29.3.21

T-10^32

En aquel momento, parecía una buena idea. Virtualizar tu consciencia en una IA capaz de inferir tu manera de pensar y de sentir. En una red neuronal capaz de replicar lo que, en definitiva, constituye el "tú". O el "yo" en este caso, vaya.

Por tan solo el leve detrimento de no tener un cuerpo físico (pero, a cambio, poder tener el cuerpo virtual que quieras) y de que todo este tinglado estuviera contenido en una caja del tamaño de un cubo de Rubik, la inmortalidad se abría ante ti.

La inmortalidad, por cierto, es una mierda. Vale, ha tenido cosas chulas. Pero la enorme mayoría no lo ha sido. Por ejemplo, asistir a la muerte de mi "otro yo", con el que compartí mi/su vida desde mi/su volcado, para terminar de pulir cualquier discrepancia en nuestra psicología, compartir sus memorias, etc. Es muy, muy raro cuando te ves morir, y más raro aún la reacción incómoda de tus seres queridos en esos momentos ante tu "otro yo" y tu "yo yo". Es difícil hasta de explicar. Es como que te has muerto, pero no. Les daba palo expresar su pena porque, a fin de cuentas, estabas ahí oyéndoles.

También he visto cómo hemos terminado de cargarnos la habitabilidad del planeta Tierra. Migrar a la Luna mientras se terraformaba Marte. Luego la vida bajo los océanos de Encélado para protegernos durante los pulsos de hidrógeno de nuestro sol convertido en gigante roja, habiendo devorado hasta Venus y dejando nuestra primera casa hecho un carboncillo. He visto cómo migrábamos desde Encélado hacia otros sistemas de nuestro brazo galáctico, luego esparcirnos por toda nuestra galaxia, y luego a otras galaxias. Todos ya virtualizados y robotizados desde hacía tiempo, claro. Con mejoras en la robustez de nuestros componentes y consiguiendo la red neuronal mínima capaz de replicar nuestra personalidad (cerca de 42 millones de neuronas altamente interrelacionadas, por si a alguien le interesara).

Luego ya fue todo bastante igual. No encontramos vida ahí afuera, por cierto. Hace tiempo que murió la última estrella. El tiempo ya no tiene siquiera sentido. Físicamente aguantaré con la energía de vacío hasta que los átomos que me constituyen se desintegren, pero psicológicamente, no. He caído en la locura y salido de ella tantas veces, que he aprendido a controlarla a voluntad. Supongo que solo me queda entrar en un modo de hibernación eterno.


Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

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