27.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [VIII]

El soldado tosió sangre mezclada con grumos que debían ser parte de su costillar, cogió aliento y se aferró a su pierna haciendo uso de sus últimas fuerzas:

La única posibilidad que tienes de salir con vida de aquí es ayudarles a ganar la batalla. Sabes que esos monstruos acabarán con todo lo que quede vivo en esta isla. No tienes alternativa.
De acuerdo, de acuerdo, de acuerdo dijo Licaia. No hace falta que sigas, ya he captado la idea. Ya voy para allá, pero... ¿qué hago contigo?

No necesitaba hacer nada con él. Sus ojos vidriosos apuntaban ya al infinito y su alma viajaba para encontrarse con sus antepasados.
Así que suspiró, le apartó con la punta del pie y volvió a internarse en la cueva, donde tendría que volver a encontrar los pasadizos ocultos que desembocaban en el pasillo central del muro sur del castillo.

Cuando llegó a la otra parte apenas podía creer que nadie ni nada hubiera tratado de atentar contra su integridad física. Había ido caminando sigilosamente oculta entre las sombras de las teas que apenas iluminaban los conductos de piedra, esquivando cuerpos, murciélagos y otros ruidos extraños. Pero ahora, estando al otro lado del pasillo, toda la pesadilla parecía volver a empezar.

En la otra punta del pasillo, una formación de trasgos estaba acabando con un reducto de soldados a base de aplicar la antigua técnica de machacar sus cráneos con la dura piedra de la pared aplicando enormes mazas.

Sus ojos destellaron al reflejo de los sables curvos de los trasgos que lideraban el escuadrón, y no bastó más para que uno de ellos la detectara.
"Malditos seres de las cuevas" pensó Licaia, mientras saltaba al pasillo y comenzaba a correr en dirección contraria a los primeros trasgos que se habían lanzado a perseguirla.

Llegó a una escalera y escuchó un ruido metálico a su derecha; uno de los trasgos le había lanzado una daga que había fallado por muy poco.
La recogió, se giró, tomó impulso y la lanzó contra el primero de los cuatro que estaban a la vista.
Pero su lanzamiento apenas llegó a mitad de camino. ¿Qué distancia había entre ellos? ¿Con qué tremenda fuerza se lo habían lanzado?
Volvió a dirigirse hacia los escalones, haciéndose daño de nuevo en el costado por la brusquedad del giro. Apoyándose como pudo en ambos brazos, teniendo cuidado de no sobrecargar demasiado el izquierdo, fue trepando más que subiendo por la interminable escalera.

Podía oír sus gruñidos al pie de la misma y de pronto comenzó a sentirse más y más pesada. La espada parecía arrastrarla hacia abajo, sus fuerzas mermaban y por primera vez en toda la fatídica tarde pensó que iba a desmayarse. «Ahora no, ahora no, ahora no
El choque de otra daga contra la empuñadura de la espada le hizo soltarla.
Inmediatamente comenzó a caer escaleras abajo causando un enorme alboroto. Aprovechó el improvisado aligeramiento de carga y ascendió los peldaños que le faltaban hasta llegar a lo alto.

Y no había salida.
Delante de sus ojos, el torreón al que conducía esa escalera iba a dar a uno de los altísimos precipicios que formaban las murallas emergentes.
Y detrás de sus ojos, cuatro trasgos de más de dos metros de alto se acercaban con paso lento pero firme hacia su posición.

El mar embravecido rugía con la tormenta, entonando cánticos de guerra.
Los rayos en el horizonte, que ahora casi eran continuos, parecían enarbolar la bandera de tonos azules y violetas de un ejército tenebroso.

Entendió que sus aventuras terminaban ahí, y sacó sus puñales de halfling.
Por lo menos caería uno más.

Y uno más cayó, tras un par de mandobles que rasgaron su cuello. Uno desprevenido que había tenido la osadía de prejuzgarla por su estatura.
Pero su compañero, más avispado, logró atraparla durante uno de sus movimientos de subterfugio. La cogió por el cuello y la estrelló contra el suelo.

Su costado chorreaba una silenciosa cascada de sangre, su brazo estaba insensible y acababa de destrozarse una rodilla. La vista se le iba empañando...

...y mientras se agarraba al empedrado del suelo y se arrastraba hacia el hueco en la almena, utilizó sus últimas fuerzas para lanzar una plegaria a sus dioses. Ya sólo faltaba saltar. Después, sus bonitos ojos claros se cerraron.

Buenas noches, princesa le dijo el multiforme mientras la arropaba en su cama. Tus sueños son increíbles. Nos vemos mañana.
Le dio un beso en la frente, y se marchó.

Licaia y el Mundo de los Sueños [VII]

Cuando despertó, tenía un montón de recuerdos que no sabía de dónde habían salido. Era una ladrona halfling en medio de una batalla, estaba en una cueva y el batallón de soldados del que formaba parte acababa de sucumbir a un ataque. Ella estaba malherida.

Apenas unos pocos soldados pudieron resistir a la tercera carga de los trasgos. La pequeña halfling consiguió escabullirse reptando entre algunos de sus miembros mutilados sin poder evitar una mueca de asco.
Al llegar a la boca de la cueva y dejar atrás el hedor de las primeras descomposiciones, tomó una bocanada de aire tan grande como sus pulmones le permitieron, y se chequeó el cuerpo a la luz de los relámpagos.
Ahora podía ver mejor la flecha en su hombro izquierdo y un feo corte en su costado. Aquellos demonios malolientes habían conseguido alcanzarla, y por dos veces.
Masculló algo en voz baja mientras hacía de tripas corazón y partía el trozo sobresaliente de la flecha, dejando ensartado en su hueso la punta de acero letal. Después le hizo un jirón a su capa y se anudó la tela alrededor de la cintura. La compresión detendría la hemorragia.
Se palpó las caderas. Sus dos cuchillos cortos seguían ahí. Y en la bandolera tenía el sable curvo robado a uno de los trasgos degollados por ella. Era grande y pesado, tanto que no estaba segura de poder manejarse cómodamente con él, pero ante aquellas bestias le infundía un poco más de seguridad. Ya había demostrado su eficacia contra uno de sus cráneos...

Desde la entrada de la cueva tenía una buena perspectiva de la geografía de aquel castillo en medio de la nada. Aquel atolón de murallas de piedra que parecía crecer alrededor de un volcán y que unos dioses insatisfechos hubieran hundido en alta mar para calmar su cólera. Aquel lugar estratégico en medio del paso del Este que tanta ventaja iba a dar a su ejército, un ejército de mercenarios como ella. Aquella misteriosa construcción que encerraría mil tesoros para ella...
Si no hubieran aparecido esos trasgos diezmando las tropas y complicándolo todo, claro: ahora tenía un brazo prácticamente inutilizado y comenzaba a marearse por la pérdida de sangre.

Alguien le chilló a su espalda. «Tú, ¡eh, tú!». Licaia saltó sobre sus talones y empuñó sus cuchillos como lo haría en su mejor momento. Con sus ojos claros, acostumbrados a la oscuridad, rastreó el terreno buscando la procedencia de la voz.
Un soldado, o más bien lo que quedaba de su cuerpo, se arrastraba con su único brazo por la salida de la cueva en su dirección.

La halfling enfundó sus armas de nuevo y trató de recuperar su ritmo cardíaco. Aquel amasijo de carne no era una amenaza. Se acercó a él.

¿Estás loco? ¿Quieres que nos maten? ¡Deja de chillar!
Yo ya estoy muerto... y tú debes volver al pasillo.
No se me ha perdido nada en el pasillo replicó Licaia. He conseguido salir de allí por los pelos.
¡Pero has de volver! El lugarteniente ha ordenado que se reorganicen los efectivos que hayan sobrevivido. El enemigo tiene muchas bajas, puede ser la última oportunidad para ganar esta batalla.
Sí, o para que nos maten.
¿Es que ya no recuerdas por qué estás aquí? Hiciste un juramento que ni vosotros, los más rastreros y taimados halfling podéis romper. Hay muchas vidas en juego si no ganamos esta batalla...

[Acabará...]

24.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [VI]

El coche hizo saltar por los aires la valla de madera que se interponía entre ellos y la propiedad.
A esa distancia, la mansión se aparecía de forma completamente distinta a la impresión que daba de lejos: estaba medio en ruinas, con todo tipo de malas hierbas comiéndose la fachada y llenando el jardín, y con la piscina inundada de una viscosa sustancia marrón.
Mientras las ruedas del coche perdían contacto con el suelo y sus estómagos sentían la ingravidez de la caída, cogieron aire. ¡Plof!
Cuando la presión de la marea de barro que entraba por todas partes se hubo igualado a la del resto de la piscina, consiguieron salir del coche. La policía ya había llegado y estaba rastreando la zona. Tenía que conseguir aguantar la respiración, pero empezaba a notar cómo se ahogaba. Necesitaba salir, pero sabía que en cuanto asomara la cabeza, era hombre muerto.
Una "chispa" atravesó el lodo, rozando la cara de Licaia-Stevie. No abrió los ojos, pero pudo notar su calor. «Ya está, se ha acabado. Están disparándonos.» pensó.
Como ya no tenía sentido ahogarse allá abajo, decidió intentar salir y rendirse.
Tomó impulso en el fondo de la piscina, y ascendió.
Al llegar arriba, no pasó absolutamente nada. Cogió todo el aire que pudo, y vio un panorama desolador que le hizo sentirse desorientada. Aquello no se parecía en nada al lugar en el que había estado minutos antes.
Salía de una especie de río industrial, cerca de una zona de acampada en la que había caravanas. A lo lejos, un enorme puente cruzaba ese río. Y más a lo lejos...
Una gigantesca nave nodriza diseminaba pequeñas naves que disparaban a discrección pequeñas chispas rojas.
Licaia, que volvía a tener su aspecto de siempre, vio cómo esas chispas hacían pequeñas quemazones en los lugares en los que impactaba. Una de las naves hizo una pirueta en el aire y voló hacia ella, lanzándole una lluvia de esas chispas. Ella empezó a correr hacia la caravana más cercana, con las chispas pisándole los talones. Vio su puerta un poco abierta, y lanzó su cuerpo contra ella, cayendo sobre el suelo tapizado de la caravana.
La lluvia de chispas pasó de largo, abriendo algunos agujeros en la puerta. Licaia la cerró aprisa, y apoyó su espalda en ella, recuperando la respiración. Estaba muerta de cansancio, y fue resbalando poco a poco hasta quedar sentada.
Entonces lo vio. El cocodrilo había estado quietecito, al final de aquella caravana que, desde dentro, parecía mucho más grande de lo que era. Dio un bocado al aire, y otro chasquido sonó en la otra punta de la habitación. Al girarse, descubrió dos enormes cocodrilos más.
Con pequeños pasos, empezaron a acercarse hacia ella. Licaia cogió aire. Trató de no hacer ningún movimiento brusco, y se puso en pie muy poco a poco.
El otro cocodrilo también se dirigió hacia ella, acelerando el paso. Estaban aún bastante lejos, así que decidió enviar a paseo los movimientos lentos. Iba a abrir la puerta, cuando otra ráfaga fundió la cerradura. «Genial, atrapada aquí dentro con esos bichos.»
Saltó sobre una silla para alcanzar un par de exóticos cuchillos que había en una estantería, sobre un terrario, y se quedó sentada encima de la nevera de al lado. Los cocodrilos se iban acercando, no tenía mucho tiempo para pensar cómo podía salir de allí.
Al fondo había una ventanilla, pero tendría que sortear al cocodrilo que se interponía. Miró la estantería. En el terrario había una serpiente, amarilla con anillos negros, grandota y fea. Le miraba con muy mala cara (toda la mala cara que una serpiente pueda poner). Abajo se acercaban los cocodrilos. Lanzó el terrario al suelo, y balanceó la nevera para al caer se interpusiera temporalmente entre los otros dos cocodrilos y ella.
Funcionó. Mientras el otro cocodrilo estaba entretenido viéndoselas con la serpiente, ella saltó de nuevo sobre la silla y los dejó atrás. Corrió hacia la ventanilla y se lanzó sin darse cuenta del terraplén de una excavación que había allí. Rodó por una grieta del enorme agujero, y se quedó inconsciente.

[Aún va a continuar un poquito más...]

18.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [V]

Proceluria era el apropiado nombre de aquella ciudad. Parecía sacada de una película en blanco y negro de los años 20, con un estilo charlestonero. El cielo estaba totalmente nublado, como si fuera a estallar la Tormenta Definitiva. Unos nubarrones negros, entre los que de vez en cuando se escapaba algún destello, cubrían toda la ciudad, y ocultaban la maravilla de los tres soles.
Había llovido hacía poco, a juzgar por los múltiples charcos que se extendían por las calles adoquinadas. Alguna enorme rata negra husmeaba por los bordes de los desagües de las aceras. Licaia hizo un gesto de asco y trató de pasar lo más alejado posible de ella.
Las calles estaban totalmente desiertas, a excepción de papeles de periódico y suciedades que se pegaban a los bordes de las aceras. Un montón de esos periódicos estaba apilado en una esquina cercana, y la curiosidad le hizo acercarse hacia ellos. Más relámpagos refulgían en el cielo. Durante uno de ellos, tuvo tiempo de leer el titular que acompañaba a la foto de portada:

PELIGROSOS ASESINOS ANDAN SUELTOS

En la foto, un hombre con aspecto desaliñado y un enorme corte a lo largo de la mejilla derecha le ofrecía una mirada desafiante y malhumorada a la cámara. No le dio tiempo a ver la foto de su secuaz.
Un chirrido de ruedas de coche y una ráfaga de ametralladora hizo que Licaia diera un salto y se apretara contra la pared.
Un coche, una vieja carraca de estilo gángster salió de la esquina a toda velocidad, y pegó un frenazo hasta detenerlo en el centro de la calle en la que estaba. La puerta del acompañante se abrió de un portazo, y una cabeza se asomó por la ventanilla:
«¡Eh, Stevie! ¡Te he estado buscando por todas partes! ¿¡Qué haces ahí parado!? ¡Sube al coche!»
Licaia se quedó fuera de juego durante un instante. Se estaba dirigiendo hacia ella, pero... ¿Stevie? ¡Si era una niña! ¿Cómo había podido confundirla con un chico? A menos que...
Dio un par de pasos hacia uno de los charcos, y se miró en él. Un enorme corte asomaba por la mejilla derecha de su cara desaliñada y malhumorada. "¡¡¿Pero cómo?!!", pensó.
«¡Stevie, que nos están pisando los talones, maldición, date prisa!»
El ruido de las sirenas empezó a hacerse cada vez más audible. No sabía cómo se había metido en ese follón, pero no tenía tiempo de averiguarlo. El del coche volvió a saltar al asiento del conductor, y soltó otra ráfaga de ametralladora hacia el fondo de la calle.
Chuck. Se llama Chuck, pero ¿cómo sé eso? ¿Soy de verdad una asesina, o un asesino, o lo que quiera que sea? Si me quedo aquí, esos policías me acribillarán antes de que pueda abrir la boca para decirles quién soy. Sólo puedo intentar escapar...
Corrió hacia el coche, donde Chuck ya empezaba a hacer patinar la rueda sobre el adoquinado, y aún sin haberle dado tiempo a cerrar su puerta, el coche salió disparado hacia delante, empujándole el estómago contra el respaldo.
Las luces de las sirenas ya alumbraban la esquina de la calle por la que se dirigían a toda velocidad, y un par de coches patrulla salieron como una exhalación por los callejones.
Otra ráfaga de ametralladora, ésta vez desde los antiguos coches patrulla, les destrozó los cristales. Ella agachó la cabeza entre sus piernas, y él se hundió como pudo en el respaldo, para seguir conduciendo.

Al fondo de la calle se abría paso la piscina de una lujosa mansión. No había otra alternativa, estaban demasiado cerca.

[Todavía va a seguir continuando...]

15.9.05

Uno con la Fuerza (Esta mañana me he levantado...)

De él se contarán muchas historias. De cómo el joven padawan demostraba sus habilidades con la mecánica, de cómo sus midiclorianos estaban fuera de escala, de cómo utilizaba sus artes Jedi para mejorar la vida en la Galaxia.
Tras su incineración, nos deja el más joven maestro que jamás haya existido...


¿O no nos deja?

14.9.05

13.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [IV]

Tras unos minutos de camino, Licaia llegó a un gran jardín con un paseo central. Empezó a cruzarlo, y descubrió que a ambos lados del paseo se encontraba todo tipo de figuras de cristal: lámparas, jarrones, esculturas... ¡incluso algunos matojos de flores eran de cristal!
Asombrada, siguió adelante. Un silbido desde arriba le hizo levantar la vista al cielo. Allá a lo alto, un gran pájaro que parecía hecho de hielo revoloteaba alegre por el lugar.
Licaia siguió la dirección hacia la que volaba el pájaro, adentrándose en el paseo. Al fondo podía ver una pequeña rotonda que dividía el paseo en dos, para volver a juntar ambos caminos tras de ella. En la rotonda había una figura enorme del mismo color azul del cielo. Le costó mucho adivinar que era un árbol porque se fundía con el horizonte.
En ese momento, el sol empezó a salir tímido tras las montañas. La primera sorpresa fue su forma. No era como el sol que conocía, sino que tenía unas extrañas volutas adornando su perfil, con intrincadas formas que parecían dibujadas a crayon por un niño.
La segunda fue al observar que los primeros rayos que iluminaban la copa del árbol proyectaban un hermoso arcoiris al atravesar las hojas, que también parecían hechas de cristal.
La tercera, apenas unos minutos después y cuando ya estaba envuelta en un caleidoscopio de luces y colores, fue la salida de un segundo y de un tercer sol, de distintos tamaños pero también con esas decoraciones, que además interactuaban entre ellas.
El efecto sobre el árbol fue fulminante. De repente, el caleidoscopio se convirtió en una explosión de contrastes y matices. El suelo se iluminó completamente con un blanco cegador y, a su alrededor, todos los ornamentos del paseo parecían reflejar universos enteros condensados en esas formas.
Todo el mundo parecía estar flotando sobre las iridiscencias de los miles de pequeños efectos cromáticos de los cristales, y Licaia se sintió abrumada.
Por un momento, pensó que con tres soles y aquellos cristales, podría pasarle como lo que le pasó en el recreo a la hormiga a la que el bruto de su amigo le había puesto debajo de una lupa. Aunque no notaba nada raro, decidió alejarse del árbol, por si acaso.
Siguió el paseo hasta que el resplandor del árbol ya casi no tenía influencia. De los tres soles, uno de ellos había alcanzado ya la mitad del cielo. Se movía tan rápido que, a simple vista, Licaia pudo apreciar su traslación a lo largo de su órbita. Los otros dos seguían ascendiendo lentamente. Uno era ligeramente azulado, y el otro tendía hacia el rosa. Los lazos fractales que los unían acababan adquiriendo tonalidades fascinantes de la gama de los violetas.
Licaia se dio la vuelta; no recordaba haber visto nunca nada tan bonito como aquella estampa, y quería guardarla a buen recaudo en su memoria. Después, siguió adelante. Tenía que encontrar la forma de regresar a su cama, o su madre se preocuparía mucho cuando fuera a despertarla y no la encontrara allí.
Cuando llegó al final del paseo, se encontró con un cartel de direcciones. No decía el nombre de aquel sitio, pero indicaba la situación de una ciudad (o eso suponía ella) cercana. "Proceluria", leyó con dificultad por el reflejo de los soles.
Bien dijo a nadie en particular, pues iremos a Proceluria. Tal vez allí alguien sepa cómo puedo regresar.

[Continuará aún más...]

12.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [III]

Dando una voltereta en el aire, consiguió estabilizar su caída. Se dio cuenta de que, extendiendo los brazos y las piernas, podía controlar la dirección hacia la que iba cayendo. Se dirigió hacia una zona de ese campo en la que abundaban los puntitos amarillos.
Mientras seguía cayendo, también vio algunos de color rosa. En el horizonte, rodeada de un mar enorme, empezaba a clarear la promesa de un nuevo día.
Volvió a mirar hacia abajo. La tierra se acercaba a ella a una velocidad pasmosa, y no tenía la más mínima idea de cómo iba a poder aterrizar sin acabar hecha papilla.
Ahora podía ver que las manchas amarillas eran en realidad vastos campos de flores, unas flores que parecían ser bastante grandes y esponjosas.
Cuando apenas faltaban unas decenas de metros para llegar al suelo, pensó que tal vez, si consiguiera caer sobre un grupo bastante denso de esas flores, podría salvarse de la caída. Puso rumbo hacia el montículo más cercano, y...
¡Plaf!
Una nube de polen amarillo inundó la zona.
Licaia se levantó. Estaba algo aturdida, pero no notaba que se hubiera roto nada. Quienes no habían tenido tanta suerte eran las pobres flores que había aplastado en su caída, que gemían lastimeramente.
Licaia sintió mucha pena por ellas, e intentó enderezarlas como pudo. Realmente eran grandes, casi de su tamaño, y muy esponjosas. Alguna flor cercana sólo había perdido alguna hoja o algún pétalo, pero las tres sobre que había aterrizado tenían el tallo roto. Seguían llorando y llamando a su madre, y a Licaia no se le ocurría cómo podía tranquilizarlas. Buscó algún palito sobre el que pudiera vendarles los tallos, pero no encontró nada.
Volvió hasta ellas y, cuando trató de acariciar a la más pequeña para que se calmara, algo le dio un golpe en la mano.
—¡Estáte quieta, niña! —le dijo una enorme flor rosa que acababa de llegar—. Los humanos siempre estáis estropeándolo todo.
Licaia empezó a disculparse, e intentó contarle que un bicho azul la había tirado desde muy alto y no tenía alternativa, pero la flor hizo un gesto con sus hojas para que se callara.
Las pequeñas florecitas seguían llorando, y la flor madre las cogió con todo el cariño del mundo y utilizó tres de sus raíces para enroscárselas a lo largo de sus tallos. Clavó las raíces en el suelo, y con un pequeño "plop", se soltaron de su cuerpo.
La flor madre hizo un pequeño gesto de dolor en cada "plop". Luego le dirigió una mirada furibunda a la niña.
—Será mejor que te marches de aquí, niña. Has asustado a mis pequeñinas y casi aplastas a estas tres. ¡Lárgate de mi vista!
Algunas de las raíces que le quedaban hicieron un gesto parecido al de espantar moscas.
A Licaia no le quedó más remedio que salir de allí. Para no perderse, decidió caminar hacia donde estaba a punto de salir el sol.

[Todavía seguirá continuando...]

9.9.05

DRM: Hágalo usted mismo (Esta mañana me he levantado...)

¿Qué es el DRM? Es el equivalente digital de ponerse una mordaza en la boca y esposarse las manos a la espalda.
El Digital Rights Management, o gestión digital de derechos, se encarga de que tu ordenador sólo reproduzca programas, música o películas obtenidas legalmente¹ y según las especificaciones de la distribuidora.
En principio puede parecer una buena noticia. «Se acabó la "piratería"», pensarán algunos usuarios.
Lamentablemente, esto irá un paso más allá.
En este artículo se explica (en inglés) hasta qué punto nuestra máquina deja de estar bajo nuestro control, para convertirse en una extensión de la voluntad de las distribuidoras: desde dejar de poder abrir nuestros propios documentos si el programa "considera" que necesitamos una versión superior de un determinado programa y obligarnos a instalarla, hasta permitirnos escuchar un CD sólo en un dispositivo "certificado".
El "problema" hasta la fecha (pues programas como el Windows Media Player 8 ya vienen con el DRM) es que, por software, toda restricción es relativamente fácil de saltarse (te puedes quitar la mordaza con las manos libres). Pero la nueva oleada de hardware traerá integrado el TCPA (para que nos entendamos, las esposas).
Así las cosas, surgen varias preguntas:
-¿Por qué seguimos permitiendo como gilipollas que nos recorten libertades? (Y no hablo de utilizar programas descargados ilegalmente, sino de escuchar el CD que he comprado donde me dé la santísima gana)
-¿Qué va a pasar con el mundo del Software Libre? (O dicho de otra manera, ¿cómo convivirá un sistema operativo que yo puedo construirme de forma legal y gratuita?)
-¿Por qué no se plantea aguantar con los equipos informáticos actuales sin comprar un solo ordenador con esta tecnología hasta que la retiren? ¿Por qué va a ir todo el mundo en masa a comprar sus propias mordazas y sus esposas para hacerse prisionero de forma casera?
El mundo se va a volver un lugar muy raro. Pero tan poco a poco, que acabará pareciéndonos que lo normal es que otros decidan qué podemos hacer, cuándo y cuántas veces, y que siempre fue así.
Por mi parte, intentaré subsistir con este AMD a 1'2 GHz con Debian Linux, e intentaré conseguir alguna regrabadora de DVDs que aún no traiga el Chip de la Bestia. Y luego...

¹Recordamos a los lectores que la copia privada sin ánimo de lucro y sin perjuicio a terceros NO es ilegal, sino un DERECHO.

7.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [II]

—¿Cómo que qué soy? ¿Es que en la escuela no os enseñan nada? —negó con la cabeza.
Luego fue corriendo hacia la otra punta de la almohada (que quedaba ligeramente colgando del borde) pero no la hundió: era como si no pesara nada. Al llegar al límite, donde el suelo de la cama se abría como un precipicio enorme para alguien de su tamaño, decidió dar una voltereta con triple salto mortal hacia atrás, cayendo de pie y con los brazos abiertos de nuevo en el centro de la almohada.
Licaia soltó un asombrado "oooh" por lo bajito, y el pequeño ser se quedó parado, como esperando a que algo hiciera "click" en el cerebrito de la niña y recordara por fin algo tan obvio como quién era.
Durante cinco segundos nadie dijo nada. Luego ella estalló.
—¡Hazlo otra vez!
El "invitado" frunció el ceño. Los niños de hoy en día eran más ignorantes de lo que pensaba.
—¿Pero qué te crees, que soy tu payaso particular? ¡Soy un multiforme, encanto, y he venido a llevarte a mi mundo!
Antes de que ella pudiera pronunciar las siguientes preguntas evidentes para quienes no sean multiformes, el pequeño multiforme le cogió con sus dos manitas grotescas de su dedo anular y la arrojó por la ventana, saltando acto seguido tras ella.
La impresión, lo inesperado de la situación y la velocidad hicieron que ni se le ocurriera gritar. Allí estaba ella, cayendo de espaldas por su propio patio de luces desde un octavo piso de altura, con un pequeño diablo azul que iba a aterrizar sobre ella y salir caminando tan pancho cuando su cuerpecito se estrellara contra el suelo.
Cerró muy fuerte los ojos y esperó mentalmente el fatal desenlace. Ya debía de faltar poco. Un poco menos. Menos. Menos. Menos...
Qué curioso, ya tendría que haberme estampado contra el suelo.
Abrió los ojos. Seguía cayendo, pero caía de una forma un poco rara. Estaba cayendo hacia arriba; y no había ni rastro de su patio de luces, sólo nubes y un extraño campo verdoso muy, muy abajo, con puntitos amarillos.
El multiforme había desaparecido.

[Seguirá continuando...]

5.9.05

Licaia y el Mundo de los Sueños [I]

La pequeña Licaia seguía mirando a través de las maderitas de su persiana. Era muy tarde ya, pero no podía dormir. La luna llena inundaba con su brillo el patio de luces al que daba su ventana. Afuera todo era calma, el mundo dormía tranquilo, y a ella le daba un poco de rabia que a los demás les costara tan poco. Ella también quería dormir y soñar otro de los fantásticos sueños que la acompañaba cada noche, pero hoy no podía.
Estaba cansada tras un ajetreado día de colegio con muchos juegos y trabajos, y no se había pasado con los dulces como en otras ocasiones, así que no acababa de entender cómo podía sentirse tan despierta. Podía notar cómo el aire templado atravesaba su naricilla y bajaba hasta sus pulmones, para salir mucho más caliente por su boquita. La fina manta le hacía un poco de cosquillas en sus pies al moverlos un poco, y sentía la necesidad imperiosa de frotárselos para que desapareciera esa sensación tan molesta.
¡Buenas noches, princesa! le dijo desde la ventana un extraño ser azul.
Para cuando ella hubo desviado su mirada de sus pies a la ventana, ya no había nada ni nadie allí. Ahora tenía los ojos muy abiertos, y se había sentado en la cama de un salto. ¿Qué había sido eso? ¿Algún vecino había hablado muy alto?
¡Te he dicho que buenas noches, princesa! le repitió el extraño ser azul desde el otro lado de la almohada. ¿Es que no me vas a responder? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh?
Licaia se tragó un grito (a sus padres no les hubiera gustado nada que gritara a esas horas de la noche) y se apartó un poco de aquella pequeña figura para poder verlo mejor.
El personajillo era bastante grotesco: parecía una de esas estatuas raras que había visto en las ilustraciones de sus libros de historia, ésas de una isla en la que había desaparecido todo el mundo, cómo se llamaba... era como las vacaciones... ¡Pascua, Isla de Pascua, eso era!. Tenía una curiosa tonalidad azul, muy intensa, que le recordaba a alguno de sus plastidecores.
¡Pero qué mala educación tienes, niñita!
¡Perdona, perdona! Buenas noches, es que no me esperaba que apareciera un... un... ¿qué eres tú, pequeño ser azul?

[Continuará...]

4.9.05

Burning Mars

Se acercaba al Sol, y podía ver las titánicas llamaradas que la corteza escupía a miles de kilómetros de la superficie. El brillo cegador se volvía aún más intenso, y el calor empezaba a desgarrarlo.
Se acercaba más y más, e incluso en el vacío del espacio le llegaba el temblor y el ruido sordo de las superpotentes explosiones nucleares que la fusión del hidrógeno producía. Su sangre dejaba un reguero que colgaba de la nada.
Continuaba acercándose al Sol, y el calor infernal era ya una pura muralla densa, un baño de metales pesados al blanco vivo. No podía respirar más que eso, su cuerpo entero se desintegraba, y su conciencia notaba en toda su intensidad el dolor que sentía.
Casi podía abrazarlo y besarlo con sus labios cuarteados, resquebrajados, reducidos a ceniza y pulverizados con las ondas expansivas de las explosiones que se desataban a su alrededor. No quedaba más de él que el puro dolor que lo consumía, y seguía adelante.
Quería que su corazón estuviera junto al núcleo del Sol, y no se detendría hasta conseguirlo, aunque eso ya hubiera significado su muerte.

Sálvese quien pueda

Caricias furtivas en el asiento trasero de un coche. Les conducen a un futuro separados y éste es el único regalo de despedida que pueden hacerse. Cada pequeña ondulación de la yema de sus dedos puede sentir las suavidades y asperezas de la otra piel. Notan sus dedos cálidos y levemente sudados, y por un momento se sienten violentos, como si hicieran el amor (un amor prohibido) ante un millar de ojos extraños. Separan sus manos.
Sus respiraciones se deceleran poco a poco. El coche sigue adelante.
Se preguntan cómo será su vida sin el otro. Los dedos vuelven a entrelazarse, apenados. Ahora la fusión es más íntima: podrían jurar que notan hasta los pequeños campos electromagnéticos de la superficie de la piel de su compañero.
¿A dónde irá toda esa magia? La lágrima que les abandona es la única que conoce la respuesta.
El coche se detiene. Ahora tienen que bajar y seguir caminos distintos. Se miran por última vez, y es amor lo que ven en los ojos de la otra persona. Saben que es el último error que cometen juntos, y que pagarán por él durante el resto de sus días.
Ya nunca estarán ahí para el otro. Sálvese quien pueda.

2.9.05

El otro

Y aquí estoy yo, solo en mi habitación, a sabiendas de que en una de las bifurcaciones espaciotemporales posibles, estará mi otro yo viendo alguna película con la chica que me gusta, tumbado en un sofá, redescubriendo cada centímetro de su cuerpo cautivador con sus manos obscenas, desnudándola con los ojos y los dientes, divirtiéndose a mi costa.
Maldito cabrón, cómo le odio. Ojalá les pillen sus padres.

1.9.05

Costumbres

Esta mañana me llamó otra vez. Desde la cama en la que él le hace el amor por las noches. Desde la cama en la que la besa y la abraza, y le promete que le quiere.
Me ha vuelto a llamar, decía. Él se va pronto al trabajo, sigiloso, sin beso de buenos días. Ella se despierta más tarde y se encuentra sola, como de costumbre.
Sabe (o cree) que yo siempre estoy para ella, y por eso me llama. Pero yo no sé qué decirle mientras abro la boca y hablo. Sólo me vienen las palabras que describen los sentimientos de injusticia e impotencia cuando ya he colgado.
Puede que mañana se lo diga, o puede que la siga dejando soñar con su realidad, en la que nadie sufre por ella. Puede que mañana ya no llame. Puede que ya no esté para ella.
Los dos pecamos del delito de quererlo todo. Total, para no tener nada: ni yo su corazón ni ella mi compañía.
Como de costumbre, dejo que el agua de la ducha encubra mis lágrimas. No quiero darme cuenta de que vuelvo a llorar por ella.

Friki Testing

(Viene del blog de Lle!, lo prometido es deuda)

+ Test 1 +

10 Cosas que me Gustan

1. Me gustan el amor y los actos altruistas
2. Me gustan las tormentas eléctricas en la playa
3. Me gusta poder comunicarme sin palabras con otras personas
4. Me gusta que me mimen
5. Me gusta imaginar
6. Me gusta ver las cosas como si las tuviera que modelar en 3D
7. Me gusta saber todo lo que puedo saber
8. Me gusta sentir el calor de las mantas en las frías noches invernales
9. Me gusta el chocolate
10. Me gusta ayudar y querer

10 Cosas que no me Gustan

1. No me gusta que no me contesten a una pregunta
2. No me gustan los tiempos muertos
3. No me gusta la hipocresía ni la soberbia
4. No me gusta que mis profesores echen por tierra un proyecto de 3 meses
5. No me gusta la fruta (salvo plátanos, fresas, naranjas, limones, kiwis, sandías y melones) ni sus zumos.
6. No me gusta que se metan con otros más débiles
7. No me gustan las injusticias
8. No me gusta tener que salir de casa por las mañanas sin ducharme
9. No me gusta ir con prisas a los sitios
10. No me gusta estar tan solo

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+ Test 2 +

DEJADME LAS 5 PREGUNTAS QUE QUERAIS Y YO LAS RESPONDERÉ! No importa cuán personal, sucias, privadas, o aleatorias sean; yo intentaré responderlas honestamente. A cambio, tú tendrás que postear este mensaje en tu propio Blog y responder a las preguntas que te han sido formuladas.

Este test realmente lo hacéis vosotros, uhm...
No os paséis! -___-!
XDDD

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