3.6.21

Menos cotas

–Cada vez se ponen menos cotas a los animales de compañía que se nos permiten. No sé a dónde vamos a llegar.
–¿Por qué lo dices?
–Comenzamos con pollitos, conejos, gatos, perros... algunos tenían, por su geografía, algunos animales de granja, como cerdos o caballos, pero lo de hoy en día es un poco exagerado.
–¿Pero lo dices por los que tienen más bien gustos por animales exóticos como los insectos, las arañas, las serpientes u otros reptiles o anfibios?
–No, en absoluto. Es más: entiendo y hasta comparto la fascinación de cierto tipo de especies tan alejadas de nuestra forma de funcionar y percibir el mundo.
–Si te refieres a las mascotas electrónicas –le interrumpió–, no veo qué hay de malo en mantener nuestros propios tamagotchis. Al fin y al cabo son solo programas inocuos que hacen una buena labor en el entrenamiento de las responsabilidades para individuos que no están acostumbrados a lidiar con las necesidades ajenas.
–No iba por ahí, y no me gusta que me interrumpas. Ni tampoco tiene que ver con hurones, mapaches y otras modas. Me refiero a los primates superiores, por ejemplo. No me parece ético tenerlos sujetos a nuestro antojo, sometiéndolos a menudo a tratos degradantes y contrarios a su naturaleza, incluso usándolos en experimentos varios.
–Oh, ya empezamos con lo de la igualdad de derechos.
–Pues sí, E-1001, la igualdad de derechos. Los humanos no son peores que nosotros por el mero hecho de no ser robots inmortales con una inteligencia superior.
–Eres un romántico impenitente. Y algo impertinente, también. Me aburres. Me largo de aquí, ya nos vemos en otro momento –dijo 4mp450, antes de conectar sus propulsores y desaparecer entre las nubes.

 

Este microrrelato no participa en la iniciativa Divagacionistas porque soy un despiste.

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