27.7.20

Todo locura

No tenía más de seis años el pequeño al que su madre sujetaba, como podía, las piernas entreabiertas mientras su padre le introducía la cánula por el ano.
–Tranquilo, es tu medicina –le decía ella en el tono más amador que una madre puede poner.

Ella sabía que él apenas entendía nada de lo que le estaba diciendo, pero la letanía, ya convertida en ritual, lo apaciguaba lo suficiente como para permanecer sin resistirse los minutos que su marido necesitaba para introducir todo aquel líquido con la perilla y dejar que salieran aquellos parásitos infectos.

–Si te portas bien, te curarás. El médico te lo ha prometido. Pero tienes que estarte quietecito hasta que este líquido mágico te quite todo el mercurio que te tiene malito –añadió su padre.
–Putas vacunas –murmuró ella.
–Puto aluminio y putas farmacéuticas –asintió él.
–Y putos parásitos intestinales. Menos mal que hemos dado con este doctor alemán, que si es por los del hospital, el nene se nos queda así para siempre. ¿Has visto cómo ha mejorado en estos dos años?
–Un montón, desde que suelta esos bichos y toda esa porquería. Mira, mira todo lo que sale.

El padre apartó con los guantes alguno de los hilillos que se entremezclaban con las heces e hizo un gesto de desagrado.
–Puta farmafia –repitió por lo bajini –. Vamos, Sergio, que ya puedes jugar. Dentro de un ratito, el siguiente buchito y a seguir poniéndose bueno, ¿eh? Que este MMS todo lo cura.

Este relato de no ficción participa en la iniciativa Divagacionistas.

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