15.11.22

¿Agua o tocado?

«Todo el mundo tiene la misma realidad delante; lo que cambia las cosas son las relaciones que una mente brillante es capaz de descubrir bajo el aparente caos». De esta forma tan pomposa comenzó su rueda de prensa el eminente Premio Nobel de Química, que ya a sus noventa y muchos, había lanzado las campanas mediáticas al vuelo por haber descubierto, según él, la solución a los problemas mundiales de sequía.

–Mi invento –comenzó, con voz temblorosa. Carraspeó, y volvió a empezar –. Mi invento ha estado siempre delante de nuestras narices. Todos hemos comprobado, a veces casi a diario, el efecto físico, y me perdonarán mis colegas por esta intromisión en su área, a quienes espero no robarles un Nobel de su campo –sonaron algunas risas algo forzadas por el intento de chiste–, de este fenómeno que puede solucionar de un plumazo el gravísimo problema que asola al planeta en este fatídico contexto de calentamiento global, que no es otro que el de la imperante sequía.

Las caras de algunos periodistas eran un poema. Aquello parecía ir para largo. Solo la emoción de tal colosal descubrimiento les impelía a permanecer atentos.

–¡Pregunta de examen! Les dejo consultar apuntes –volvió a reír ante otro intento de chiste que a nadie más le hacía la menor gracia–. ¿Cuál es el salto de agua más alto del planeta?

Se hizo un silencio sepulcral. No es que nadie supiera que era el Salto del Ángel, por supuesto, pero que un Nobel lanzara esa pregunta tan en apariencia simple podía revestir algún tipo de trampa, y nadie quería ser el que hiciera el gilipollas mediáticamente en memes de Twitter durante los próximos cuatro meses.

–Venga, no sean tímidos.

Más silencio.

Finalmente, una voz al fondo, de una periodista incapaz de soportar más aquella incomodidad:
–El Salto del Ángel, en Venezuela.
–En efecto, querida. El Salto del Ángel, en Venezuela.

La periodista soltó para sus adentros un suspiro de alivio.

–¡Pregunta de examen! ¿Qué ocurre cuando un chorro de agua choca en el fregadero contra una cucharilla?

Los periodistas se debatían entre fruncir el ceño, por no saber a dónde quería llegar, y abrir mucho los ojos en espera de una respuesta cómica o genial.

–¿Nadie? Un público difícil, esta noche.

Más silencio.

–Que s... salpica.
–¡Bravo! ¡Que salpica! Por tanto, queridos míos, ¿Qué ocurriría si pusiéramos mi invención, que digamos que es una cucharilla gigante, al final de la caída del Salto del Ángel? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh?

La gesticulación de cara y brazos del claramente perturbado Nobel, en actitud de «la respuesta es elemental» se recibieron entre los periodistas con incredulidad y cierto bochorno. Alguno ya empezó a escribir su titular: «Un nuevo caso de enfermedad del Nobel», o «Cuando la sequía se vuelve mental».

El Premio Nobel, siguiendo como si su audiencia compartiera de alguna forma la euforia que él sentía, continuó explicando, con gráficos de CAD y detalles no solicitados por nadie, los pormenores del que consideraba que iba a ser el mejor invento de la humanidad desde la rueda, consiguiendo hacer llegar agua a cualquier punto del planeta configurando la direccionalidad de los gradientes de la cucharilla hacia el lugar indicado, sorteando accidentes montañosos u otros obstáculos con cucharillas secundarias en los lugares oportunos a modo de repetidores.

Si algún periodista no abandonó la sala, fue únicamente por no perderse un momento periodísticamente histórico, pero no por las razones que el Nobel esperaba.

Durante el turno de preguntas, las toses y preguntas que solo buscaban realzar su ridículo se abrieron paso imbricadas unas con otras. Su carrera parecía acabada, aunque quizá consiguiera ganar un Ig Nobel con aquella ocurrencia.

Lo que sucedió a continuación no sorprendió a nadie: publicó sus investigaciones, y ganó un Ig Nobel. Pero lo que ocurrió a continuación, sorprendió a todos: puso en marcha su invento, y funcionó. Y ganó no solo el Nobel en Física, sino también en Economía y el Nobel de la Paz.


Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.

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