15.11.23

El fin de las claves

Cuando eres matemática, los problemas a los que sueles enfrentarte son del tipo «demuestra que la parte real de todo cero no trivial de la función zeta de Riemann es 1/2». Nadie te dice «pero ve con ojo porque, jugando con esta demostración, puedes cargarte de un plumazo los sistemas de seguridad de bancos, empresas, gobiernos, organismos militares, asociaciones mafiosas, etc., etc., y si haces eso, van a ir a por ti».

No es que no se esperara que esto ocurriera en algún momento con la sofisticación de los ordenadores cuánticos, pero esas bestias aún tardarán unos años, si no décadas, en ser competentes (y mucho más en estar al alcance de cualquiera) en factorizar los números primos que sustentan las matemáticas detrás de la ciberseguridad actual.

Los matemáticos ya están trabajando en la seguridad cuántica del futuro. Pero claro, una cosa es estar el día de mañana preparados para pasar a una seguridad a prueba de máquinas más potentes, y otra cosa es dinamitar directamente las matemáticas que han hecho posible la seguridad actual basada en estos principios: todas las cuentas que ahora mismo están (estaban) protegidas por este tipo de cifrado –y pensad en los miles de millones en bitcoins y otras criptomonedas, aparte de las cuentas bancarias de todo el mundo–, han quedado expuestas en la plaza mayor del pueblo.

Y archivos secretos militares.

Historiales médicos.

Comunicaciones terroristas y de otra mucha gente poco recomendable. 

Por mi culpa.

Ahora, mi problema matemático es ser matemática. Puedo desmenuzar como un terrón de arena húmeda los cerrojos de los arcones que guardan los mayores secretos, pero no tengo ninguno donde poder esconderme.

A menos que...



Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.

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