26.3.24

El último bit

Como a todos los nacidos, le llegó su día. En su caso, como en el de tantos, demasiados años más pronto de lo que hubiera debido. Su cuerpo tardó aproximadamente un lustro en quedar reducido a polvo. Algunas personas que consideraba cercanas la olvidaron incluso antes de ese periodo. La mayoría, quienes la quisieron y en quienes dejó huella, la recordaron el resto de sus vidas. Su hija alargó esa memoria a sus nietos, y algún vestigio llegó todavía de ella a sus bisnietos. El legado de su vida continuó en su centro de docencia e investigación, con un aula que llevaba su nombre y una bonita plazoleta cerca del mar en su pueblo natal. Con las décadas, el centro fue suplido por otro más moderno, y los cambios arquitectónicos terminaron desmantelando la bonita plazoleta cerca del mar en su pueblo natal. Los discos duros que albergaban su memoria digital se fueron deteriorando, y los periódicos que guardaban sus mejores momentos y su necrológica se acumularon en algún sótano de alguna biblioteca, perdiéndose en alguna inoportuna inundación. Hubo un momento exacto en que el último bit de información de su existencia volvió a bailar en el caos de la alta entropía.


Esta entrada participa, si le dejan (va con retraso y encima, tarde), en la iniciativa Divagacionistas.

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