30.6.25

Aimar

—No es propio de buenas personas hacer ese tipo de cosas. Constituye un tabú social fuertemente criticado y rechazado.
—Y sin embargo, ocurre: tienes casos famosos como el de Allen. Pretender ponerle puertas al campo a uno de los sentimientos más poderosos del mundo, capaz de arrebatarte incluso el libre albedrío...
—Habla por ti. En general, los humanos tenemos libre albedrío.
—Pareces muy seguro. Un cerebro humano no deja de ser un procesador, todo lo sofisticado que quieras y con una «base de datos» experiencial y cultural tan grande como quieras, que toma una entrada en base a sus estímulos (sensoriales o generados por rumiaciones internas, sueños, fabulaciones...) y genera salidas determinadas.
—Precisamente esa complicación implica procesos caóticos y azarosos que permiten la toma de decisiones volitivas: uno siempre acaba estando al volante.
—Disiento, y para demostrarlo ni siquiera hacen falta casos extremos como los de gente con contusiones craneales que pierden la memoria a corto plazo y caen en bucle repitiendo una y otra vez las mismas frases. Te basta, y con eso vuelvo al tema, con la enorme dificultad que tenemos para desenamorarnos de alguien con quien tenemos un potente flechazo. Las estructuras neurales y la química que opera en ellas es mucho más poderosa de lo que queremos creer y, por mucho que nos pretendamos seres racionales, somos seres racionalizadores de impulsos predecibles.
—Que seamos presa de pulsiones, o de adicciones u otros comportamientos obsesivos o predecibles sigue estando supeditado desde que tenemos neocórtex a nuestra capacidad de metacognición, de poder reflexionar sobre esos mismos pensamientos o sentimientos. Incluso si no podemos deshacernos de ellos, sin duda podemos no sucumbir a ellos: no vamos por la calle como si aún fuéramos monos bajados de los árboles: controlamos esos impulsos. Y, desde luego, situaciones como la tuya no son del todo comparables; al contrario, son completamente evitables.
—Lo dices como si fuera culpa mía haberme quedado viudo por la devastadora enfermedad de mi pareja, o que no hubiera sido ella misma quien se hubiera preocupado de que mi hijastra no tuviera los mejores cuidados. Que haya surgido este sentimiento no era algo previsto en los planes de nadie, pero así es la vida.
—¡Pero así no debería ser la vida, Aimar! Este asunto de las parejas humano-IA ya era complicado y con mil aristas, pero este caso va a sentar un precedente muy, muy delicado sobre el tema. 


Este microrrelato participa de la iniciativa Divagacionistas.

15.6.25

La resistencia es fútil

Somos una lucha perdida contra la entropía. Nos resistimos a desaparecer. Nos resistimos al cambio. Nos resistimos a cambiar los cambios. Resistimos en una resistencia que no se mide en ohmios.


Camiseta con el eslógan "Vive la resistance"



Este «más que microrrelato es una reflexión» participa de la iniciativa Café Hypatia.

26.5.25

I can't hilados.

El sol usaba su último minuto para lamer de naranja el horizonte marítimo. En breve se encendería el faro protector de navegantes y naves errantes cuando la noche nos atrapara. A pesar del vértigo, uno no siempre tenía a mano la posibilidad de unas vistas así, por lo que me atreví a acercarme al borde.

Es curioso cómo, al estar en lugares tan altos y abiertos, una parte de mi cerebro siempre se pregunta por la sensación de lanzarse al vacío. Por suerte, el vértigo gana, y no termino haciendo un Sampedro.

Abajo, veo la marea tragarse las rocas con furia, batida tras batida, como esos pensamientos intrusivos que llegan para no soltarnos, que se instalan y se acomodan al punto que tú terminas siendo el intruso, rumiaciones de las profundidades que apuntan a donde más miedo nos dan las cosas y que, aunque no sean verdad, tienen parte de verdad.

Te cubren mientras intentas mantenerte a flote, apretando los dientes fuerte. No recuerdas siquiera haber caído al acantilado; aunque no llegara bien el aire, aún tenías suficiente oxígeno en sangre para seguir adelante. Sí recuerdas la hipoxia creciente que te va asfixiando, el cansancio que te puede, los tragos acumulativos de salmuera. Que alguien te afee el ruido de tus bocanadas, cuando lo que buscas es que te tienda su mano. La angustia de saber que aún se apartará más después de esa «falta de modales»; un problema del que ves escapar la solución aunque la tengas justo delante, como intentar atrapar pelusillas de chopo pero solo alejarlas con cada corriente generada por las propias manos.

Hay días buenos en el acantilado, calentándote sobre esas rocas con algún rayo furtivo de sol. Pero. indefectiblemente, la marea subirá y echarás la vista arriba a sabiendas de que no tendrás fuerzas para escalarlo a mano desnuda.

Los días muy buenos te llevarás la sorpresa, al levantar la mirada, de encontrarte frailecillos (esa versión voladora de un peluche de pingüino) anidando en alguno de sus recovecos en lo más alto. Fantasearás con que te presten sus alas para dejar de temer al precipicio y empezar a disfrutarlo con ellos desde otra dimensión, para dejar de sentirte solo en la mierda. Con enfocar los oídos podríamos comprobar que no estamos solos en la mierda, claro, pero supongo que siempre estamos solos en la mierda.

El sol se puso. El faro seguía sin encenderse.





Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

31.3.25

Hallelujah

La puerta de la casa de Rubén se entreabrió perezosamente, mientras él guardaba las llaves en el bolsillo con idéntico humor. Con el ascensor estropeado desde hacía una semana, subir aquellos siete pisos eran una tortura diaria.

Entró en el pequeño y tétrico apartamento, más oscuro que de costumbre por la mezcla de la escasa iluminación exterior y lo plomizo de un cielo abigarrado de nubes de lluvia, que empezaban a descargar entre ocasionales rayos.

Del pasillo de la entrada llegó en tres pasos al comedor, algo más iluminado por un pequeño balcón que daba a la calle, pero tampoco mucho más. El día, ya casi noche, se mostraba tan tenebroso como sus pensamientos. Era su cumpleaños, y no le había importado a nadie. No lo había recordado ni su pareja, ni sus padres, ni a sus allegados del trabajo. Estaba pasando una muy mala etapa y aquello era el clavo definitivo en su ataúd mental.

Por acto reflejo, puso la radio, donde empezaba a sonar un tema de Geri Halliwell. No creía en las señales, pero ese día iba a hacer una excepción. No quiso ni pensarlo: abrió el balcón, y saltó.

En la habitación, todos aguardarían aún unos minutos, parapetados tras la cama con sus gorros y matasuegras, sin atreverse a salir a ver por qué Rubén tardaba tanto.

Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.3.25

De cero a uno

Miniaturización

Enormes habitaciones,
con cables y válvulas de vacío,
en chips como un grano de sal.

Redes

Jamás a solas:
la conexión al mundo
en tu bolsillo.


Cuántico

Pequeños qbits,
millones procesando
el universo.


Estos scikus participan en la iniciativa Café Hypatia.

24.2.25

Desesperado

La noticia de su cáncer de páncreas avanzado fue demoledora, pero iba a ser tan solo el principio de un reguero de catastróficas desdichas: lo siguiente, en cuanto en la compañía se enteraron, sería perder el trabajo, solo para sumirse en una profunda depresión que le costaría de paso también a su pareja y perder a su hijo junto con ella; acto seguido, buscaría refugio, olvido y perdón en la bebida, y junto a sus nuevas y malas compañías, terminaría perdiendo todos sus ahorros en una apuesta al póker con la que precisamente buscaba, barajando el peor de los escenarios, dejar cubierta a su familia.

Habiendo conseguido en su lugar dejarlos aún más en la miseria con unas cuantas deudas por cubrir, por si fuera poco, estamparía el coche volviendo completamente borracho a una casa de la que iban a acabar echándole en unos meses por no poder pagar la hipoteca.

En un momento de lucidez, sujetándose el brazo dislocado, rebuscó unos papeles en la cómoda. Luego, se dirigió a la ventana.

—Bueno, al menos no llueve —pensó, subiéndose al alféizar tras comprobar que su seguro de vida seguía vigente.

Al final, lo último que le quedaba por perder no era la esperanza, que ya había perdido hacía mucho, sino el humor.


Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.2.25

Suelo de cristal

—A ver, Adhara, que toca escribir sobre el papel de la mujer y la niña en la ciencia. ¿Qué es lo que más te gusta de la ciencia?
—Los juegos —dice, sin apartar su mirada de su partida de ping-pong en la Wii.

Sin duda, hay muchísima ciencia en los videojuegos. Y me recuerda a las escasísimas mujeres que conozco en el ámbito de la programación (de videojuegos y en general) tras casi veinte años dedicado profesionalmente a ellos. A pesar de que posiblemente sea de los campos donde mayor ha sido su contribución a la creación y auge del propio campo. Y eso me recuerda a un evento reciente de inversión en proyectos relacionados, con diez empresas explicando sus ideas y un total de 0 representación femenina en ella. Diría que más que en 2025 estamos en 1960, pero creo que en aquella época la proporción era la inversa.

En este campo, más que un techo de cristal, parece haber ya un suelo de cristal.


Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

27.1.25

Relativo

Los ojos se centran en la negrura que tienen enfrente y que se aproxima de forma inexorable. Se pueden notar los temblores. La integridad propia se puede dar por perdida si se traspasa su horizonte de eventos. Sin embargo, cada vez está más y más cerca.

De repente, desaparecen todos los demás estímulos, y la magnificencia de ese espectáculo eclipsa todo lo demás: es un boquete cósmico, una oscuridad que solo no lo es por el halo de color que lo rodea, un color difícil de definir, que incluso es ligeramente cambiante según la perspectiva o el tiempo.

Como en un desagüe ontológico, la propia existencia parece escurrirse a sus adentros, en un abismo donde uno mismo desaparece en el espaciotiempo, y a la vez, donde parece posible atisbar la presencia íntima de una consciencia ajena, que parece requerir como ofrenda lo más profundo de mi ser. No puedo estar seguro de qué precio habré de pagar por seguir dando un paso adelante, pero sé intuitivamente que, una vez las fuerzas de marea han empezado, ese precio va a ser doloroso en algún momento. Y ya han empezado.

La respiración se agita primero, solo para contenerse un segundo después. Los músculos se tensan. Las cosas empiezan a desdibujarse ante mis ojos y la información visual deja de ser un estímulo que aporte nada más que lo temible de su ausencia, pero que, a cambio, consigue afinar el resto de sentidos.

Uno sabe que todo eso está pasando en un momento para un espectador externo, aunque para mí el tiempo se esté estirando más y más, en una eternidad que, con todo, no será suficiente. Luego, solo queda la presión que cada átomo de mi cuerpo siente. El calor del torrente de adrenalina anticipando turbulencias más extremas, o quizá una colisión.

Esto ocurre todas y cada una de las veces que se acerca para besarme, sin excepción.


Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.1.25

Búsqueda elemental

—Ah, un clásico de los humanos y su necesidad imperante de ponerle etiquetas a las cosas, a buscar lo más fundamental desde lo que poder construir lo complejo: los cuatro humores hipocráticos, los cuatro elementos empedoclianos. El yin y el yang y las cinco actividades elementales chinas, los cinco elementos ayurvédicos. El individuo en la sociedad. La célula en el individuo. El átomo en la célula. Las partículas subatómicas en el átomo. Los campos cuánticos en las partículas —el mecanismo con cierto aire a una medusa biónica levitante inspeccionaba los registros históricos y científicos que constaban en el Registro Intergaláctico de Especies—. Ay, lo estaba buscando mal. Hay una errata. Aquí está: «Fabricar quesos».


Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.