De la Nada, surgió el Universo concentrado en un punto que, en un instante, experimentó una expansión aceleradísima. La reducción de energía fue facilitando que se desacoplaran los campos cuánticos, creando subpartículas diferenciables.
Estas fueron decayendo en otras, y alcanzando con el tiempo la estabilidad en forma de átomos o de radiación libre.
Los restos de materia y materia oscura que se fueran generando en mayor medida donde la energía había sufrido diferenciales mínimos en su origen debido al Principio de Incertidumbre, fueron condensando para crear nubes protoplanetarias, estrellas, galaxias enteras, en un entramado caótico con forma de esponja gigante.
Las estrellas fueron creciendo. Algunas explotaron y otras simplemente se apagaron. Otras surgieron de sus restos, y también explotaron y se apagaron. Algunos agujeros negros comenzaron a medrar en las vorágines de los centros galácticos. El espaciotiempo continuaba estirándose.
La vida surgió en varios planetas. En algunos, la partida duró más que en otros. Algunos llegaron a ser capaces de trascender del moho de sus rocas y hasta consiguieron expandirse por varias galaxias. Las estrellas se seguían formando. Algunas explotaban y otras, simplemente, se apagaban. El espaciotiempo continuaba expandiéndose.
Tras muchos eones, finalmente, las estrellas se fueron apagando, y no se formaron más. Los agujeros negros se fueron disipando. El espaciotiempo se expandió tanto que acabó por hacer trizas toda la materia. Hubo otra Nada, ligeramente distinta, pero de nuevo eterna.
–¿Lo ves? Te lo dije.
–Ti li diji, ti li diji –le replicó Dios.
Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.
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