—Ocurrió en una tarde de verano. Acababa de salir de la universidad con un amigo, al que habían otorgado un premio de trescientos euros por norecuerdoqué certamen de fotografía, o narrativa, o una pijada de ésas.
» Había cogido el coche para volver a casa, y al poco de entrar en un largo y recto tramo de la salida de la ciudad, mi amigo me dijo que detrás de nuestro coche acababa de entrar el de una chica de clase que me gustaba. Se cachondeó de que estuviéramos "solos" ella y yo en toda la carretera pero que, con él de farolillo, no podría ligármela.
» Mientras nos acercábamos a la rotonda del final de la recta, le dije que podría conseguir su número, si quisiera. Él me dijo que era un fantasma, que aunque me obstinara en perseguirla día y noche, esa chica pertenecía a una "esfera superior"; que era inteligente, simpática, amable y encima bonita, y no tenía nada que hacer con ella.
» Miré por el retrovisor: iba frenando para llegar a la rotonda y ella se acercaba por detrás. Le pregunté que qué se apostaba a que conseguía su número. Él respondió que dejara de soñar. Insistí. Medio en broma, medio en serio, me dijo que se jugaba los trescientos euros del premio.
» Entonces frené en seco. Mi amigo gritó un improperio, y tras los propios chirridos de los frenos, escuché los del coche de atrás. Sólo necesitaba algo de suerte, y... ¡pom! Un pequeño toque en el parachoques trasero, apenas un empujoncito.
» Me bajé del coche, aparentando estar nervioso (no era difícil, porque realmente lo estaba), me acerqué a su puerta mientras ella bajaba con pinta de enfado y, antes de que abriera la boca, le expliqué que lo sentía, que un conejo había hecho un amago de cruzar desde la cuneta, y por reflejo había pegado el frenazo, y que lo sentía, y que si estaba bien, y que no se preocupara, que le pagaría lo que hiciera falta de la reparación (aunque ambos coches estaban en perfecto estado, salvo alguna rascada imperceptible en los parachoques), y que nos diéramos los números de teléfono por si surgiera alguna complicación.
» Así que nada, ella me dio su número, yo le di el mío. Ya algo menos nerviosos, le propuse adelantarle lo que llevara en la cartera como señal, pero ella me dijo que no era necesario, que me tenía visto por la universidad y que si la reparación era costosa y yo desaparecía, sabría a dónde enviar a sus matones a partirme las piernas. Dios, la adoraba. Nos despedimos, y en la rotonda cada cual tomó su propia dirección. Mi amigo continuaba con la cara blanca (creo que había entrado en shock por el susto, y ni siquiera se movió). Cuando recuperó la palabra, se pasó diez minutos seguidos insultándome. Los cinco primeros, por el frenazo. Los cinco siguientes, porque encima la broma le iba a costar trescientos euros.
—No creo que le hiciera gracia, ¿no? Y menos a ella.
—Bueno, al final se los perdoné, porque me salió mejor de lo que pensaba, y no tuve que pagar ninguna reparación. En cuanto a ella... se enfadó un poco cuando se lo dije, pero no tardó en recuperar su humor, y me dijo que se vengaría.
—¿Y se vengó?
—Vaya si se vengó. Llevo quince años casado con tu madre, tratando de compensarle por aquél mal rato.
» Había cogido el coche para volver a casa, y al poco de entrar en un largo y recto tramo de la salida de la ciudad, mi amigo me dijo que detrás de nuestro coche acababa de entrar el de una chica de clase que me gustaba. Se cachondeó de que estuviéramos "solos" ella y yo en toda la carretera pero que, con él de farolillo, no podría ligármela.
» Mientras nos acercábamos a la rotonda del final de la recta, le dije que podría conseguir su número, si quisiera. Él me dijo que era un fantasma, que aunque me obstinara en perseguirla día y noche, esa chica pertenecía a una "esfera superior"; que era inteligente, simpática, amable y encima bonita, y no tenía nada que hacer con ella.
» Miré por el retrovisor: iba frenando para llegar a la rotonda y ella se acercaba por detrás. Le pregunté que qué se apostaba a que conseguía su número. Él respondió que dejara de soñar. Insistí. Medio en broma, medio en serio, me dijo que se jugaba los trescientos euros del premio.
» Entonces frené en seco. Mi amigo gritó un improperio, y tras los propios chirridos de los frenos, escuché los del coche de atrás. Sólo necesitaba algo de suerte, y... ¡pom! Un pequeño toque en el parachoques trasero, apenas un empujoncito.
» Me bajé del coche, aparentando estar nervioso (no era difícil, porque realmente lo estaba), me acerqué a su puerta mientras ella bajaba con pinta de enfado y, antes de que abriera la boca, le expliqué que lo sentía, que un conejo había hecho un amago de cruzar desde la cuneta, y por reflejo había pegado el frenazo, y que lo sentía, y que si estaba bien, y que no se preocupara, que le pagaría lo que hiciera falta de la reparación (aunque ambos coches estaban en perfecto estado, salvo alguna rascada imperceptible en los parachoques), y que nos diéramos los números de teléfono por si surgiera alguna complicación.
» Así que nada, ella me dio su número, yo le di el mío. Ya algo menos nerviosos, le propuse adelantarle lo que llevara en la cartera como señal, pero ella me dijo que no era necesario, que me tenía visto por la universidad y que si la reparación era costosa y yo desaparecía, sabría a dónde enviar a sus matones a partirme las piernas. Dios, la adoraba. Nos despedimos, y en la rotonda cada cual tomó su propia dirección. Mi amigo continuaba con la cara blanca (creo que había entrado en shock por el susto, y ni siquiera se movió). Cuando recuperó la palabra, se pasó diez minutos seguidos insultándome. Los cinco primeros, por el frenazo. Los cinco siguientes, porque encima la broma le iba a costar trescientos euros.
—No creo que le hiciera gracia, ¿no? Y menos a ella.
—Bueno, al final se los perdoné, porque me salió mejor de lo que pensaba, y no tuve que pagar ninguna reparación. En cuanto a ella... se enfadó un poco cuando se lo dije, pero no tardó en recuperar su humor, y me dijo que se vengaría.
—¿Y se vengó?
—Vaya si se vengó. Llevo quince años casado con tu madre, tratando de compensarle por aquél mal rato.
5 comentarios:
Vale, pero júrame que no intentarás patentarlo como método para ligar, que me veo a las aseguradoras frotándose las manos a costa de ese tal Cupido ;-)
:-D
Que bonito!!!
jos...porqué haces estas cosas tan chulas?!
Muy bonito!
Conseguiréis que me ponga rojo... no es para tanto. Es parte del papel que interpreté en otra vida, como dicen los de Doctor Divago...
Tu si que sabes.
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