Dnidentificodbarrlluviacarreteracaleidomanatellorenadiesereprochatanto. Es el mensaje que me he autodejado esta noche al llegar al ensayo (de la banda de mi pueblo, a unos 20 Km de donde vivo) para no olvidarme de escribir esto al volver (siempre pienso las cosas y, al llegar ante el teclado, se me han olvidado todas). Descifrémoslo, por partes:
DNI: He salido de casa con bastante prisa, y me he dejado el DNI, el permiso de conducir, etc., dentro de la cartera, y ésta dentro de la mochila, y ésta dentro de mi habitación. Me he dado cuenta casi a mitad de camino.
Acto seguido, mi cerebro ha empezado a presentarme mil seiscientas posibilidades distintas (y todas a la vez) de cómo sería el mundo si me parara en el trayecto la Guardia Civil o la policía de carreteras y me pidiera la documentación.
Me he preguntado cuál es el problema realmente de no llevar encima dicho permiso (o el DNI), y me he preguntado también si no es un dato que podrían averiguar rapidísimamente consultando desde algún terminal a sus bases de datos. Hola, agentes. Me llaman Emilio José Molina Cazorla.
Unos cuantos tecleos, y les sale hasta la marca de la papilla que me tomaba de pequeño. ¿Para qué hace falta realmente el DNI? "Si quieren les digo mi código de barras identificativo en la sociedad", pensaba para mí mismo. Al fin y al cabo, es lo que es el DNI.
Y que te puedan multar por no llevar un documento, me parece una soberana tontería. Hace tres siglos (por decir una fecha) nadie en el planeta tenía un documento que acreditara que esa persona era esa persona (salvo alguna excepción política o militar, supongo).
Una vez resuelto que la burocracia humana es un fiel reflejo de su estupidez, paso a otro tipo de reflejos mucho más bonitos: el de la lluvia sobre la carretera.
Quienes me conocen saben que no me gusta conducir, y mucho menos si es de noche y llueve (y el colmo ya es que sea por un lugar desconocido). Pero a veces pasa que estoy solo en la carretera, en una carretera conocida, rodeada muy de cerca por árboles. Y llueve bastante fuerte. Veo señales y vallas reflejadas en los charcos, y cómo el reflejo de las luces del coche sobre la calzada y la lluvia provoca en los árboles una suerte de caleidoscopio de luces, sombras y colores, que en ocasiones consiguen incluso marearme (arfs, me encanta).
Y pasa también que veo la lluvia venir hacia mí, independientemente de la dirección en la que vaya. Y me permito reducir la velocidad hasta parar el coche, y comprobar que la lluvia cae completamente perpendicular al suelo. Y vuelvo a acelerar, y en el mismo instante de nuevo la lluvia parece venir hacia mí. Según mis cálculos, debería ser una transición mucho más suave de la que aprecio en realidad. Me encanta que la realidad desmonte mi cerebro.
Encima suena Maná con una canción muy apropiada: "[...] te lloré todo un río; ahora llórame un mar". Me siento bastante triste por no tener a alguien cerca en esos momentos para poder compartirle todas estas locuras. Me centro en la canción, en ese toque de venganza que tiene. Esa venganza que probablemente todo el mundo ha sentido alguna vez, ese sentimiento de "algún día te arrepentirás de no haberme elegido a mí, pero entonces ya no tendrás nada que hacer".
Quizá la primera vez que piensas algo así es cuando, de pequeño, no te eligen para su equipo de [ponga aquí el deporte de la hora de patio] los que consideras tus amigos. Tú fantaseas con que pierden el partido gracias a tus extraordinarias habilidades y que quien no te eligió no dormirá esa noche reprochándose el no haberte escogido para su equipo, y que a partir de entonces reconsiderará tu valía. Pero mientras fantaseas con eso, ya ha pasado la hora del patio, y ha sido un partido mediocre, como la mayoría. Todo ha sido normal.
Pese a eso, conforme pasan los años, no aprendemos y la situación se repite: "ya se arrepentirá de no haberme dejado", "ya se arrepentirá de no haberme elegido para ese puesto", etc., etc. Pero la vida sigue, y nadie se reprocha tanto. La mujer de tus sueños vivirá con otro y no se volverá a acordar de ti en la vida, ni falta que le hará. El jefe encontrará a alguien que le solventará la papeleta más o menos igual pero a menos precio. Y tú adoptarás a otro gato y lo llamarás Cuásar. La vida sigue. Para ti, hasta que te mueres. Luego, sigue sin ti. Y mientras tanto...
Al volver del ensayo, sonaba otra de Maná. "[...] sola con su espíritu".
—Eso es —pensé.
DNI: He salido de casa con bastante prisa, y me he dejado el DNI, el permiso de conducir, etc., dentro de la cartera, y ésta dentro de la mochila, y ésta dentro de mi habitación. Me he dado cuenta casi a mitad de camino.
Acto seguido, mi cerebro ha empezado a presentarme mil seiscientas posibilidades distintas (y todas a la vez) de cómo sería el mundo si me parara en el trayecto la Guardia Civil o la policía de carreteras y me pidiera la documentación.
Me he preguntado cuál es el problema realmente de no llevar encima dicho permiso (o el DNI), y me he preguntado también si no es un dato que podrían averiguar rapidísimamente consultando desde algún terminal a sus bases de datos. Hola, agentes. Me llaman Emilio José Molina Cazorla.
Unos cuantos tecleos, y les sale hasta la marca de la papilla que me tomaba de pequeño. ¿Para qué hace falta realmente el DNI? "Si quieren les digo mi código de barras identificativo en la sociedad", pensaba para mí mismo. Al fin y al cabo, es lo que es el DNI.
Y que te puedan multar por no llevar un documento, me parece una soberana tontería. Hace tres siglos (por decir una fecha) nadie en el planeta tenía un documento que acreditara que esa persona era esa persona (salvo alguna excepción política o militar, supongo).
Una vez resuelto que la burocracia humana es un fiel reflejo de su estupidez, paso a otro tipo de reflejos mucho más bonitos: el de la lluvia sobre la carretera.
Quienes me conocen saben que no me gusta conducir, y mucho menos si es de noche y llueve (y el colmo ya es que sea por un lugar desconocido). Pero a veces pasa que estoy solo en la carretera, en una carretera conocida, rodeada muy de cerca por árboles. Y llueve bastante fuerte. Veo señales y vallas reflejadas en los charcos, y cómo el reflejo de las luces del coche sobre la calzada y la lluvia provoca en los árboles una suerte de caleidoscopio de luces, sombras y colores, que en ocasiones consiguen incluso marearme (arfs, me encanta).
Y pasa también que veo la lluvia venir hacia mí, independientemente de la dirección en la que vaya. Y me permito reducir la velocidad hasta parar el coche, y comprobar que la lluvia cae completamente perpendicular al suelo. Y vuelvo a acelerar, y en el mismo instante de nuevo la lluvia parece venir hacia mí. Según mis cálculos, debería ser una transición mucho más suave de la que aprecio en realidad. Me encanta que la realidad desmonte mi cerebro.
Encima suena Maná con una canción muy apropiada: "[...] te lloré todo un río; ahora llórame un mar". Me siento bastante triste por no tener a alguien cerca en esos momentos para poder compartirle todas estas locuras. Me centro en la canción, en ese toque de venganza que tiene. Esa venganza que probablemente todo el mundo ha sentido alguna vez, ese sentimiento de "algún día te arrepentirás de no haberme elegido a mí, pero entonces ya no tendrás nada que hacer".
Quizá la primera vez que piensas algo así es cuando, de pequeño, no te eligen para su equipo de [ponga aquí el deporte de la hora de patio] los que consideras tus amigos. Tú fantaseas con que pierden el partido gracias a tus extraordinarias habilidades y que quien no te eligió no dormirá esa noche reprochándose el no haberte escogido para su equipo, y que a partir de entonces reconsiderará tu valía. Pero mientras fantaseas con eso, ya ha pasado la hora del patio, y ha sido un partido mediocre, como la mayoría. Todo ha sido normal.
Pese a eso, conforme pasan los años, no aprendemos y la situación se repite: "ya se arrepentirá de no haberme dejado", "ya se arrepentirá de no haberme elegido para ese puesto", etc., etc. Pero la vida sigue, y nadie se reprocha tanto. La mujer de tus sueños vivirá con otro y no se volverá a acordar de ti en la vida, ni falta que le hará. El jefe encontrará a alguien que le solventará la papeleta más o menos igual pero a menos precio. Y tú adoptarás a otro gato y lo llamarás Cuásar. La vida sigue. Para ti, hasta que te mueres. Luego, sigue sin ti. Y mientras tanto...
Al volver del ensayo, sonaba otra de Maná. "[...] sola con su espíritu".
—Eso es —pensé.
8 comentarios:
tienes una mente inquieta tio. como decia ford prefect, cuando los humanos dejen de hablar y se concentren en lo que piensan, haran grandes cosas
Eso me recuerda que, durante la conferencia de J. J. Millás, me acordé mucho del pez de Babel.
Gracias por el comentario.
la próxima vez que quieras escribir sobre mí, me lo dices para imaginarme de verdad que hablas sobre ti. Me encanta tu inquietud.
Al leer la entrada no sé por qué creí que alguna vez también había pensado eso. Pero le doy vueltas y más vueltas y pese a reconocer y notar que el "síndrome" no me es desconocido... podrías matarme antes de que pudiera decirte cuándo, cómo, dónde o por qué lo habría podido sufrir.
Vamos que ese pensamiento me es familiar, pero no si lo pienso en serio creo que no me lo he creído nunca.
O igual sí y en algún sitio me di algún palo que me hizo darme cuenta de que esto va a seguir funcionando independientemente de que yo esté ahí o no para verlo, o de que yo esté ahí o no para darle el visto bueno.
Lo que me temo que son puntos negativos para mí... :-/
Eso sí, me hagas el favor de no extasiarte mientras conduces, meu :-)
No era el blog que estaba buscando, pero creo que he salido ganando. Gracias por un pedacito de serenidad en una noche de insomnio...
A mandar, que son dos días.
Hola Mars, no sé cómo consigues tener tiempo para sacar el alma de poeta, y preparar una Blendiberia y entretanto sacarte la carrera...
Bueno, descubrí tu blog no hace mucho, ya que sólo puedo conectarme a Internet de vez en cuando, y me han sorprendido gratamente los relatos diarios. Es un placer leerte y ya he pasado el enlace a la gente que conozco, para que disfruten un montón de tus comentarios.
Un saludo
megacat
El placer es mío, megamiau. Y la sorpresa, porque nunca pienso que me lea nadie más que los tres mente-colmena de costumbre. Espero verte en la próxima, ¿eh? Ya iremos desvelando cómo va a estar el asunto :)
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