25.5.20

Arena

Los niños posaron a sus sendos contendientes en el pequeño espacio. A la izquierda, con calzón negro, una imponente araña. Es de las gorditas de jardín, con algún pelillo visible, no de esas escuchimizadas patilargas de las esquinas de las casas antiguas. No parece haber comido en un buen rato. Bajo la lupa, sus ocho ojos refulgen mientras escrutan a su contrincante. A la derecha, con calzón verde, una mantis religiosa tirando a tirillas. Se está relamiendo la boca, aparentemente limpiándose los restos tras un almuerzo frugal.

El árbitro examina con la lupa que no haya ninguna trampa evidente (como agujas pegadas con superglue o vete a saber qué otros trucos sucios que ha tenido que descalificar otras veces), y da la señal para que abran sus respectivas cajetillas.

El circo en miniatura está excavado en la arena para dificultar el escape de las criaturas, que suele ser su impulso típico. Pero no lo es esta vez. La araña se queda unos segundos quieta. Da dos medias vueltas a toda velocidad. Ve a la mantis. A otra escala, se oyen gritos de entusiasmo. A esta, la araña se acerca a la mantis, arrancando y parando convulsivamente. No lo hace yendo en recto, sino dejando a la mantis un poco a su izquierda, como queriendo ver cómo se mueve aquello a lo que va a enfrentarse y, presumiblemente, terminar en su tubo digestivo. Pedipalpos apartados, quelíceros en ristre, se sitúa en un punto que parece estar fuera de la vista de una mantis que, hasta el momento, no ha hecho mayor movimiento que el de seguir acicalándose como si la cosa no fuera con ella.

Para y se queda quieta.

Pasan los segundos. La mantis sigue con las relamidas.

Los dos niños, el árbitro y el pequeño corro de público alrededor contienen el aliento.

Con un salto de velocidad imposible, la araña despliega sus patas intentando encerrar a la mantis en un abrazo mortal. Falla, por poco. La mantis corresponde con un movimiento todavía más rápido, y mucho más certero. Gritos.

De alguna forma que parece imposible, aquel cuerpecito sostiene ahora entre sus puntiagudos bracitos a su enorme víctima. Entre el público, un niño sostiene una manzana bastante más grande que su mano, y le asesta un buen bocado. La mantis hace lo mismo con la cabeza de la araña. Luego, sin prisas, le seguirá el resto.

Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

P.D.: No, no me he confundido de tema. Es un relato-jeroglífico-chiste con el tema escogido.

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