En aquella primera época, hubiera dado igual que les separaran los 100.000 millones de años luz del Universo observable; como si cada uno de sus átomos estuvieran cuánticamente entrelazados entre ellos, se sentían un solo ser. A veces su coordinación era tan grande que bromeaban con que parecía paranormal.
Eran jóvenes, sin recursos, y vivían separados por miles de kilómetros, pero afortunadamente coincidieron en un período temporal en el que la tecnología permitía salvar, de cierta manera, esas distancias hasta el punto de no estar más lejos que lo que sus caras lo estaban de la pantalla que les alumbraba a altas horas de la noche. Sus manos, más que acariciar el teclado, acariciaban los dedos que desde el otro lado de la línea les deseaban buenas noches, o les deseaban, a secas.
El espaciotiempo el Universo se expandía. Ellos conseguían estar cada vez más cerca. Por la implacable Termodinámica, el Universo se enfriaba poco a poco. Su relación, a veces, también.
Pudieron estar juntos a intervalos intermitentes durante una temporada. Resultaba irónico que por aquel entonces cualquier distancia superior a la que permitiera un abrazo hicieran ya igual de insoportables un metro que mil kilómetros.
Cuando por fin todas las tretas del Cosmos fueron doblegadas y podían estar juntos hasta el fin de sus latidos, se encontraron una tarde sentados lado a lado en un sofá, viendo un programa infantil junto a su pequeño retoño. Cuerpo con cuerpo, casi piel con piel. Jamás se habían sentido tan distantes de su compañero, tan solos a tan poca distancia. En televisión, una marioneta azul explicaba la diferencia entre "lejos" y "cerca". Qué sabría él...
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