Nunca olvidaré la noche de Reyes en la que me despertó un estruendo en el comedor. Cuando salí y vi a mi padre tendido en el suelo, muerto entre los regalos, entendí por fin la cruda realidad.
Ahora que sé que los Reyes matan a todo aquél que les ve poniendo los regalos –y por eso alertan de que hay que acostarse para no verles–, paso cada cinco de enero preparado para mi venganza.
Pero algo deben de olerse, porque desde aquella noche no han vuelto a aparecer.
Pero algo deben de olerse, porque desde aquella noche no han vuelto a aparecer.
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