Y la temperatura al amanecer es de veintiún grados. Incluso tras haber dormido sin mantas, es un frescorcito que se agradece, después de tantos mediodías de bochorno, con sus noches suaves. Casi te alegras de levantarte, y dejar atrás el cubrecama sudado. Comienza otro luminosísimo día, y sólo escuchas el jolgorio de los pájaros que ya llevan un par de horas en activo.
Lo que más me gusta del verano es la aparente calma de todo el mundo. De repente, las prisas desaparecen, y todos se toman su tiempo para disfrutar de un café después de la comida, quedar para salir a tomar un refresco en alguna horchatería cercana, o tal vez a cenar por ahí. Es la época en la que cenar juntos no es un trámite, sino una fiesta real. Anécdotas, poca ropa, actitud calmada...
Realmente no apetece moverse mucho. Si te mueves, sudas.
Por la mañana, o quizá por la tarde, o puede que ambas veces, te vas a dar un paseo (o un chapuzón) a la playa. Bueno, aunque yo siempre he sido más de piscina. Pero no importa, porque el rumor de las olas, la potencia del sol abrasándote la piel como si fueras un pollo en un horno, e incluso el griterío de los niños jugando a pillar con la espuma de los rompientes es como un sereno abrazo cálido que te reconforta y te apacigua el espíritu. Amén de algún topless que consigue todo lo contrario.
Y si los días son largos, las noches aún lo son más. Hace calor, no apetece dormirse. Mientras vuelves de dar un paseo y reencontrarte con las serenas estrellas en el cielo, el cansancio hace presa de tu cuerpo. Te acuestas y te pones el pijama. Calor. Te quitas el pijama, te quedas con la mínima expresión del material social necesario para no ahuyentar a las visitas, das vueltas en la cama hasta que encuentras el puntito... y luego sueñas.
Adoro el verano.
Lo que más me gusta del verano es la aparente calma de todo el mundo. De repente, las prisas desaparecen, y todos se toman su tiempo para disfrutar de un café después de la comida, quedar para salir a tomar un refresco en alguna horchatería cercana, o tal vez a cenar por ahí. Es la época en la que cenar juntos no es un trámite, sino una fiesta real. Anécdotas, poca ropa, actitud calmada...
Realmente no apetece moverse mucho. Si te mueves, sudas.
Por la mañana, o quizá por la tarde, o puede que ambas veces, te vas a dar un paseo (o un chapuzón) a la playa. Bueno, aunque yo siempre he sido más de piscina. Pero no importa, porque el rumor de las olas, la potencia del sol abrasándote la piel como si fueras un pollo en un horno, e incluso el griterío de los niños jugando a pillar con la espuma de los rompientes es como un sereno abrazo cálido que te reconforta y te apacigua el espíritu. Amén de algún topless que consigue todo lo contrario.
Y si los días son largos, las noches aún lo son más. Hace calor, no apetece dormirse. Mientras vuelves de dar un paseo y reencontrarte con las serenas estrellas en el cielo, el cansancio hace presa de tu cuerpo. Te acuestas y te pones el pijama. Calor. Te quitas el pijama, te quedas con la mínima expresión del material social necesario para no ahuyentar a las visitas, das vueltas en la cama hasta que encuentras el puntito... y luego sueñas.
Adoro el verano.
3 comentarios:
No digas esas cosas por esas fechas que me pongo a llorar de pensar cuanto falta para que vuelva a hacer calor, snif.
¡canalla! eso no se hace, con el frío que hace ahora y tú hablando del verano! (muy bueno ;-)
(Con el bañador, las gafas de sol y la toalla al hombro)¡Ah! ¿pero era coña?
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