31.10.22

Rumbo a Ítaca

Descargo del altillo la enorme maleta. Está destartalada y polvorienta, como mi vida. Ni siquiera me molesto en limpiar la fina pátina de polvo del lomo cuando la abro frente al armario empotrado. Voy sacando mi ropa, empezando por la de gala. Por mi cabeza transcurren mil celebraciones junto a ella. Algunos bailes memorables. Algunas cenas de cuando todo aún no estaba tan estropeado.

En algunas prendas oscuras destacan los pelos de mi gata favorita, muerta hace casi dos años. Por si no tenía suficientes cuchilladas en el alma hoy, me fuerzo a quitarlas, sintiéndome traicionarla al sacar sus últimos restos físicos de mi vida, algo que de alguna forma también significa sacarla de mi frágil memoria y condenarla a desaparecer por siempre. O, como mínimo, por mucho, mucho tiempo.

Encuentro ropa que no sabía ni que tenía. Decido tirar o donar algunas prendas, por raídas o porque ni siquiera me han terminado de gustar nunca. Algunas de esas prendas también me recuerdan a gente que alguna vez me quiso y se fue. Una ha llegado a perder totalmente el motivo que algún día contuvo y es ya una sencilla camiseta negra. Otra tiene agujeros de uñas de gato que ya destacan demasiado. Con todo, me sigue doliendo más deshacerme de un simple pelo que de ellas.

La ansiedad y la melancolía me invaden mientras empaqueto mi cepillo de dientes y mi corazón de viaje, baremando mis energías para intentar una nueva aventura, quizá la última. Como último regalo de cumpleaños, le dejo el resto de espacio en la cama, la discografía completa de Sabina en CD y la posibilidad de tener una vida feliz y plena.

Esto último nos lo regalo a los dos, sin saber todavía si seremos, cada cual por su lado, capaces de canjear el vale adecuadamente. Ojalá que sí.

Cojo la maleta y, respirando fuerte, salgo de nuevo, rumbo a Ítaca, intentando no forzar nada la travesía.


Este microrrelato participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.10.22

Sonidos y silencios

Áxel Rose se desgañitaba en RockFM cuando su Sweet Child O' Mine se quedó súbitamente enmudecido, reemplazado por un crepitar que ya no era el clásico ruido blanco, pero tampoco el silencio absoluto. Todo dentro de lo esperable al entrar en el túnel de la M-30.

Otro sweet child o' mine sonó desde el asiento trasero:

—Papá, ¿por qué se ha callado la radio?
—Porque estamos en un túnel y aquí no le llega la señal a la radio. Esto no es como el CD de casa, que tiene la música dentro y la hace sonar; hay un lugar desde donde sí tienen el CD o la canción en un ordenador, y la transmiten mediante luz a todo el mundo, parecido a cuando jugamos con la linterna. Es una luz un poco distinta a que vemos, que, por cierto, no vemos todos los tipos de luz que hay, y de hecho apenas vemos una pequeñita parte de los que hay. Es distinta porque la luz visible se tapa con cualquier cosa opaca y ya no la ves, pero esta consigue atravesar las cosas unos metros. Por eso la podemos oír en la radio de dentro de casa. Pero, aquí dentro del túnel, tan profundo, esa luz ya no llega, estamos a la sombra para esa señal. ¿Lo has entendido, peque?
—Qué luces tan bonitas tiene el túnel.
—En fin...


Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.