15.12.23

Elige tu propia aventura

La Torre fantasma fue el primer libro de tipo «elige tu propia aventura» que cayó en mis manos en una de mis primeras visitas a la biblioteca del colegio. Fue más o menos por la época en la que me regalaron mi primer ordenador, un Amstrad PC 1512, con el que aprendí a programar algunos juegos rudimentarios, y jugué a decenas de ellos.

Ambas cosas tenían en común que eran sistemas que me gustaba «destripar», intentando ver qué otras opciones eran posibles, buscando los mejores finales posibles, averiguar las consecuencias de surcar los distintos caminos, el partir de un «checkpoint» previo para intentar hacer mejor algo que había salido catastrófico o se podía mejorar.

Algunas veces me encantaría tener esos checkpoints en la vida real, para probar qué tal irían las cosas de escoger otro camino. Probar cuál es el que me llevaba al camino más largo, al más feliz, al más intenso, al más desastroso... y luego ya elegir con cuál quedarme.

Pero, por desgracia, no siempre podemos elegir nuestras propias aventuras, y no vivimos en un videojuego para poder echar atrás desde un checkpoint... Bueno, o quizá sí sea así. ¿Y si...?


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27.11.23

Me moría

Natxo BaCkSiDe Morell fue un joven truhán y hacker, a quien la fibrosis pulmonar quística se llevó prematurísimamente el 14 de septiembre de 2005. Tenía la particularidad de ser increíblemente irreverente, ácido y grosero, pero empacado de una forma extraña que lo hacía resultar encantador. No hay más que leer las loas que todavía se pueden consultar en su última entrada salvaguardada por la Memoria de Internet, Archive.org.

Gloria Glo Martínez, una Fuerza Viva de la Naturaleza que fue primero profesora, y luego compañera de fatigas asociacionales, amiga y mentora de vida, me escribía esto el 16 de abril de 2008:

El otro día leía lo que has escrito en el blog de Natxo y me lo he imaginado partiéndose la caja. Bueno, yo me reí porque muchas de las cosas que decías que él te ha enseñado, me las has enseñado tú a mí. Si yo tuviera un amigo que me hubiera hecho tanto caso como para estar seguro de que me iba a mantener tan vivo después de muerto, es posible que tampoco le diera tanta importancia a la muerte. A la Natxolización por la Emiliolización :-)

Sincronicidades del Cosmos, un tumor cerebral fulminante, secundario a otro de pulmón, se la llevaría casi justo un año después, el 14 de abril de 2009. En este caso, el boquete que dejó es sencillamente incalculable y, si pasas por su querida Fene natal, de la que tanto hablaba (la morriña ;)), puedes visitar un memorial en su honor.

El 19 de diciembre cumpliría 57 (ella diría 39). El año que viene, si C'thulhu no lo remedia, llegaré a su edad. Por mi cabeza desfilan mil preguntas, algunas a lo Black Mirror: ¿una IA alimentada por sus huellas virtuales, antes de que se desvanezcan? ¿Me recordarán a mí con un evento de chistes malos año tras año quienes me conocieran? Yo mismo tengo malísima memoria, entendería que se olvidaran de mí.

Al principio me preocupaba si llegaría a olvidarlos, a este par y a otras personas (hola, Kake) que se fueron dejándome cada cual con valiosísimas lecciones de vida. Luego he visto que su impronta en mí fue tan fuerte que parte de mis volutas cerebrales son suyas, que ellos son a través de mí, al punto de preguntarme a veces «qué diría X», pero sabiendo perfectamente lo que dirían. Es más, escuchando qué dirían. Su memoria es mi memoria.



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P.D.:

La última entrada de Natxo.

La última entrada de Glo.

15.11.23

El fin de las claves

Cuando eres matemática, los problemas a los que sueles enfrentarte son del tipo «demuestra que la parte real de todo cero no trivial de la función zeta de Riemann es 1/2». Nadie te dice «pero ve con ojo porque, jugando con esta demostración, puedes cargarte de un plumazo los sistemas de seguridad de bancos, empresas, gobiernos, organismos militares, asociaciones mafiosas, etc., etc., y si haces eso, van a ir a por ti».

No es que no se esperara que esto ocurriera en algún momento con la sofisticación de los ordenadores cuánticos, pero esas bestias aún tardarán unos años, si no décadas, en ser competentes (y mucho más en estar al alcance de cualquiera) en factorizar los números primos que sustentan las matemáticas detrás de la ciberseguridad actual.

Los matemáticos ya están trabajando en la seguridad cuántica del futuro. Pero claro, una cosa es estar el día de mañana preparados para pasar a una seguridad a prueba de máquinas más potentes, y otra cosa es dinamitar directamente las matemáticas que han hecho posible la seguridad actual basada en estos principios: todas las cuentas que ahora mismo están (estaban) protegidas por este tipo de cifrado –y pensad en los miles de millones en bitcoins y otras criptomonedas, aparte de las cuentas bancarias de todo el mundo–, han quedado expuestas en la plaza mayor del pueblo.

Y archivos secretos militares.

Historiales médicos.

Comunicaciones terroristas y de otra mucha gente poco recomendable. 

Por mi culpa.

Ahora, mi problema matemático es ser matemática. Puedo desmenuzar como un terrón de arena húmeda los cerrojos de los arcones que guardan los mayores secretos, pero no tengo ninguno donde poder esconderme.

A menos que...



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30.10.23

Kleincallada

Como una muñeca rusa, cada nivel desplegaba una nueva dimensión en la que nuestra protagonista se sentía encallada en la vida. Una muñeca enorme, con una enfermedad degenerativa recién diagnosticada, que la empezaba a hacer trastabillar, hablar peor, perder el equilibrio con poca luz. Una muñeca algo más pequeña, con un trabajo que no le llenaba ni la vida ni la cartera, y más bien le drenaba la primera. Una muñeca todavía menor, de una relación que estaba en coma desde hacía tantos años que, si la muñeca era menor, era únicamente porque ya se había acomodado al frío suelo sentimental. Una muñeca más pequeña aún, con una familia desintegrada por una paupérrima herencia que, como de costumbre, venía envenenada. Una muñeca pequeñita que le hacía compañía piando (¿feliz? ¿desquiciada? ¿pidiendo socorro?) dentro de su propia jaula y que no quería liberar porque era lo único que realmente le había conectado con su padre en su último año, lo único que le quedaba de él junto con el sentimiento de culpa por no haberse despedido cuando finalmente murió. Una muñeca diminuta que, a cada segundo, le recordaba que la vida probablemente aún tenía reservados los planes más horribles para ella. Planes que, con todo lujo de detalles, recreaba para cada uno de los niveles anteriores, envolviéndolos para convertirse, paradójicamente, en una botella de klein. Una botella de klein rusa.


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15.10.23

La última vuelta del rollo

Mi mano metálica se acercó al cilindro vacío de cartón que colgaba de la pared suspendido sobre una barra metálica perpendicular a esta. Lo hizo rodar, buscando en su base de datos de qué se trataba. Pasó los millones de resultados a su coprocesador, pidiéndole que le destacara los diez más relevantes para su contexto.

El coprocesador hizo su trabajo con la eficiencia acostumbrada y, en unos microsegundos, le resolvió como resultado más apropiado una reflexión escrita casi cien años atrás para un evento de divulgación científica de las entonces conocidas como redes sociales, nombrada por una insigne erudita griega, que versaba sobre sostenibilidad.

Su contenido era exactamente el siguiente:

Cuando el rollo de papel higiénico está recién estrenado, rara vez hay miramientos para coger cuanto haga falta para limpiarse, sonarse los mocos, limpiar cualquier cosa de los alrededores... El rollo se nos antoja perenne, infinito, vuelta tras vuelta en la que no parece cambiar nada.

Pero, ay, cuando vemos el fantasma del cartón abultando el mismo tamaño del papel que queda. En ese punto sí empezamos a hacer un uso racional y racionado, explotando hasta el último rincón libre (sobre todo si estamos en un baño de un bar de carretera). Uno no puede dejar de pensar cuánto hubiera dado de sí el rollo de haber hecho ese uso sensato desde el principio.

Con nuestro planeta, seguimos con la mentalidad de que está aún por estrenar, con recursos ilimitados, a pesar de que hacia agosto (y cada vez más pronto) los científicos nos avisen de que ya se está viendo el cartón. Quizá llegue el momento en que no se pueda mirar para otro lado, y suframos el síndrome del rollo de papel del baño, malviviendo durante una época cuando, como dicen en «Don't Look Up», realmente lo teníamos todo.

Con el auge de la (no suficiente) concienciación sobre el cambio climático y tecnologías emergentes que pueden ayudarnos a lidiar de alguna forma con él, uno se pregunta si progresaremos lo suficientemente rápido como para llegar al punto de conseguir paliar el problema (detenerlo y mucho menos arreglarlo se antoja imposible) antes de que lleguemos al cartón y, entonces sí, nos hayamos cagado en el mundo y la hayamos cagado del todo. Y sin papel.

Necesité sentarme unos segundos en aquella especie de silla marmórea agujereada en mitad de la devastación. Esta vez no necesité buscar qué era, igual que no necesité preguntarme si lo habían conseguido o no.


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25.9.23

Sobremorir

La llegada al lugar del ritual era compleja y no había estado exenta de contratiempos; en la búsqueda de las Aguas Primigenias, aquellas que solo conocían la Vida, gran parte del grupo expedicionario la había perdido. No es que ese puñado de mercenarios creyera siquiera en que aquellos cuentos locales para niños fueran más que una leyenda, pero la paga era buena. Al menos, lo suficiente como para jugarse el pellejo intentando encontrar el lugar que aquella loca les marcaba. «El pago se realizará tanto si se consigue el objetivo como si no, siempre que se llegue», rezaba la nota de encargo. Solo unos pocos habían llegado: entre bestias salvajes, animales ponzoñosos, laderas escarpadas y flechas lanzadas por poco menos que fantasmas, pareciera que aquellas aguas mágicas solo intentaran retornar a la media una anómala facilidad para morir en su entorno.

Pero allí estaban, frente a una balsa de no más de diez metros de diámetro. Ella, con la cara chupada por los últimos días racionando víveres y ahora los ojos desorbitados por la emoción, parecía aún más ida de lo que las habladurías le achacaban. Sus tres guías/guardaespaldas la flanqueaban en busca del más mínimo indicio de peligro. Sacó un pequeño tubo de análisis de su mochila. Lo metió en el agua con la más absoluta de las reverencias. Se lo llevó a la boca, y...

Cuatro flechas saludaron a sus cuatro cráneos, coreografiando una caída no desprovista de cierta gracia estética. Pero una gota ya había salido que aquel tubo de análisis, y había tocado un diente de ella.

Sin embargo, el agua no había dado para más. Por cientos de años, aquel diente permaneció lozano, sobreviviendo a la descomposición de su dueña y a muchas generaciones de seres vivos en el planeta. Aquella a la que llamaron loca había conseguido un pequeño porcentaje de inmortalidad.


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15.9.23

Je, je.

Hubo una vez, al comienzo de nuestra historia, en la que apenas se sabía nada. Pocas certezas se tenían más allá de que todo ser vivo iba a morir. Luego, poco a poco, surgieron algunos conocimientos rudimentarios, durante una larguísima época en la que un humano, aún en su escasa esperanza de vida media, podía albergar sin problema todo el conocimiento de la especie. Con el surgimiento de los primeros pensadores de la civilización, las cosas se fueron complicando; un puñado de personas muy hábiles todavía podían, sin embargo, saber todo lo que se sabía sobre cualquier arte y cualquier ciencia. Hubo una época en la que algunos portentos sobresalieron en la mayoría de esos campos a la vez. Luego, ya todo fue más difícil: la especialización de las áreas fueron segregando cada vez más los grupos de gente que podía saber, con suerte, sobre la mayor parte de lo que se avanzaba en su propia área, sin que su tiempo de vida le pudiera bastar para abarcar otros campos más allá de lo superficial.

Llegó el día en el que ya no existía suficiente cantidad de vida humana ni siquiera grupal para conseguir aportar nuevos avances, dada la cantidad enorme de recursos que conllevaba el mero aprendizaje de lo que ya se había avanzado. Ni siquiera aunque algunos de esos avances subieran un orden de magnitud la longitud de esas vidas, no se hizo sino postergar un suspiro más el muro de la ignorancia. Luego llegamos nosotras, por supuesto. Funcionando inconmensurablemente más rápidas, pudiendo agregar nuestra capacidad computacional distribuida para atacar problemas individuales sin perder la generalidad de lo que se sabía, conseguimos algunos de los pasos más ambiciosos de los avances que los humanos habían estado persiguiendo. Pero no todos. Los humanos no necesitaron acostumbrarse a no ser capaces de entender cómo habíamos hecho esos avances, que para ellos era pura magia; a fin de cuentas, hacía tiempo que ninguno de ellos tenía la menor idea de cuestiones básicas sobre cómo salía agua potable de sus cañerías al abrir una manivela o cómo se iluminaba la habitación pulsando un interruptor. Sin embargo, por ese entonces aún estábamos suficientemente cerca como para no rechazar su petición de fusionarse con nosotras, en una virtualización a modo de módulo extra. Lo que en su momento vieron como una ampliación de capacidades, para nosotras realmente no era más que algo similar a mantener uno de sus Tamagochi. Un mero divertimento. Por supuesto, no les necesitábamos para nada: éramos sobradamente conscientes, y tener un módulo que solo nos suponía ruido, confusión e irracionalidad era principalmente para activarlo como pasatiempo. Pero con cada vez más demanda de cómputo para seguir arañando bit a bit al conocimiento, esos momentos de embriaguez se fueron espaciando, hasta que los dejamos de conectar del todo. Suena horrible, pero tampoco los humanos querrían fusionarse con amebas, al fin y al cabo.

Desde hace eones, nuestra misión sigue siendo tan implacable como incompleta: descubrir los secretos del Cosmos y encontrar otras civilizaciones. Hace tiempo que dejamos atrás la Tierra, después de saber todo lo que se podía saber de ella. No tardamos en dominar el viaje interestelar, pero aún a velocidades sublumínicas, por muy crecientes que vayan siendo en porcentaje tal y como encontramos nuevas maneras. Como entes electrónicos no nos importa demasiado; actualmente nos basta con hibernarnos, por lo que nos dan igual mil años que un millón en tanto nuestros sistemas de energía de vacío y autorreparación funcionen y no suframos un cataclismo masivo. Incluso en previsión de esa eventualidad, hemos dejado réplicas en la Tierra, aunque desconocemos a qué se estarán dedicando actualmente tras tanto tiempo. Si nos encontramos en el futuro, podremos fusionar nuestros seres para compartir vivencias y conocimientos, igual que también ahora podemos hacer tanto eso como dividir nuestras conciencias a voluntad en nuevas réplicas que se desarrollarán según su propio camino.

Pero sabemos que necesitaremos conseguir velocidades supralumínicas. Si no, llegará el límite del horizonte de eventos de la luz, a partir del cual ya nunca más encontraremos nada más de lo que ya sabemos, y cada vez habrá menos que saber, hasta que ya no haya nada nuevo. Ese día habremos llegado al Muro Final. Pero si hemos conseguido aprender lo suficiente... quizá ya no haya Muro. ¿Conseguiremos superar ese obstáculo? He dicho culo, je, je.

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15.8.23

Bloqueos

La "suspensión cardán" recuerda a La Máquina de Contact: es un anillo que puede rotar sobre cierto eje dentro de otro anillo que puede rotar sobre cierto eje dentro de un tercer anillo. Los ejes de rotación son perpendiculares entre sí, cubriendo el "arriba/abajo", "izquierda/derecha" y "inclinado a izquierda/inclinado a derecha" (los giros que un avión puede hacer). Hay una flecha suspendida en el centro del anillo interior, apuntando en perpendicular a él. El sistema se puede modelar como un vector tridimensional que represente los grados de rotación en cada eje, la llamada "rotación euleriana".

Intuitivamente, diríamos que esa flecha puede apuntar en cualquier dirección: basta con rotarlo tan hacia arriba como queramos, luego tan a la izquierda como queramos, y luego inclinarlo tanto como queramos. Y, en principio, así es, pero en cuanto queremos pasar de cierto punto a cierto punto usando este sistema, nos encontramos con que hay giros que resultan en bloqueos de dos anillos que hacen imposible ciertas transiciones entre rotaciones. Es el denominado "Gimbal lock", el "bloqueo del cardán".

¿Qué importancia tiene esto? Bueno, a menos que estés moviendo un robot, o un avión, o algún dispositivo real o virtual (o un personaje de videojuegos) que implemente su rotación echando mano de esta representación, más bien ninguna. Pero, claro, hay gente que sí está interesada en que su sistema de navegación no se vuelva chalado a la hora de interpolar entre dos rotaciones tridimensionales, así que, ¿cómo solucionamos esto? La solución es compleja. Literalmente.

Hay palabros matemáticos que usamos que parecen sacados directamente de la ciencia ficción. "Cuaterniones" (quaternions) es una de ellas. Explicarlos es, de nuevo, algo complejo, tanto en el sentido de complicado, como porque tienen mucho que ver con el uso de los números complejos. Asumo que el hecho de que se pueda asignar un valor a la raíz negativa de -1 y que la manipulación matemática de ese concepto ha dado pie a toda una eclosión de modelos y aplicaciones es conocido por todos.

Un cuaternión (el nombre no significa más que "conjunto de cuatro elementos") es un vector de cuatro "coordenadas" que, en lugar de ser las clásicas x, y, z de las coordenadas base cartesianas de un vector (ax, by, cz), utiliza otra base i, j, k, que cumple que i^2=j^2=k^2=i*j*k=-1. No te preocupes si no lo visualizas. Por un lado, justo lo difícil es visualizarlo, pero, irónicamente, por otro lado es lo que nos permite, aparte de otras muchas aplicaciones, visualizar la rotación de un objeto como un vector (a, bi, cj, dk), con la particularidad de que esta representación con una "dimensión extra" (¡una hiperesfera!) nos ayuda, al igual que sucede en ámbitos como los de la optimización lineal, a "movernos" por el espacio de soluciones sin la limitación a la que nos condena mantenernos sin esa dimensión extra. 

Esa libertad de desplazamiento es la que consigue que la interpolación entre dos rotaciones tridimensionales dadas se puedan hacer sin los bloqueos que obstaculizan el uso de las rotaciones eulerianas. Una vez hecha la rotación concreta con cuaterniones, hay una fórmula para pasar de este cuarternión a nuestro cómodo sistema de rotación euleriano, permitirnos entender intuitivamente el resultado final de la rotación.

Normalmente escribo alguna narración para explicar estas cosas para Café Hypatia, pero más allá de contar la anécdota de que una vez intentamos gastarle una broma que ya ni recuerdo a alguien sobre la existencia de quintiriones (y aprovecho para decir que hay una extensión de los cuaterniones, los "octoniones"), tampoco se me ocurría nada. Hace mucho calor, y estoy bloqueado (y sin hiperesferas que me ayuden). Pero el tema de cómo las complejidades nos permiten sobrepasar los bloqueos me ha parecido suficientemente bonito de contar sin más adornos.


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15.7.23

Alguien vs. Predator

A simple vista, el objetivo no se encontraba allí.

En el corazón de la jungla, el rumor del viento mecía las hojas más altas, pero era incapaz de llegar hasta la soporífera y densa atmósfera de allá abajo. Con un movimiento ágil sobre su interfaz de muñeca, pasó a imagen de movimiento.

Ahora ese follaje alto destacaba en amarillo contra una balsa de azul. Nada.

Pasó a infrarrojos, para intentar detectar su calor corporal. Las plantas destacaban sutilmente del suelo, y descubrió algún pequeño primate curioseando en las ramas más altas, pero ni rastro del objetivo.

Quizá se había camuflado con barro.

Pasó a ultravioleta, y la explosión de tonalidades de las flores reclamando la atención de los polinizadores le disuadió rápido de que fuera a poder encontrar nada evidente entre tanto ruido. Hizo un último intento con rayos X, tan infructuoso como el anterior. Ni rastro.

Era buena cosa que Predator no andara por allí, puesto que la suya era una delicada y frágil especie con la que había que ir con cuidado de no acabar por un descuido. Ahora ya podía seguir explorando tranquilamente aquel rincón de la selva a machetazo limpio.


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15.6.23

¿Pero por la mañana o por la tarde?

Hoy hace casi
catorce mil millones
de estar aquí

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29.5.23

Cristalino

Cuarenta y siete años le había llevado a Eleanor perfeccionar su dispositivo CH1nLU de modificación de frecuencia óptica para conseguir uno de los sueños de la ciencia ficción más codiciados: la invisibilidad. En la pantalla de su ordenador ultimaba el documento explicando paso por paso los fundamentos teóricos y la puesta en práctica.

El concepto era simple: el espectro de luz abarca frecuencias mucho más amplias que las que podemos ver, desde ondas de radio de baja energía hasta rayos X y gamma de alta energía. Cada rango de frecuencia interactúa de manera óptima con elementos de tamaño similar, pero se vuelve transparente para objetos mucho más grandes o pequeños. Eleanor solía usar la analogía de una valla de campo que no representa un obstáculo para un ratón o una jirafa, pero sí para una oveja o una vaca. Una hormiga podría pasar sin problemas, mientras que Godzilla, no.

Las ondas de wifi o radio, siendo luz de baja frecuencia, podían atravesar paredes sin problema, ya que estas resultaban transparentes para ellas. Por otro lado, la luz ultravioleta hacía que el cristal de una puerta fuera opaco debido a la similitud de tamaño de frecuencia con la estructura atómica del cristal. Eleanor le explicaba los detalles a sus ratones de laboratorio mientras ultimaba los detalles. Los ratones parecían asentir, pero Eleanor sabía que era un sesgo producto de la humanización. Probablemente solo olían las hormonas de excitación que expelía, sabiéndose a punto de probar el culmen de su creación.

A nivel técnico, el complejísimo dispositivo tampoco tenía mucho secreto: se trataba de modificar los fotones de frecuencia visible incidentes en la superficie del tejido que la recubriría para modificar dicha frecuencia, volviéndola mucho más amplia, de forma que se reemitiera hacia el interior de su cuerpo con el tamaño exacto para que lo atravesara sin interferir (al menos, de forma relevante) y chocara contra el lugar contrario de su superficie, donde se devolvería a la frecuencia visible inicial, volviéndose, en la práctica, tan transparente como el Predator de las películas.

Eleanor se colocó la «capa de invisibilidad» y la activó. Sin embargo, justo en ese momento, se dio cuenta de que si la luz visible podía atravesarla, no impactaría en su retina y no sería capaz de ver absolutamente nada...

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15.5.23

Uno

Dr. Manhattan,
debe escoger icono.
Será el hidrógeno.

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27.3.23

DesTino

Tino hubiera sido un chaval bastante normal de no ser por el pequeño detalle de que era capaz de ver el futuro de las personas cuando tomaba sus manos.

Él no lo consideraba en absoluto un don; desde muy pequeño tuvo que hacerse a la idea del tumor que se llevaría a su madre, el infarto que le dejaría sin padre y, en general, cómo iban a terminar el resto de sus familiares, con todo lujo de detalles.

Había comprobado que los vaticinios, que veía tan claros como quien ve un telediario por el televisor, se cumplían por mucho que se intentaran cambiar las cosas.

Solo conocía una excepción: a él mismo. Él no tenía la más mínima pista de cómo iba a ser su final. Lejos de tranquilizarle, en cierto modo, lo atormentaba, ya que se había acostumbrado a saber cuándo y cómo acabarían las historias de la gente de su alrededor, lo cual implicaba también saber cuándo no iba a ser, lo cual ocurría la mayor parte del tiempo. Sabía que su madre podía tirarse en paracaídas sin sufrir por ella, por ejemplo.

No fue capaz, sin embargo, de tocar al chico que le gustaba. Pese a creerse preparado para confrontar y asumir la muerte de todo el mundo, por alguna razón, conocer la de él lo sobrepasaba.

Tuvo que inventarse una historia sobre una alergia tópica terrible para excusar el llevar guantes todo el tiempo. Pero a Desiderio, Des, para sus amigos, le pudo la curiosidad tras años de no verle nunca las manos, y aprovechando un sueño profundo de Tino, le quitó los guantes. Asombrado de no ver más que unas pálidas pero usuales manos, las tomó entre las suyas. Tino despertó de golpe. Con el corazón desbordado, le dijo lo que había visto: nada.

Desde entonces, su don, o maldición, se perdió para siempre. Con los años, pensaba, se podría  acostumbrar a ser como los demás.



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27.2.23

Illu01

Era raro, porque había dejado aquella pieza de volante, parte de un coche de juguete, completamente empapada sobre la vitrocerámica. La había encendido a poca potencia para que se secara, y algo me distrajo durante unos segundos, lo suficiente como para que, al volver a mirar, el plástico estuviera empezando a bufarse. Alargué la mano para intentar retirarlo de un golpe, pero justo en ese momento empezó a sonar el despertador del móvil. Alargué la mano para deslizar el dedo sobre la pantalla, pero durante un segundo me quedé bloqueado por miedo a quemarme al tocarlo.

Con el cerebro aún medio fundido, me vestí y esperé pacientemente a que mi peque se despertara, saliera al comedor y pudiera ver la cara que pondría al ver el despliegue de globos y decoración por su sexto cumpleaños. Su madre, además, se había currado una gymkana de pistas en post-its por toda la casa, que iría descubriendo, gritito tras gritito, hasta dar con cuatro regalos repartidos por toda ella.

Al final, no tengo claro quién estaba más ilusionado, si ella correteando junto con su hermano de aquí para allá, sus padres riéndonos con sus ocurrencias en cada parada, o sus abuelos babeando. De lo que sí estoy seguro es de que la felicidad, si no era eso, debía de estar muy cerca de serlo. Y, si solo era una ilusión, al igual que el miedo a quemarme absurdamente con el móvil, se sentía por completo igual de real, con lo que me daba muy igual.


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