23.12.19

El inicio

La cápsula empezó a emitir un fulgor anaranjado. La atmósfera de Marte era muy tenue, pero lo suficientemente espesa a esas velocidades como para necesitar tenerla en cuenta. O, como era el caso, aprovecharla para intentar un grácil aerofrenado durante la entrada.

Una vez atravesado el noventa por ciento del camino, los espectadores marcianos allí congregados observaron cómo, con una sutil voltereta, la cápsula apuntaba sus motores hacia el suelo y terminaba la maniobra de aterrizaje de forma impredeciblemente suave.

La mayoría huyó despavorida. Algunos temerarios se acercaron en corrillo alrededor de aquel extraño artefacto. Uno incluso se atrevió a lanzarle un pedrusco, que se vaporizó al contacto con la superficie de la cápsula. Esto provocó alguna deserción adicional en la involuntaria comitiva de bienvenida.

Durante algunos momentos que se antojaron interminables, no ocurrió nada apreciable. Luego, un apagado sonido de descompresiones y vapores desvaneciéndose precedieron la apertura de la escotilla principal.

Una nueva etapa estaba a punto de empezar. Los marcianos, antiguos descendientes de terrícolas llegados milenios atrás, no estaban preparados. Siglos de involución, de retorno a un primitivo equilibrio entre ellos y su precario entorno, los había devuelto a la naturaleza simiesca de la que procedían. Los recién llegados lo iban a tener muy fácil para cumplir su misión.

Esta entrada (pun intended) participa en la iniciativa Divagacionistas.