28.11.22

Tardiciones

 Una luna como un corte de uña reinaba en un cielo casi despejado, que apenas empezaba a salpicarse de estrellas en el gradiente de añil a rosa de un anochecer de verano junto a la costa mediterránea. La temperatura en la terraza era simplemente perfecta.

—Me parece increíble poder estar aquí contigo, Aura. Y perdona si estoy poco hablador hoy; cada vez que te miro, me pierdo en el infinito de tus ojos.

Aura se ruborizó un poco y lo miró con una mezcla de sensación de halago y de que exageraba. Apartó la mirada un momento y volvió a mirarlo. El brillo de sus ojos y su cara casi beatífica delataba que decía la verdad. Sonrió, haciéndose la interesante con una caída de ojos y, comunicando un gesto al camarero para que se fuera acercando, le respondió:

—No soy para tanto, tontito, pero muchas gracias. ¿Qué pedimos de postre?

—Creo que, como marca la tradición de cada año, podemos comenzar aquí con una tarta de queso con sirope de frambuesa y continuar en la habitación con lo que improvisemos.

—Pero si nos hemos conocido esta tarde, Carlos —rió ella, acariciando la mano de él.

—Ya, pero toda tradición necesita comenzar con una primera vez.


Este relato participa en la iniciativa Divagacionistas.

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