25.11.24

Cincuenta cerillas

El fósforo restaña en la oscuridad tanto por su sonido como por su momento de deslumbramiento. Las paredes de esa profunda cueva no han visto la luz nunca antes. Cuesta acostumbrar la vista a pesar del escaso minuto que ha pasado desde que la batería del foco se averiara, y más vale no pensar en qué pasará cuando el medio centenar de cerillas se terminen.

El olor a infierno tras su ignición no tiene nada que hacer contra la pestilencia del terreno cenagoso. En cierto modo, su olor familiar quizá incluso lo mejora. La vista va adaptándose al nuevo resplandor, tan solo lo suficiente para ver una figura negra culebreando por la pared. El susto hace que la cerilla caiga al riachuelillo que escarba el suelo. El riachuelillo cuyo curso hay que intentar deshacer para llegar, cual cordón umbilical, a la salida de aquel laberinto de angostos pasajes.

Mientras otra cerilla busca su reemplazo, el cerebro procesa a toda velocidad qué era esa forma de la pared, llegando a la vergonzosa conclusión de que la causa del susto ha sido la propia sombra, o la de alguna parte del equipamiento. O eso es mejor pensar.

Los oídos intentan escrutar el más mínimo ruido, pero el bombeo de los latidos percutiendo en las sienes atenúa cualquier detalle revelador. Para cuando vuelve la luz, aquello que se moviera ya no está allí. Los movimientos del cuerpo o del equipamiento para intentar reproducirlos no dan fruto, y el tiempo es escaso: hay que moverse, y hay que hacerlo rápido y con cuidado: una torcedura por un mal paso, y no habría nada que hacer.

Cuarenta y ocho cerillas. Nada en el equipamiento que usar de antorcha improvisada salvo, quizá, la propia mochila, pero ese extremo mejor dejarlo para más adelante... si hay más adelante.

Mal momento para tener retortijones. Ya es mala la sensación de vulnerabilidad estando casi a oscuras como para necesitar aligerar tripas. Encima, entre los ruidos de las entrañas (¿son de las entrañas?) y esas punzadas de los nervios (¿son de los nervios?), no es fácil mantenerse atento al entorno. Quizá el ruido, o el calor, o la luz, han atraído a... algo.

La cerilla se consume hasta llegar a los dedos, y también es dejada caer al riachuelo. Cuarenta y siete cerillas.


Esta entrada forma parte de la iniciativa Divagacionistas.

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