«La culpa no existe, solo la responsabilidad». Así comenzaba el discurso del coach de medio pelo que nos estaba dando la chapa en el curso motivacional al que la empresa nos obligaba a asistir. Luego, por supuesto, se ponía a torturar ejemplos hasta que parecieran encajar en esa premisa, solo para terminar lanzando, ya fuera de los ejemplos y de vuelta al Mundo Real™, varias frases que demostraban que ese autoengaño o intento de engaño no iba a ninguna parte. Además de que si estábamos allí, de hecho, no era por «responsabilidad» de nadie, sino por culpa de un incompetente que en lugar de pulsar el botón verde, pulsó el rojo. Claro que también era culpa del tipo que diseñó el tablero olvidando que en el mundo hay incompetentes (y daltónicos, ya que estamos, e incluso los peores de todos: daltónicos incompetentes). Eso a su vez fue culpa del tipo de selección de personal de recursos humanos, que le escogió a él por ser familia del jefe. Es más, si lo piensas bien, el tipo de selección de personal tuvo doble culpa porque no fue capaz de prever que un título de coach de gestión de riesgos laborales me capacitaba para más bien poco. Así que no haberme contratado.
Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.
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