Tres paradas más. Los análisis están bien. Pero. Al otro lado de la puerta. Del excusado. «Es niña». Buscas tu nombre en el tablón de anuncios. Otro anuncio y ya va la película. El tiempo entre patadas al respaldo del niño sentado tras de ti. Ya viene el fontanero. La ambulancia va de camino. Se empieza a desnudar. El director levanta la batuta. Sólo será un pinchacito. ¿Otro anuncio? Aún sale fría. Aún está ardiendo. En un momento, marcará la temperatura. Dos minutos más de microondas. Dos minutos más de ultrasonidos. Dos minutos más de láser. La grúa eleva la tumba hasta su nicho. ¿Quién da la vez? ¿No se va a dormir nunca este niño? ¿No se va a dormir nunca esta madre? La taza resbala de entre los dedos, camino del implacable suelo. En el aire en cinco, cuatro... Lo siento, no hemos podido hacer nada. Mirad a la cámara, ¡sonreíd! ¿Ya estamos todos, o falta alguien? ¿Dónde cenamos? Compilando. Renderizando. No apague el sistema durante la actualización. Su vuelo se ha retrasado. El trayecto entre que bajas del avión, tren, autobús o coche y la besas. ¿Falta mucho? ¿Y ahora? Sentado junto a un perfecto desconocido que insiste en contarte su vida. Ya debería estar aquí. He llegado el primero. Voy enseguida, sólo me falta... El tiempo entre que traen la bebida y la comida. Entre la comida y el postre. La cuenta. El semáforo pasa a rojo. Se escapó el bus. Yo voy al sexto. Dos paradas más.
Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.
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