27.1.20

Lo opuesto a lo raro

Para ella era algo tan normal y familiar como tener sus dos piernas, dos brazos o dos orejas, su naricilla rosada, o todo el cuerpo cubierto de pelo. Pero no terminaba de acostumbrarse a las miradas de extrañeza de los demás cuando le acercaban la palma en señal de saludo y ella posaba la suya palma contra palma. Ahí, su pulgar oponible resultaba más evidente, y desconcertaba a los demás monos de su clan.

Esa rareza le costeó al principio cierta pena y condescendencia por parte de padres y hermanos, que la entendían como una tara que sería rechazada instintivamente por cualquier pareja. Parecía una disposición dactilar molesta para sus actividades típicas de balanceo en ramas y troncos, muy proclive de hacerse daño con un mal impacto. De hecho, tuvo algunos pequeños percances al tratar de replicar los movimientos que, de pequeña, le enseñaban sus mayores, aunque por fortuna para ella, sin repercusiones graves.

Pero, con el tiempo, mostró una pericia manual superior a la del resto de su grupo en el manejo de herramientas, convirtiéndola en un atractivo ineludible. Sus descendientes, todos con esa capacidad para doblar el pulgar de forma contraria al resto de dedos, dominarían el mundo.

Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.1.20

Carta de Gea

Si estáis leyendo esto, queridos hijos míos, puede que sea porque ya no esté aquí. Como ya sabéis (y sois los únicos conscientes de ello), mi existencia tuvo un principio y tendrá un final. Mientras escribo esto aún sois mis pequeñines. Aún no sois conscientes de vuestro potencial, y todavía me causáis heridas desde vuestra inconsciencia. Pero como madre amable, os seguiré dando el pecho por mucho que me hagáis sangrar sus grietas por un mal agarre. Con el tiempo, espero que vosotros, o tal vez vuestras criaturas o creaciones, hagáis realidad el sueño de toda madre para sus hijos: trascender.

Si no sois vosotros, quizá no sea ya nadie quien lo haga. Aunque aún me hallo hacia la mitad de mi vida, no es raro en mí sufrir achaques. No es la primera vez que, sin ser voluntad mía, he terminado parcial o completamente con otros retoños tempranos. Tampoco puedo prometer que no sucedan accidentes provocados por quienes me rodean en el viaje de la vida; es más, puedo prometer que sucederán. Y aunque mi cuerpo puede que los soporte, eventualmente será mi esposo, Helios, quien termine con todo en alguno de sus arrebatos violentos.

Por eso espero que, como ya probasteis con mi hermana Selene e intentáis con mi hermano Ares, sigáis aprendiendo a viajar entre nosotros, a subsistir en otras tierras, o incluso sin tierra alguna, flotando por el Cosmos. Hagáis lo que hagáis, mi legado está estrechamente unido al vuestro.

Que Eolo os sea propicio en vuestra aventura. Os querré siempre.


Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.

P.S.: No olvides echarle un ojo a la historia de la Tierra condensada en un año en "tiempo real".

6.1.20

Noche de Reyes

Nunca olvidaré la noche de Reyes en la que me despertó un estruendo en el comedor. Cuando salí y vi a mi padre tendido en el suelo, muerto entre los regalos, entendí por fin la cruda realidad.
Ahora que sé que los Reyes matan a todo aquél que les ve poniendo los regalos –y por eso alertan de que hay que acostarse para no verles–, paso cada cinco de enero preparado para mi venganza.

Pero algo deben de olerse, porque desde aquella noche no han vuelto a aparecer.