Repasó el estante junto a las sales milenarias del Himalaya que estaban a punto de caducar. Todos los tarros estaban impecablemente en fila, ordenados por tamaño (una estética armónica era fundamental en su negocio), con todas sus etiquetas mirando al frente en una formación digna del más disciplinado ejército.
Se le escapó una sonrisa de orgullo: tenía la mejor colección de aguas de todas las tiendas naturópatas que conocía: agua de mineralización fuerte, agua de mineralización débil, agua de mar, agua imantada, agua hidrogenada, agua con oxígeno, agua cuántica, agua para vegetarianos, agua hexagonal, agua 0%, agua impregnada de información homeopática (perfecta para mantener un óptimo estado del sistema inmunitario), agua osmotizada directamente, agua osmotizada inversamente, agua cruda, agua alcalina, agua ionizada, agua energizante sin calorías, agua sin gluten, agua equilibrada... Todas las aguas que uno podía beber.
Y por eso se quedó lívido cuando entró el primer cliente de la tarde y preguntó por un bote de agua oxigenada.
Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.
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