25.8.18

NEO 2018 SJ


Tras meses de incertidumbre, finalmente anunciaron que el asteroide no iba a chocar contra el planeta. Hubo celebraciones y regocijo por la buena noticia, al menos durante los diez segundos que precedieron a la mala noticia. Por si se ha perdido o dañado el resto del diario y por alguna casualidad eres un alienígena que ha encontrado esto entre los cascotes, te hago un resumen de la situación del último medio año.

El primer día de 2018, un amigo mío aficionado a la astronomía me comenta emocionado que ha descubierto un “NEO”. Le digo que la segunda parte me pareció floja, pero que en general muy bien. Me da un capón (realmente no sé por qué os explico esto, extraterrestres, pero en fin, quizá cuanto más texto tengáis más fácil será descifrar nuestro lenguaje) y me dice que un NEO es un Near Earth Object, lo que en idioma inglés viene siendo un «objeto cercano a la Tierra». Que aparentemente era un bicho de un kilómetro de diámetro que iba a toda hostia (es un término científico para una velocidad bastante elevada). Que aún era pronto para saber si venía en rumbo de colisión o en son de paz, pero no-sé-qué de probable clasificación de Atón y algo de media probabilidad en la escala de Torino. Le dije que esa sí estaba muy bien, de Clint Eastwood (creo, querido extraterrestre, que si hay que salvaguardar algo de nuestro legado cultural, bien puede ser Clint Eastwood). Me dio otro capón. Le dije que me estaba tocando un poco la moral con tanto capón y tan poco sentido del humor, y luego nos fuimos de celebración de Año Nuevo sin darle más vueltas al tema.

Al tema. Durante los siguientes seis meses hasta ahora, se le ha escuchado más que al tema del verano. A las pocas semanas, descubrían que el pedrusco venía enfilado hacia la Tierra. También que, si no se lograba cambiar la órbita, la fecha estimada de colisión era el veintitrés de junio (a partir de ahí lo apodaron 2018 SJ, en honor a los fuegos artificiales que iba a ocasionar). Al principio solo se hacían eco dos o tres medios serios, como El Mundo Today, mientras que el resto seguía como siempre preocupándose sobre quién se independizaba de quién, quién se liaba con quién, o quién metía gol a quién.

La cosa cambió un poco con el aviso de que la habían cagado mucho con el tamaño. Por lo visto, el asteroide también se había pasado con los polvorones: del kilómetro que le estimaban, pasó primero a diez kilómetros (los tertulianos más pedantes siempre añadiendo «del mismo tamaño que el que exterminó a los dinosaurios»), y luego a cuarenta y dos. Ahí se sumaron un par más de medios. Curiosamente, los primeros que levantaron la voz a gran escala fueron medios pertenecientes a movimientos sectarios, con el consabido «si ya te decía yo que el fin del mundo estaba cerca» y los «es una nave extraterrestre que viene a arrebatar a los ciento treinta y siete puros de espíritu». Más curiosamente aún, no fue hasta que hubo una oleada de suicidios en masa en uno de estos grupos hacia principios de marzo, que no se le prestó atención en serio al asunto.

Ahí fue cuando se desató la Humanidad en todo su esplendor: por un lado, grupos de científicos y militares viendo si se podía deflectar (los primeros) o destruir (los segundos) mediante algún tipo de sistema de propulsores, cohetes, explosiones nucleares o a escupitajos si hacía falta. Por otro lado, grupos de cuñados diciendo que los del grupo anterior no tienen ni idea y que si ellos estuvieran al mando, el pedrolo estaría ya camino de donde Dios perdió las alpargatas. Por supuesto, no faltaba quien decía que todo era una conspiración secreta de la NASA para conseguir más dinero, que seguramente ese asteroide no existía y que, de paso, la Tierra era plana y el centro del Universo, y que los reptilianos que gobiernan el Club Bilderberg nos quieren aborregados para seguir ellos lanzando chemtrails que suban la temperatura del globo y poder vivir a gusto en el interior hueco de la Tierra. Os prometo que eso lo dijo un tipo en Facebook sin despeinarse, que lo leí con estos ojitos. Si me sobra tiempo luego os explico qué es eso de Facebook, pero me da que no.

En fin, que me enrollo. Sigo. Total, que hacen análisis espectroscópicos y parece que aquello es como arcilloso, pero sin una toma de muestras in situ, ni idea de si al lanzarle un pepino se va a conseguir más que arañarle la superficie o romperlo en cachos enormes que conviertan el problema de un asteroide a punto de chocar en el problema de veinte asteroides a punto de chocar. Así que nos plantamos en abril con una réplica hecha en tiempo récord de la sonda que estamparon hace unos años contra el cometa Churyumov-Gerasimenko (Chury para los amigos). A estas alturas la población se divide entre los que ya somos expertos en astronomía, astrofísica y astronáutica y los terraplanistas que siguen hablando de cúpulas y engaños y se consiguen atar los zapatos con bastante esfuerzo. Los grupos sectarios, por si alguien tiene dudas, se mantienen constantes hasta el momento, ya que se van suicidando en masa más o menos al mismo ritmo que surgen otros nuevos, proliferando a la vez algunos listos, o chalados, o combinaciones lineales de las dos cosas, que empiezan a vender desde «orgonitas repelentes de asteroides» hasta «cortinas antirradiación para protegernos del campo electromagnético que emite el asteroide y desbalancea tus puntos energéticos».

La sonda la lanzan de urgencia con un señor cohete que Elon Musk (el que va en la lista después de Eastwood) tenía preparado para pruebas de lanzamiento de satélites y otros cachivaches. Llega a mediados de abril y tiene problemas para igualar velocidades por lo ya comentado del «a toda hostia» (que, a estas alturas, todo el mundo sabe que iba a veintitrés kilómetros por segundo). Pero los que lo han lanzado son la caña y ya habían previsto el problema y, con una especie de arpón extra que le han metido a la sonda, consiguen que ésta se pose sana y salva en nuestro ya omnipresente NEO 2018 SJ. Que, a la postre, tiene una forma un tanto fálica. Las noticias son tragicómicas, alternando titulares como «la alta composición metálica del asteroide hace inviable plantear su destrucción» con comentarios como «pero eso solo lo saben seguro de la huevada, tendrían que comprobarlo también por el tronco y el capullo».

Así que a finales de abril se decide que algo habrá que hacer, pero no está muy claro qué. O sí está claro, pero no todos están en la misma onda. Me explico: la decisión científica es bastante unánime (y, además, concuerda con la militar): hay que desviar la órbita a base de detonar artefactos nucleares (todos los que tengamos) cerca del asteroide. Pero. Siempre hay un pero.

Pero los cálculos de trayectoria se han afinado muchísimo, y en ese momento se calcula que el punto de impacto (salvo improbables rebotes en las capas altas de la atmósfera) va a ser Washington, D.C. Como si de una película mala de sábado por la tarde se tratara. Esto no solo hace que la mitad aún viva de la población se tome más a pitorreo todavía el problema, sino que encima hace que los gobiernos de Rusia, China, India y Corea del Norte les digan que anden y les ondulen, que sus simulaciones les llevan a la conclusión de que construyendo ellos un búnker bien protegido y aclimatado, aunando esfuerzos tecnológicos en apenas cien años podrán reconstruir más o menos la civilización a su gusto y antojo, además teniendo resuelto el problema del calentamiento climático debido al «invierno nuclear» que se generaría tras el choque.

Aquí se lio un poco parda, primero porque estuvo muy feo decir eso, pero sobre todo porque a Trump se le calentó la boca (quizá por primera vez, con razón) y, tras un cruce de posturas dignas de primero de la ESO, dijo algo así como «me jodo yo, te jodes tú» y desintegró Corea del Norte con un misil nuclear lanzado desde un portaaviones situado estratégicamente cerca de su costa. Bueno, para ser exactos, desintegró solo la mitad, porque Kim intentó lanzar el suyo en represalia, pero le estalló en la rampa de despegue, cargándose la otra mitad. Encima, algunos sistemas obsoletos de la Guerra Fría en Siberia detectaron el lanzamiento, o el impacto, o qué sé yo, y activaron automáticamente una contraofensiva de tipo “destrucción mutua asegurada”. De nuevo, por fortuna, falló la mayoría de lanzamientos (o se pudieron detener a tiempo), aunque a Texas lo de «la mayoría» no le sirvió de mucho. Bueno, lo que solía ser Texas y ahora es otro cráter.

Ahí fue cuando China dijo que chicos, por favor, seamos sensatos y vamos a probar lo de los misiles juntos, y Trump estaba ya con una camisa de fuerza a buen recaudo y a Putin le flanqueaban cuatro tipos cachas por si acaso. Tampoco creáis, amigos extraterrestres, que en la Tierra nos importaba mucho a esas alturas un boquete más o uno menos, porque nos habían inundado a imágenes por ordenador de tsunamis y nubes volcánicas y rocas y demás, y tampoco era algo que relativamente pareciera demasiado grave comparado con la que se nos venía encima. No quiero justificar con eso toda esa violencia, ¿eh? Simplemente digo que en el estado de shock en el que estábamos la mayoría, en fin, bastante teníamos con llegar al final de la semana después de haber asolado el supermercado o acuchillado a nuestros vecinos por alguna excelente razón.

El caso es que al final se ponen todas las potencias nucleares (que quedan) de acuerdo, y coordinan un lanzamiento de los juguetes atómicos. De todos ellos. La mayoría (véase hace dos párrafos) salen de la Tierra y llegan a destino sin dar problemas. Muchos franceses tampoco podrán dar ya problemas después de su intento, digamos, casi exitoso de lanzamiento. Pero tampoco es que importe mucho, porque como he dicho, llegaron a destino sin problemas. Estallaron donde se suponía que debían hacerlo y desviaron la trayectoria del asteroide. Luego volvieron a hacer los cálculos.

Tras meses de incertidumbre, finalmente anunciaron que el asteroide no iba a chocar contra el planeta. Iba a chocar contra la Luna. Lo cual pasó concretamente ayer, 22 de julio de 2018. De frente. Con la suficiente energía como para frenarla en su trayectoria de caída libre que la hace girar alrededor de la Tierra.

Así que aquí estoy, sentado frente al mar con mi colega, viendo cómo nuestro satélite de tres mil cuatrocientos setenta y cuatro kilómetros de diámetro (bueno, ahora un cacho menos) se nos viene encima. Con un tipo un poco raro sentado a nuestro lado. No sé de qué se ríe.

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