15.4.24

Toc, toc

Dice una buena amiga que todo el mundo vive en una especie de equilibrio de trastornos mentales. Que algunas personas, simplemente, tienen más desequilibrado ese equilibrio. Ella misma tiene un trastorno límite de la personalidad. Me gustaría saber qué pensaría de esto un antiguo colega, pero hace un tiempo ya que se suicidó. Ni siquiera llegué a saber qué le pasaba exactamente. A tenor de sus hiperrevoluciones y bajonas, quizá bipolaridad. Tanto da. No es el único que he conocido que ha estado en la cuerda floja de la depresión, pero sí de los pocos que ha caído de ella. Quizá esa elección de palabras ha sido desafortunada. Esa misma depresión la encuentro en tantísima gente, sobre todo en aquellos que me cuentan que no funcionan como el resto, que no son capaces de encontrarle sentido a cómo funciona el resto, que no logran dar pie en lo que a otros les parece un charco, y se están ahogando. Que nadie les entiende. Es difícil intentar hablar del tema con ellos sin que caigan en una fuga de pensamientos, derrapando entre ellos como un mono borracho a los mandos de un Ferrari. Uno hasta se enfadó inmensamente conmigo por intentar ayudarlo durante una crisis nerviosa... Lo «gracioso» es que está sin diagnosticar y a menudo piensa que es su pareja quien tiene los problemas. Que, probablemente, también. Todo el mundo. El problema es quién te ayuda: si la Sanidad está mal en general, la mental es la precariedad dentro de la decrepitud, o viceversa. Son muy pocos los que conozco que han conseguido recuperar cierto equilibrio gracias a ella. «Equilibrio» me parece una palabra muy hermosa. Me gustan las cosas equilibradas. Simétricas. Bien alineadas. En fin, las 23:00. He de irme ya. Te daría la mano, pero hoy no he traído el hidroalcohol. Suerte con la agorafobia.


Este microrrelato participa en la iniciativa Café Hypatia.

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