la visita al museo nos tomó demasiado tiempo (aunque personalmente me gustó mucho), así que comimos en un italiano (muy bien comidos, de nuevo) y pasamos el resto de la tarde comprando cositas (como ya he comentado, cierran casi todo a las 6, así que teníamos que darnos prisa). Ni vimos la casa de Anna, ni pudimos ir al museo de Heineken (que de todas formas, parece ser que en lunes está cerrado). Eso sí, compramos bastantes cosas e hicimos fotos muy divertidas.
Óscar (el hombre que patrocinaba Cuattro TV) fue muy amable al ofrecerse a pagarle a Ester algún viaje gratis que hiciera (¡así de entregado es él!). Una caña de tío :D
Y después de hacer una última cena de supermercado y cocina propia (tortilla de patatas power!), algunas visitas a los coffeeshops más variados, una noche breve y ajetreada y un viaje soñoliento al aeropuerto, el avión nos trajo de vuelta a un país donde no sabemos la suerte de sol que tenemos (en Holanda todo es bastante gris), y donde aún trato de ponerme al día con todo lo que tengo que hacer.
Afortunadamente, no nos atropelló ninguna bici ni ningún tranvía, pese a la facilidad pasmosa que teníamos para quedarnos parados en sus carriles o pasear por ellos (algún tranvía pasó peligrosamente cerca de la bolsa de la compra de Ester...).
Ah, en el aeropuerto acabaron de doblar los hierros de las asas de mi maleta...
Más sabio sobre el mundo y sobre mí mismo, y más cansado y deteriorado, el ya no tan joven Emilio Jones termina esta crónica. Espero no haberme dejado muchas cosas. ¡A tope sin drogas!

6 comentarios:

servidora dijo...

Fotos...

Mars Attacks dijo...

En breve...

Anónimo dijo...

Jejeje, felicidades, si el viaje es la mitad de divertido que la crónica seguro que lo pasaste muy bien (¿A tope sin drogas?, ¡como te molas a ti mismo! ...y yo claro :P).
Holandesas...(¿?)

Mars Attacks dijo...

Acepto la invitación =) Oyes, acuérdate de grabar a Haggen y distribuir el mp3, a ver si alguien le entiende.

Las holandesas... me parecieron un escaparate de rubias bastante poco atractivas; no sé, no me fijé demasiado. Donde esté el material nacional, que se quite lo demás.

Espartaco dijo...

Menudos viajes que os marcaís ...Ahi, ahi donde esté la mujer española ... Por cierto fotos ya!!!!

Mars Attacks dijo...

Primero tenemos que hacer la colecta de fotos. Las hay muy guays (que se note que los afotógrafos vamos aprendiendo).