Hace mucho, mucho tiempo (en una galaxia muy, muy cercana), los pobladores más inteligentes del planeta Tierra eran una suerte de reptiles con una capacidad neuronal preparada para ofrecer mecanismos de reacción rapidísimos ante una serie de eventos, y procesaban emociones simples de miedo, ira, satisfacción, insatisfacción...
Figura 1. Éste podrías ser tú. Estos seres, que como decimos ya tenían lo que un informático podría llamar un rudimentario BIOS (Basic Input Output System, sistema básico de entrada y salida), fueron evolucionando (otros, no). Sobre esta BIOS fueron apareciendo sucesivas capas que convertían al individuo que las poseía en elementos con mayor rango de comportamiento; podían captar más variedad de estímulos, procesarlos con un mayor lujo de detalles, y producir una respuesta mucho más elaborada.
Un soponcio de años después, aparece sobre la faz de la tierra una especie que se autoconsiderará la más inteligente del planeta (aunque tengan que levantarse casi cada mañana para trabajar, y pasen la mayor parte de su vida puteada). Gran parte de esta especie, tiene comportamientos complejísimos basados en percepciones muy completas y procesamientos a muchas, muchas escalas. Otra parte de la especie sigue siendo indistinguible de los fardatxos.
Pero no nos desviemos. Ante la mayoría de estímulos, nuestro sistema nervioso simpático (bueno, siempre he pensado que depende de cómo te caiga la persona podría ser también antipático) se encarga de derivar las percepciones al área de la corteza neuronal correspondiente para, por ejemplo, responder a una pregunta, coger una pelota que han lanzado al aire o conducir.
Sin embargo, su hermano tenebroso, el sistema nervioso parasimpático (o parantipático, según el caso) se encarga de que cierta clase de estímulos, los de mayor intensidad, no recorran el laaaargo camino (en tiempo de cómputo) que requieren las decisiones racionales, y dichas percepciones sean derivadas a la parte reptiliana que aún conservamos en el núcleo del cerebro (el mesencéfalo y el sistema reticular, principalmente).
Ellos se encargan de proporcionarnos las reacciones instantáneas que le vendrían bien a un reptil: nos ayudan a apartar la mano de un fuego ardiente o a dar un salto ante un sonido muy fuerte. También nos "ayudan" a quedarnos totalmente quietos cuando un camión se abalanza sobre nosotros (según la lógica reptiliana, si no te mueves, puede que el agresor no te vea y pase de largo) o a soltar un mordisco o un puñetazo a alguien que nos ha hecho una pregunta airada. O ponernos rojos y con los músculos en tensión cuando algo nos molesta mucho. Casi todas estas respuestas son violentas (en el sentido de ímpetu y fuerza, intensas, que desbordan vitalidad, de la misma raíz etimológica de la que viene "bios").
Desde este punto de vista, parémonos por un momento a pensar en cada persona como un cúmulo de reacciones racionales y predecibles que componen su comportamiento civilizado, y otra serie de reacciones (que por lo general sólo salen a la luz ante situaciones extremas) que son totalmente impredecibles y, en muchos casos, diríamos que impropias de tal persona o incivilizadas. Porque lo son.
Muchas veces, esta BIOS tiene un potencial de disonancia importante con respecto al cerebro consciente; la BIOS capta problemas, rechazo, inquietud (por ejemplo, ante un examen) y sugiere huir o adoptar una postura agresiva, pero el cerebro consciente sabe que tiene que mantener el tipo y, por lo general, suele tener la última palabra sobre las acciones que llevaremos a cabo. Otras, toma el control la parte salvaje y hacemos cosas como romper inocentes sillas ante ataques de rabia.
Pero lo normal suele ser llegar a un término medio: si estamos incómodos, hacemos las cosas, pero a desgana y con mala cara. Huimos en cuanto tenemos ocasión. Si hay una sugerencia racional de pasarlo bien, la BIOS le da pequeños empujones para llevarla a cabo. Ahora que viene el verano, basta con ver vastos campos de humanos tumbados en la arena tomando el sol. ¿No os recuerda a nada?
Estos impulsos son totalmente naturales, totalmente sanos (en la naturaleza, suelen ayudar a llevar una vida más larga y feliz), y totalmente egoístas. Cosa lógica, ya que a un reptil sólo le importa una cosa: él. Bueno, y quizá sus crías (que no deja de ser un comportamiento egoísta, ya que son SUS crías; a las crías de los demás, mejor comérselas).
En la sociedad moderna (a pesar de ser cada vez más individualista) sigue estando mal visto el egoísmo, el huir de los problemas (de los ajenos ni hablamos, los famosos "Problemas De Otros"), el no fastidiarnos nosotros por ayudar a un tercero. El pensar que nuestra enfermedad es "mejor" que la de otro, nuestros problemas (de los que no podemos huir) los más importantes (¿Lo que te pasa a ti? ¡Lo tuyo es una tontería, hombre!). Nuestros conflictos, catástrofes a nivel mundial.
Un fantástico ejemplo de catársis lo ofrece Weird Al Yankovich (ya mencionado en otras entradas) con los casos extremos de su tema
Why does this Always Happen to Me (del que ofrezco un enlace de una parodia hecha a raíz de la canción; podéis obviar el vídeo y centraros en el audio:
aquí la letra).
Queremos monopolizar conversaciones acerca de cómo nos han ido a nosotros las cosas, recibir cariño cuando nos venga bien y que nos dejen tranquilos cuando queramos. Pensar en preguntar cómo está otra persona es algo que se nos ocurre de vez en cuando, o por pura cortesía, ya que -si hacéis el experimento- si te preguntan "¿qué tal estás?" y derivas la conversación sin contestar a la pregunta, raramente te dirán "vale, pero no me has respondido. ¿Qué tal estás?". O cuando te cruzas con alguien por la calle y ni siquiera te paras. "-¿Qué tal estás? -Mira, aquí..."
No es una gran respuesta. En realidad lo más seguro es que no te importe. Bueno, puede que sí te importe que esté mal, pero tampoco ibas a intentar hacer nada para mejorar su situación. Tú estás peor.
Pero, ¿es esto malo? Parece normal que si estás resentido con alguien (aún a nivel subconsciente), le sueltes algún navajazo (normalmente en sentido figurado) hiriente en cuanto tengas ocasión. Sobre todo, si notas que la otra persona está especialmente vulnerable.
¿Que sería mejor ser altruistas y mirar antes por el bienestar de los demás que por el nuestro propio? Puede que para la humanidad en general, pero no para nosotros individualmente. Estamos programados para cuidarnos. Para repeler las agresiones. Para buscar el placer. En esas simples sentencias, no aparece el término "otros" por ninguna parte. Y no tiene tan mala pinta, ¿no?
A veces nos sentimos culpables (o nos quieren hacer sentir culpables, más bien) de buscar nuestro máximo beneficio sin pensar en los demás. Nos llaman egoístas. Los que nos llaman egoístas, suelen hacerlo porque no pensamos en ellos. Todos somos egoístas, y es normal, y necesario. Ojalá se pudiera ser egoísta sin molestar nunca a otras personas. Los que buscan conscientemente molestar a otros para beneficiarse ellos, no son egoístas, son hijos de puta (hay que decirlo más).
Pero eso es otra historia.