25.9.23

Sobremorir

La llegada al lugar del ritual era compleja y no había estado exenta de contratiempos; en la búsqueda de las Aguas Primigenias, aquellas que solo conocían la Vida, gran parte del grupo expedicionario la había perdido. No es que ese puñado de mercenarios creyera siquiera en que aquellos cuentos locales para niños fueran más que una leyenda, pero la paga era buena. Al menos, lo suficiente como para jugarse el pellejo intentando encontrar el lugar que aquella loca les marcaba. «El pago se realizará tanto si se consigue el objetivo como si no, siempre que se llegue», rezaba la nota de encargo. Solo unos pocos habían llegado: entre bestias salvajes, animales ponzoñosos, laderas escarpadas y flechas lanzadas por poco menos que fantasmas, pareciera que aquellas aguas mágicas solo intentaran retornar a la media una anómala facilidad para morir en su entorno.

Pero allí estaban, frente a una balsa de no más de diez metros de diámetro. Ella, con la cara chupada por los últimos días racionando víveres y ahora los ojos desorbitados por la emoción, parecía aún más ida de lo que las habladurías le achacaban. Sus tres guías/guardaespaldas la flanqueaban en busca del más mínimo indicio de peligro. Sacó un pequeño tubo de análisis de su mochila. Lo metió en el agua con la más absoluta de las reverencias. Se lo llevó a la boca, y...

Cuatro flechas saludaron a sus cuatro cráneos, coreografiando una caída no desprovista de cierta gracia estética. Pero una gota ya había salido que aquel tubo de análisis, y había tocado un diente de ella.

Sin embargo, el agua no había dado para más. Por cientos de años, aquel diente permaneció lozano, sobreviviendo a la descomposición de su dueña y a muchas generaciones de seres vivos en el planeta. Aquella a la que llamaron loca había conseguido un pequeño porcentaje de inmortalidad.


Esta entrada participa de la iniciativa Divagacionistas.

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