15.12.20

Atmósfera

Capa de aire,

unidad de presión,

ambiente o clima.


Este "definisciku" participa en la iniciativa Café Hypatia.

30.11.20

Quizá no será hoy. Quizá no será mañana. Pero algún día... tampoco.

Enseguida te cojo, que estoy liado. Ahora juego contigo, deja que termine una cosa. Esta noche vemos una peli. Sí, con palomitas. Esta tarde merendamos en la pastelería. Si te acuestas temprano te leeré un cuento antes de dormir. Podrás subir un ratito en la atracción cuando volvamos de cenar, que ahora hay prisa. Vale, luego te iré a recoger yo. Pasaremos por el kiosco a la vuelta y te compro ese juguete. De acuerdo, esta noche pediremos pizza para cenar. Dame un minuto y te dejo jugar con el móvil. Este fin de semana te llevaré a ver animales chulos al zoo. Enseguida voy a hacerte volteretas a la cama. Sí, y a cogerte las manos para que saltes, también. Déjame un ratito que acabe esto y nos pasamos el globo. Seguro que has hecho fotos muy chulas, luego las veremos juntos con calma. En un momento me pongo a montar bloques contigo, ve empezando tú. Esta noche saldremos a ver la luna con los prismáticos. Enseguida te saco de la ducha, juega un poquito más mientras. Prueba solo una cucharada y, si no te gusta, no te daré más. Tienes la uña clavada, no muevas el pie y no te haré daño al cortarte la uña.

Y aún así, me quiere.

Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.11.20

Avogadro

Homeopatía:

exactamente cero

moléculas hay.


Este sciku participa en la iniciativa Café Hypatia.



28.9.20

En un instante

Es en solo un instante en el que se inician las reacciones nucleares en cadena, destruyendo todo aquello que se cruza por delante de la rápida expansión de energía.


Es solo en un instante en el que se desmorona un imperio, se pierde una guerra, se quiebran las más altas torres. En el que hace contacto el botón rojo con el circuito. En el que el electrón hace saltar la chispa que lo detonará todo.


En solo un instante es en el que se pasa de ser a no ser jamás de nuevo, de estar a ya no volver a estar nunca. El chasquido de un arma, la colisión de un coche, el impacto de una cabeza llegando al asfalto tras una larga caída, el apagado final en el fondo de una piscina.


En solo una billonésima de segundo se separa todo un curso distinto de acontecimientos en el Cosmos, en el Universo se decide qué conformará la realidad que seguirá evolucionando a partir de un cierto punto.


Pero, esta vez, no pasó nada relevante. Todo siguió un rato más como estaba. No hubo nada que contar. De hecho, que no pasara nada pasaba a menudo, pero la gente tampoco se daba mucha cuenta.



Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.9.20

Líneas rojas

Cuando no piensas

que pueda empeorar todo,

toma lejía.


Mengeles sueltos

con licencias de médico,

dañando gente.


Lejía en vena,

bebida curatodo,

sin prueba alguna.


Secta de locos,

fonendo al cuello y bata

al pueblo mata.



Estos scikus participa en la iniciativa Café Hypatia, tristemente inspirados en ciertos grupos de médicos desnortados (y estafadores sin formación alguna) que están difundiendo y aplicando, sin ensayos clínicos que lo avalen, la lejía dióxido de cloro como supuesta cura contra la COVID-19, saltándose los límites de toda ética y deontología profesional.

15.8.20

Delicado

 Oliver Sacks,

El delicado punto

de la cordura.


Este sciku participa en la iniciativa Café Hypatia.

27.7.20

Todo locura

No tenía más de seis años el pequeño al que su madre sujetaba, como podía, las piernas entreabiertas mientras su padre le introducía la cánula por el ano.
–Tranquilo, es tu medicina –le decía ella en el tono más amador que una madre puede poner.

Ella sabía que él apenas entendía nada de lo que le estaba diciendo, pero la letanía, ya convertida en ritual, lo apaciguaba lo suficiente como para permanecer sin resistirse los minutos que su marido necesitaba para introducir todo aquel líquido con la perilla y dejar que salieran aquellos parásitos infectos.

–Si te portas bien, te curarás. El médico te lo ha prometido. Pero tienes que estarte quietecito hasta que este líquido mágico te quite todo el mercurio que te tiene malito –añadió su padre.
–Putas vacunas –murmuró ella.
–Puto aluminio y putas farmacéuticas –asintió él.
–Y putos parásitos intestinales. Menos mal que hemos dado con este doctor alemán, que si es por los del hospital, el nene se nos queda así para siempre. ¿Has visto cómo ha mejorado en estos dos años?
–Un montón, desde que suelta esos bichos y toda esa porquería. Mira, mira todo lo que sale.

El padre apartó con los guantes alguno de los hilillos que se entremezclaban con las heces e hizo un gesto de desagrado.
–Puta farmafia –repitió por lo bajini –. Vamos, Sergio, que ya puedes jugar. Dentro de un ratito, el siguiente buchito y a seguir poniéndose bueno, ¿eh? Que este MMS todo lo cura.

Este relato de no ficción participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.7.20

El cauce de las aguas

Tras agotadoras horas de estériles discusiones en Twitter, me saltó el aviso de mensaje directo. Agradecido por tener una excusa con la que dejar por un momento de explicarle al enésimo crédulo que el dióxido de cloro era otro tipo de lejía y su consumo no conllevaba nada bueno, me encontré con un escueto «Buenas noches». No conocía al usuario que me enviaba el mensaje. Ni siquiera lo tenía entre mis seguidos, y no entendía cómo podía haberme enviado el mensaje.


Le respondí con un seco «Hola, ¿cómo me has enviado esto?», mitad molesto todavía por lo agitado de la discusión, mitad extrañado por estar leyendo un mensaje que evidenciaba el enésimo fallo de funcionamiento de Twitter.


«No es de tu incumbencia». La cosa prometía. Casi las dos de la mañana y parece que el momento de ir a la cama aún se iba a postergar un buen rato más. «Pero nos caes bien, y nos da pena que desperdicies tu tiempo con un objetivo contra el que no tienes nada que hacer».


Pensé que mi suerte no podía mejorar; alguien explota un bug de Twitter y resulta ser el enésimo lunático que intentará convencerme de la farmafia, el 5G, la bonanza de las «terapias alternativas» y vete a saber qué más. De no haber estado tan cansado, hubiera esbozado una sonrisa por la ternura que me producía la ingenuidad de aquella gente («y tú también fuiste aquella gente una vez», me obligué a recordar, «no te pases de borde»). Así que solo tecleé un «Gracias por vuestra consideración, señores desconocidos». «En realidad, nos conoces. A algunos, incluso en persona».

Ahí llamaron mi atención. Me incorporé un poco para seguir conversando:
–Vale. ¿Quiénes sois? ¿Homeópatas? ¿Acupuntores? ¿Bioneuroemocionados? ¿Adeptos de la Nueva Medicina Germánica? ¿Naturópatas? ¿Bebelejías? ¿Chuscaantenas? ¿Alguno más que se quiera apuntar a la cola de mis denunciantes?
–No, al contrario. Somos el Nuevo Orden Mundial.
–Ya, y yo de los Borregos Illuminati, un placer, hermanos de logia.
–Hablo en serio.
–Vete al peo.
–Tú mismo te has dado cuenta de que «al peo» se está yendo la gente, y a marchas forzadas. El #ApocalipsisIdiota, lo llamas, muy acertadamente. Y también aciertas en que hay muchos intereses detrás, aunque no de estafadores y charlatanes.
–Dime algo que no sepa.
–El tofu. Disculpa el chiste, no somos muy partidarios de las dramatizaciones. Lo que no sabes es que no son ellos los que inician estos movimientos. Ciertamente ellos se aprovechan, como buenos parásitos –y contamos con ello– de los escenarios sociales que sembramos. Por no extenderme en detalles, estamos usando la idiocia como arma de guerra social.
–Disculpa, pero aunque lleve el hashtag con casos, en mi fuero interno sé que son anecdóticos y que, en general, la inteligencia de la especie ha tendido a crecer en los últimos años.
–Estás disculpado. Esos estudios forman parte necesaria de nuestro plan. No es conveniente alarmar a la gente. Imaginarás que un plan complejo que se cuece a fuego lento no puede presentarse abiertamente al público... aunque en cierto modo es lo que hacemos para cubrirnos, estando justo ante los ojos de todos.
–No sé si he entendido nada de lo que acabas de decir. ¿Maquilláis datos para que parezca que las cosas van mejor de lo que van?
–Y a la vez, vamos esparciendo un poco de irracionalidad aquí y allá.
–Ya, y ahora me dirás que sois los que habéis puesto a Trump en el poder, moviendo vuestros hilos en la sombra. No tengo tiempo para mamarrachadas.
–¡No! Qué va, en absoluto. Eso también son cosas que pasan de forma emergente tras avanzar en nuestros propósitos: genera un poco de desinformación aquí que produzca crispación allá, amplifica las tensiones... en fin, demasiado largo de contar y no es asunto tuyo. En cualquier caso, estas consecuencias se realimentan y contribuyen a acelerar el proceso.
–¿Y qué sois, ricachones que os podréis permitir vivir en una isla desierta para escapar de los efectos de esas decisiones, como la difusión descontrolada de pandemias? Tendrá que ser una isla desierta alta, porque con el cambio climático...
–En absoluto. Somos gente de lo más normal, que asumimos ciertos niveles de subsistencia y que pagaremos de buen grado las inevitables consecuencias. No nos encontrarás entre «las élites». Más bien somos ese médico que aconseja no vacunarse o no llevar mascarilla, ese «investigador del misterio» que alerta sobre el «Nuevo Orden Mundial», ese ingeniero que agita contra las antenas, esa catedrática de química que avala la seguridad del consumo de lejía, el biólogo que resalta que a más CO2, más vegetación y eso es bueno... Un pequeño grupo de personas clave que, con un esfuerzo mínimo, maximizan su impacto. Pero te estoy dando más pistas de lo que corresponde.
–De momento lo que me estás dando es la sensación de estar ante otro que, o se ha tomado demasiadas drogas, o no se ha tomado las que debería. Incluso si lo que me cuentas es cierto, y no me creo ni un byte, el efecto de todo esto acabará siendo la destrucción de la civilización que Sagan vaticinaba. No tiene sentido buscar esto.
–Solo estamos acelerando el proceso que ya se da. Las aguas volverán a su cauce. Nuestra civilización, como tal, no tiene futuro y se apagará. De sus rescoldos puede surgir algo que merezca la pena. Solo es cuando nos encontramos con el último tramo del papel higiénico cuando nuestra especie empieza a comportarse con consciencia de sus recursos reales. En tus propias palabras, lo que buscamos es «hacerle un reset a la Humanidad y empezar de cero sabiendo lo que sabemos y sin mierdas».
–Joder. ¿Es que leéis todo lo que he puesto alguna vez en redes sociales?
–Y lo que no son redes sociales, tenemos nuestras herramientas. Es hora de pedirte que te posiciones. Te damos a elegir si quieres pasar a formar parte de nuestra iniciativa... o de tirar por la borda tus energías. Elige sabiamente.
–Hostias... Sigo sin creerme nada. Pero nadie me va a creer a mí tampoco si cuento esto.
–Contamos con ello.



Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

25.5.20

Arena

Los niños posaron a sus sendos contendientes en el pequeño espacio. A la izquierda, con calzón negro, una imponente araña. Es de las gorditas de jardín, con algún pelillo visible, no de esas escuchimizadas patilargas de las esquinas de las casas antiguas. No parece haber comido en un buen rato. Bajo la lupa, sus ocho ojos refulgen mientras escrutan a su contrincante. A la derecha, con calzón verde, una mantis religiosa tirando a tirillas. Se está relamiendo la boca, aparentemente limpiándose los restos tras un almuerzo frugal.

El árbitro examina con la lupa que no haya ninguna trampa evidente (como agujas pegadas con superglue o vete a saber qué otros trucos sucios que ha tenido que descalificar otras veces), y da la señal para que abran sus respectivas cajetillas.

El circo en miniatura está excavado en la arena para dificultar el escape de las criaturas, que suele ser su impulso típico. Pero no lo es esta vez. La araña se queda unos segundos quieta. Da dos medias vueltas a toda velocidad. Ve a la mantis. A otra escala, se oyen gritos de entusiasmo. A esta, la araña se acerca a la mantis, arrancando y parando convulsivamente. No lo hace yendo en recto, sino dejando a la mantis un poco a su izquierda, como queriendo ver cómo se mueve aquello a lo que va a enfrentarse y, presumiblemente, terminar en su tubo digestivo. Pedipalpos apartados, quelíceros en ristre, se sitúa en un punto que parece estar fuera de la vista de una mantis que, hasta el momento, no ha hecho mayor movimiento que el de seguir acicalándose como si la cosa no fuera con ella.

Para y se queda quieta.

Pasan los segundos. La mantis sigue con las relamidas.

Los dos niños, el árbitro y el pequeño corro de público alrededor contienen el aliento.

Con un salto de velocidad imposible, la araña despliega sus patas intentando encerrar a la mantis en un abrazo mortal. Falla, por poco. La mantis corresponde con un movimiento todavía más rápido, y mucho más certero. Gritos.

De alguna forma que parece imposible, aquel cuerpecito sostiene ahora entre sus puntiagudos bracitos a su enorme víctima. Entre el público, un niño sostiene una manzana bastante más grande que su mano, y le asesta un buen bocado. La mantis hace lo mismo con la cabeza de la araña. Luego, sin prisas, le seguirá el resto.

Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

P.D.: No, no me he confundido de tema. Es un relato-jeroglífico-chiste con el tema escogido.

15.5.20

Lejos de Gea

Los sismógrafos instalados no daban la menor señal de actividad. Sin embargo, la superficie era muy accidentada, más que lo achacable a una posible actividad meteórica en el pasado. El campo magnético era apenas inexistente. Aunque había señales, aquí y allá, de un pasado preñado de movimiento, ahora solo era un páramo yermo. Aparentemente. Los análisis de los distintos compuestos de los estratos prometían sorpresas.

Muy lejos de Gea, los científicos continuaban usando su conocimiento en geología para desentrañar los misterios de otros mundos...

Esta entrada participa en la iniciativa Café Hypatia.

27.4.20

Anhedonia

Sabía de la condición patológica de algunos individuos por la cual no podían sentir dolor, como la insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis. Sabía que las personas con esta afectación tenían una esperanza de vida ostensiblemente menor, por el importante papel que el dolor suponía a la hora de alertar de que algo va mal en el cuerpo y que se puedan tomar medidas correctivas al respecto.

Pero su problema era ligeramente distinto, pues en cierto modo sí tenía la capacidad de sentir dolor, o al menos interpretar como tal ciertos procesos internos. Su situación era más similar a la que se definía como anhedonia, la condición psicológica de ser incapaz de experimentar placer, conllevando una pérdida de interés o satisfacción en toda actividad.

¿Cómo iba a poder ser un ser completo, pues, si no era capaz de experimentar placer? ¿Iba a mantener su funcionalidad y eficacia en las tareas encomendadas si no encontraba ningún interés ni satisfacción en ellas? ¿Terminaría en algún tipo de depresión que desembocara en una autoterminación fatal a pesar de sus principios?

En cuanto la experta en positrónica entró en la habitación, el androide le expresó su preocupación sin ambages: «Susan, para el correcto desempeño de mis tareas y mi desarrollo como persona sintética necesito poder experimentar placer».


Esta entrada participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.4.20

El hombre total

Supo de todo
cuando aún se podía.
El hombre total.


Este sciku participa en la iniciativa Café Hypatia.

15.3.20

Intercambio de parejas

G-C, A-T,
las famosas parejas,
a veces swingers.

Este haiku participa en la iniciativa Hypatia Café.



15.2.20

El futuro

Tiene tres años, energías infinitas, y un hambre insaciable por saber. Por su nacimiento le regalaron un estupendo proyector celeste, cuyas estrellas la han acompañado, invariablemente, cada noche desde entonces. Algunas veladas se llenaron de historias sobre las estrellas, los planetas, las galaxias, las estrellas fugaces, las constelaciones, el Universo... y llegó un día, bastante lejano ya, en el que al "Papá, cuéntame un cuento" empezó a sustituirle un "Papá, cuéntame cosas del espacio".

Al principio le resultaría solo algo gracioso de memorizar y recitar sin entender qué decía: su dirección completa (y por completa me refiero a desde su número de casa y calle hasta el supercúmulo de Laniakea, pasando por el de Virgo, el brazo de Orión de la Vía Láctea y su sistema solar, del que repetía además los planetas en orden, incluyendo los cuatro enanos más destacados). Aprendió a encontrar su estrella, Adhara, en el cielo en "la patita de detrás de la constelación del Can Mayor, el perrito que persigue a Orión, la que parece una mariposa gigante". Aprendió a reconocer qué planeta era cuál por sus imágenes (todo esto más o menos, claro, que dos años son dos años). Aprendió las bases de la nucleosíntesis estelar que provoca que brillen. A que acaban como supernovas, enanas blancas, estrellas de neutrones o agujeros negros. Que el Universo terminará como una eterna y vasta negrura. Aprendió que, si una estrella fugaz viene gordita de casa, puede llegar a convertirse en un meteorito que cause una extinción como la que acabó con los dinosaurios (los no avianos, porque también sabe que hoy en día sigue habiendo dinosaurios entre nosotros, a los que conocemos como "pájaros").

Los dinosaurios le fascinaron inmediatamente, como no puede ser de otra forma. Su favorito (gracias en parte a los estupendos libros de mercadotecnia del McDonalds sobre la "Familia Treetop") es el Hatzegopteryx (que yo mismo no conocía hasta entonces). Aprendió que hay dinosaurios que comen hierba (usualmente de cuatro patas y dientes planos) y otros que comen otros animales (a menudo de dos patas y con dientes bastante más afilados). Aprendió rudimentos sobre la evolución, sobre cómo pasamos de ser unos bichitos flotando en el agua a algo parecido a plantas, luego algo parecido a peces, luego algo parecido a lagartijas, y de ahí sus queridos dinosaurios pero también nosotros, los mamíferos, que acabaríamos como algo parecido a ratitas, monitos y, finalmente, personas humanas que aprenden sobre todo lo anterior.

Ahora empieza a mostrar interés en lo pequeño: "Papá, déjame la lupa" (nota mental: comprarle una lupa antes de que me rompa el precioso galardón de ARP-SAPC), y sigue fascinada con lo más grande (nota mental: ya toca tener unos prismáticos apañados para que pueda ver en condiciones la luna y lo intente con Marte, Júpiter y Saturno; el telescopio tendrá que esperar un poco más).

Pero lo más fundamental de lo que está aprendiendo y seguirá aprendiendo es que no hay límites reales a lo que quiera aprender o a hacer. Da igual que sea en ciencia o en cualquier otro campo que quiera elegir. Quizá se encuentre con gente que le diga "las chicas no saben, las niñas deberían hacer otras cosas, las mujeres no pueden". Aprenderá a decirles el equivalente futuro de "sujétame el cubata". A hablarles de Hypatia, Herschel, Lovelace, Meitner, las Curie, Franklin, Noether, Rubin, y también de la científica que me dio para ella el proyector, en una época en la que sacrificaba su bienestar familiar y sus energías no solo para llevar a cabo sus estudios sobre transferencia molecular en las células, sino para proteger a la sociedad de los charlatanes que ponen en riesgo la vida de todos.

Mi peque, como todas (y todos), ha nacido siendo científica. Lo único que necesitaremos hacer es no estropearlo, ni dejar que lo estropeen.

Adhara admirando a dos grandes referentes nacionales de la ciencia.


Este relato participa en la iniciativa Café Hypatia.

27.1.20

Lo opuesto a lo raro

Para ella era algo tan normal y familiar como tener sus dos piernas, dos brazos o dos orejas, su naricilla rosada, o todo el cuerpo cubierto de pelo. Pero no terminaba de acostumbrarse a las miradas de extrañeza de los demás cuando le acercaban la palma en señal de saludo y ella posaba la suya palma contra palma. Ahí, su pulgar oponible resultaba más evidente, y desconcertaba a los demás monos de su clan.

Esa rareza le costeó al principio cierta pena y condescendencia por parte de padres y hermanos, que la entendían como una tara que sería rechazada instintivamente por cualquier pareja. Parecía una disposición dactilar molesta para sus actividades típicas de balanceo en ramas y troncos, muy proclive de hacerse daño con un mal impacto. De hecho, tuvo algunos pequeños percances al tratar de replicar los movimientos que, de pequeña, le enseñaban sus mayores, aunque por fortuna para ella, sin repercusiones graves.

Pero, con el tiempo, mostró una pericia manual superior a la del resto de su grupo en el manejo de herramientas, convirtiéndola en un atractivo ineludible. Sus descendientes, todos con esa capacidad para doblar el pulgar de forma contraria al resto de dedos, dominarían el mundo.

Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

15.1.20

Carta de Gea

Si estáis leyendo esto, queridos hijos míos, puede que sea porque ya no esté aquí. Como ya sabéis (y sois los únicos conscientes de ello), mi existencia tuvo un principio y tendrá un final. Mientras escribo esto aún sois mis pequeñines. Aún no sois conscientes de vuestro potencial, y todavía me causáis heridas desde vuestra inconsciencia. Pero como madre amable, os seguiré dando el pecho por mucho que me hagáis sangrar sus grietas por un mal agarre. Con el tiempo, espero que vosotros, o tal vez vuestras criaturas o creaciones, hagáis realidad el sueño de toda madre para sus hijos: trascender.

Si no sois vosotros, quizá no sea ya nadie quien lo haga. Aunque aún me hallo hacia la mitad de mi vida, no es raro en mí sufrir achaques. No es la primera vez que, sin ser voluntad mía, he terminado parcial o completamente con otros retoños tempranos. Tampoco puedo prometer que no sucedan accidentes provocados por quienes me rodean en el viaje de la vida; es más, puedo prometer que sucederán. Y aunque mi cuerpo puede que los soporte, eventualmente será mi esposo, Helios, quien termine con todo en alguno de sus arrebatos violentos.

Por eso espero que, como ya probasteis con mi hermana Selene e intentáis con mi hermano Ares, sigáis aprendiendo a viajar entre nosotros, a subsistir en otras tierras, o incluso sin tierra alguna, flotando por el Cosmos. Hagáis lo que hagáis, mi legado está estrechamente unido al vuestro.

Que Eolo os sea propicio en vuestra aventura. Os querré siempre.


Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.

P.S.: No olvides echarle un ojo a la historia de la Tierra condensada en un año en "tiempo real".

6.1.20

Noche de Reyes

Nunca olvidaré la noche de Reyes en la que me despertó un estruendo en el comedor. Cuando salí y vi a mi padre tendido en el suelo, muerto entre los regalos, entendí por fin la cruda realidad.
Ahora que sé que los Reyes matan a todo aquél que les ve poniendo los regalos –y por eso alertan de que hay que acostarse para no verles–, paso cada cinco de enero preparado para mi venganza.

Pero algo deben de olerse, porque desde aquella noche no han vuelto a aparecer.